Deseos en el 60 aniversario

Albert
SÁEZ

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Lo que hoy es la Unión Europea cumple 60 años. Empezó siendo lo que hoy parece nimio pero que en su momento fue una auténtica proeza: una comunicad del carbón y del acero en la que participaron Francia y Alemania y sus vecinos del Benelux, víctimas durante siglos de sus disputas. Hoy, con todas sus limitaciones, la UE es una de las áreas más desarrolladas del planeta y, posiblemente, la que ha conseguido repartir mejor la riqueza aunque aún esté muy lejos de lo que sería deseable. Este aniversario coincide en el tiempo con tres retos: la inminente salida de uno de los estados miembros de la UE: Gran Bretaña, con más de 80 millones de habitantes, un hecho inédito en la historia de la unión; el segundo reto es el futuro del vínculo transatlántico tras la llegada al poder de Donald Trump que se dedica a alentar las fuerzas políticas euroescépticas sin ningún miedo a coquetear directamente con el fascismo; y el tercer reto es el de superar la parálisis institucional interna que dificulta el avance de las reformas y que provoca ridículos monumentales como el de la gestión de la crisis de los refugiados.

Cuando se habla de las recetas para superar estos retos en el futuro existe un consenso amplio sobre los temas a abordar: mejora de la calidad democrática de las instituciones comunes, mayor eficiencia en su funcionamiento y superación de la gobernanza en régimen de acuerdos intergubernamentales para avanzar hacia una estructura claramente federal. Lo que nadie se atreve a decir es cómo conseguir que estas reformas se impongan. Los acuerdos entre Francia y Alemania que estuvieron en la génesis de la UE y de sus grandes saltos hacia adelante (mercado único, moneda única, fondos de cohesión) no parece que puedan ahora arrastrar a los 27. En este contexto, el Libro Blanco del presidente de la Comisión, el controvertido Jean-Claude Juncker, tiene como mínimo la virtud de poner las cartas boca arribar: seguir igual, dar marcha atrás, forzar otro gran acuerdo a 27 o establecer varias velocidades a gusto de cada estado miembro. Un planteamiento hecho a medida de que se imponga esta última alternativa. Sin duda, es la más realista. Aunque no necesariamente la mejor. Se puede y se debe respetar que sigan en el mercado único quienes no quieren renunciar a su soberanía, pero no puede ser a cualquier precio. Hay en el planeta muchas zonas de libre comercio pero ninguna tiene unos niveles de protección social comparables a la de los miembros de la UE. Ese es el acervo que hay que conservar porque está en la base de la competitividad europea.