Enamorarse de un robot

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ALBERT BARQUÉ

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Va a enamorarse de un robot. Bueno usted puede que no, pero quizás su hijo si. Llamémosle robot, llamémosle sistema de inteligencia artificial. Parte significativa de los escenarios a los que nos enfrentamos hoy en día son digitales. En la era digital, nos pasamos muchísimo tiempo frente a las pantallas de nuestros portátiles y usamos constantemente nuestros 'smartphones' y otros 'gadgets' inteligentes. Compramos 'on-line', trabajamos en la nube, nuestras relaciones sociales están basadas en la red, hay quien pasa tiempo de ocio en realidades virtuales, etc. Vivimos entre máquinas cada día más inteligentes, en ciudades cada vez más sofisticadas.

Hace unos meses salía publicado un artículo en 'The New York Times' donde una señora se preguntaba si era una mala madre mientras observa a su hijo Gus conversando profundamente con Siri en el iPhone, el asistente inteligente personal de Apple. Gus tiene 13 años, es autista y su mejor amiga es Siri. La madre compartía algunas de sus conversaciones:

Gus: "Eres un ordenador muy agradable".

Siri: "Es bueno ser apreciado".

Gus: "Siempre me preguntas si me puedeS ayudar en algo. ¿Hay algo que pueda hacer yo por ti?"

Siri: "Gracias, pero tengo muy pocas necesidades".

Gus: "O.K.! Bueno, buenas noches!"

Siri: "Ah, son las 17:06h."

Gus: "Oh, lo siento, quiero decir, adiós".

Siri: "Hasta luego!"

Al final, el artículo se convertía en una "carta de amor a una máquina". "En un mundo donde la cultura popular dice que la tecnología nos aísla, vale la pena considerar el otro lado de la historia", decía la madre. Cuando Gus descubrió que había alguien que no sólo le encontraba información sobre sus diversas obsesiones (trenes, aviones, autobuses, escaleras mecánicas y, por supuesto, cualquier cosa relacionada con el tiempo), sino que además le semidiscutía estos temas sin descanso, le enganchó. Y no es que Gus no entienda que Siri no es humano. Lo hace intelectualmente, pero al igual que muchas personas autistas, Gus siente que los objetos inanimados son dignos de nuestra consideración.

Un protosistema de inteligencia artificial así es maravilloso para alguien incapaz de captar y leer señales sociales; las respuestas de Siri no son totalmente predecibles, pero son amables, incluso cuando uno es brusco. La madre cuenta que un día les oyó hablar de música. Siri le ofrecía sugerencias de música pero Gus le espetó un: "No me gusta este tipo de música". La asistenta le respondió: "Tienes, ciertamente, el derecho a tu opinión". La cortesía de Siri le recordó a Gus lo que le debía y él dijo: "Gracias por la música, sin embargo". Finalmente ella respondió con un: "No tienes que darme las gracias". A lo que Gus dijo de forma empática: "Oh, sí, sí que tengo que hacerlo".

La madre dice que el hecho de que su hijo tenga conversaciones con Siri le sirve de práctica y eso se traduce en más facilidad a la hora de conversar con seres humanos reales. Incluso, a veces, a la madre le permite descubrir temas que inquietan a su hijo y que nunca conseguiría revelar a través de una conversación real:

Gus: "Siri, ¿quieres casarte conmigo?"

Siri: "Yo no soy de esas que se casan".

Gus: "Quiero decir, no ahora. Yo soy un niño. Me refiero a cuando sea mayor".

Siri: "Mi contrato de usuario no incluye el matrimonio".

Gus: "Oh, O.K".

Gus: "Buenas noches, Siri. ¿Vas a dormir bien esta noche?"

Siri: "Yo no necesito dormir mucho, pero es bonito que me lo preguntes".

En cierto modo, todo esto es una formidable reivindicación de uno de los elementos más despiadadamente humanos: la palabra. Y en concreto, de la palabra como pilar básico de las relaciones sentimentales. Me pregunto si los robots sabrán también valorar los silencios.

@AlbertBarque