Una semifinal decepcionante

'Masche' se come la libreta

El azulgrana dicta una lección magistral como medio centro y salva a su país del caos

J.D.
SAO PAULO

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En la última jugada del partido, ya con el minuto 90 merodeando el cronómetro, una pierna de Javier Mascherano se alargó de forma increíble. Aún no se sabe cómo, ni siquiera en Argentina aciertan a entender de dónde salió ese diminuto cuerpo para cruzarse en el camino de Arjen Robben. Estaba Holanda a punto de fusilar a Romero, el sobrio portero argentino, cuando el Jefe llegó milagrosamente a un balón que estaba destinado a acabar en la red. Tal como hizo en su momento, Mascherano, entonces vestido con la camiseta del Barça y en el Camp Nou, cuando llegó por detrás para evitar el tanto de Bendtner, aquel delantero del Arsenal.

«Si Mascherano no es más rápido que Bendtner, estamos fuera», llegó a decir entonces Guardiola en marzo del 2011, en lo que sería el prólogo de la épica final de Wembley. Y como prólogo de otra final, más épica si cabe, apareció el medio centro argentino. Con Sabella sí juega en su sitio y no en el eje de la defensa, para evitar el caos en su país. Argentina temblaba de miedo. Pero surgió ese pequeño cuerpo, de mente poderosa y piernas pequeñas pero interminables, para quitarle el gol de su vida a Robben. El segundo gol de su vida. El primero ya fue hace cuatro años cuando lo falló ante Casillas en Johannesburgo.

20 penaltis, 20 goles

A Romero le corresponderán, y con razón, las portadas. A Maxi Rodríguez, el autor del último penalti, también. Quizá hasta Messi que renació en la prórroga con dos acciones decisivas que no supieron aprovechar sus compañeros. Tal vez hasta a Robben, quien una vez acabado el partido, se acercó hasta la grada para besar a su hijo, pero su mujer, que lo tenía acurrucado entre sus brazos, le dijo que no era el momento. Lloraba desconsoladamente el niño. Como Cillesen, el portero de Holanda. El titular. Había recibido 16 penaltis, había encajado 16 goles. Ayer, 20 penaltis en contra, 20 tantos.

Van Gaal, un genio por sacar a Krul, el meta suplente, contra Costa Rica, prefirió sacar a un delantero (Huntelaar) para ganar el partido en la prórroga. Y lo perdió, curiosamente, en la tanda de penaltis. «Lo hubiera hecho, pero no tenía más sustituciones», se disculpó el seleccionador holandés. Pero, en realidad, lo perdió cuando Mascherano, el dueño del alma de Argentina («estoy harto de comer mierda», gritó a sus compañeros antes del duelo con Bélgica), corrió más que nadie para llegar a ese balón que Robben cruzaba ante la salida de Romero. No es lo que corrió en el partido (13.411 metros) ni lo que lloró después cuando la albiceleste llegaba a Maracaná.

Anoche, en Sâo Paulo, Mascherano, y su corazón y su garra, se comieron una libreta.