LA F-1 PREPARA SU FIN DE FIESTA CON SCHUMACHER Y BIANCHI HOSPITALIZADOS

Cuando la vida se apaga

Fuentes médicas no acaban de creer que 'Schumi' vaya a alcanzar, como dijo Jean Todt, una vida normal Bianchi sigue sin dar señales de recuperación en el hospital de Japón

Solidaridad 8 Los pilotos de F-1 se unen en apoyo a Bianchi antes del inicio del GP de Sochi, en octubre.

Solidaridad 8 Los pilotos de F-1 se unen en apoyo a Bianchi antes del inicio del GP de Sochi, en octubre.

MIGUEL MARTÍNEZ / OVIEDO

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El profesor Sid Watkins, el mismo sobre el que Ayrton Senna lloró en su hombro la muerte de Roland Razentberguer antes de perder su vida al día siguiente, lideró años de mejora en la seguridad de la F-1, para que nunca más este deporte se convirtiera en una ruleta rusa que repartiera vida y muerte como aquel GP de San Marino.

Desde entonces, la F-1 vivió una época de mejoras que hicieron pensar en un deporte inmune a las desgracias, como la muerte de Henry Surtees (hijo del mítico campeón de F-1 y motociclismo), golpeado por un neumático durante una carrera de F-2 en Brands Hatch (2009). O la de Dan Wheldon (2011) en un accidente múltiple en la Indy Car. Por entonces, la F-1 estudiaba la instalación de una carlinga para proteger la cabeza de los pilotos a la vista del accidente de Surtees y la tuerca suelta que golpeó en un ojo a Felipe Massa (Hungría 2009).

Eran solo estudios, un paso más de futuro, pero con la sensación de que los pilotos eran prácticamente indestructibles. Hasta que el accidente de María de Villota, en un aeródromo inglés, al volante de un Marussia, puso de manifiesto que fuera de las carreras existía peligro. Y mucho. O que las grúas, como la que mató al comisario del GP de Canadá (2013), eran un bulto peligroso en los circuitos.

Intentando sobrevivir

Pero la sensación era de seguridad, de que incluso accidentes tan violentos como el de Robert Kubica en Canadá 2007 o el vuelo de Mark Webber en Valencia mantenían a los pilotos fuera de peligro. La sensación era que la F-1 era más segura que un plácido descenso por una pista de esquí de Maribel, como el que llevó a Michael Schumacher a luchar por su vida durante meses en un Hospital de Grenoble. La sensación era que el peligro estaba fuera, en una carretera, en moto, como el accidente que le costó la vida a Andrea de Cesaris hace un mes.

Y de repente, una gran premio bajo la lluvia, una grúa mal situada, y Jules Bianchi impacta brutalmente con su Marussia. Permanece en coma en el hospital de Yokkaichi desde entonces, en una situación, dicen los allegados, irreversible a menos que ocurra un milagro, con la decisión de desenchufarlo de la máquina sobre los hombros de sus padres.

Puede que esperen un milagro similar al de Schumacher, que salió del coma seis meses después de aquel accidente de esquí, el 29 de diciembre. Su mujer, Corina, ha medicalizado su mansión en Suiza con los mejores aparatos y adelantos de la medicina -dicen que costó 30 millones de euros-, con un equipo de 15 fisioterapeutas, nutricionistas y neurólogos, que cuestan 127.000 euros a la semana, pendiente del heptacampeón alemán, que se golpeó la cabeza contra una roca, sin ir deprisa, con la mala suerte de llevar una cámara en su casco que concentró el golpe en apenas un par de centímetros cuadrados.

Jean Todt, presidente de la Federación Internacional (FIA), llegó a decir hace un par de meses que Schumi tendría de nuevo una vida normal. Nadie se lo cree. «No me creo nada de lo que han dicho», explicaba recientemente en el Daily Mail el doctor Gary Harstein, exdelegado médico de la FIA. «Si Michael tuviera el más mínimo estado de conciencia, ya habrían comunicado que, aunque tenía problemas de expresión, luchaban por mejorarlos; lo mismo que si estuviera aprendiendo a caminar, leer o escribir de nuevo. No me creo nada de lo que dicen».

La tristeza de un padre

Lejos, muy lejos, aún en Japón, en el Mie General Hospital, Philippe Bianchi, ya alejado de su esposa, Christien, que intenta sacar adelante su nuevo restaurante, y de sus hijos Mélanie y Tom, espera que suene su móvil en su hotel. «Y que me digan que Jules ha muerto o se ha despertado», según reconoció el padre del piloto de Marussia a Paolo Ianieri, de La Gazzetta dello Sport. Philippe vive desesperado. «Aquí todo el mundo es encantador, pero no puedes entenderte con nadie. Dicen que hablan inglés, pero no es verdad. En minutos, en segundos, la vida de mi familia ha quedado destruida».

«Cuando Schumi sufrió el accidente, me desesperé, lo pasé fatal, lo quiero mucho», reconoce papá Bianchi, que «nunca» pensó que, poco después, él no tendría respuestas para las mismas preguntas que todo el mundo le hacía a Corina tras el choque de Michael.