Presos en el diván

'The work. Almas entre rejas' retrata la terapia compartida entre reos y externos en la cárcel estadounidense de máxima seguridad de Folsom

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Juan Manuel Freire

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En la Prisión Estatal de Folsom (California), catalogada de 'máxima seguridad', convictos se reúnen semanalmente para hacer una terapia de grupo que forma parte de un programa de rehabilitación. La mayoría de esos presos cumplen condenas largas por crímenes violentos o relacionados con bandas, es decir, no es fácil para ellos decidirse a sentarse en círculo y mostrarse al desnudo, mostrarse vulnerables, ni escuchar atentamente lo que tenga que decir el miembro de una pandilla contraria. Pero lo hacen, a pesar de lo que eso pueda suponer una vez se vuelva a la vida en el patio.

Dos veces al año, comparten esa terapia compartida con gente de fuera durante un largo e intenso fin de semana. En uno de ellos, de hace nueve años, se coló el director Jairus McLeary para rodar (al alimón con Gethin Aldous) un documental fascinante: 'The work. Almas entre rejas', que llega por fin a nuestro país el jueves, día 8, a través de Movistar Estrenos (22.30 h.), un año después de ganar el premio a mejor documental en el festival SXSW. El mismo jueves se podrá ver en el festival Americana de Barcelona.

La humanidad emerge en el filme tan pronto como los protagonistas dejan caer algunas piezas de su armadura

¿Cómo puede ser que antiguos miembros de la Hermandad Aria, los Bloods o los Crips se dejaran capturar por las cámaras en pleno exorcismo emocional? Todo se explica porque McLeary, como sus hermanos Eon (productor) y Miles (productor y montador), eran habituales del programa, en el que habían sido voluntarios durante seis o siete años. Su padre, el psicólogo James McLeary, preside la ONG (Inside Circle Foundation) detrás de esta iniciativa.

Criminales vulnerables

"Cuando propusimos la idea a los presos", explica Jairus en afable conversación por Skype, "la mitad dijo 'no' y la otra mitad dijo 'sí'. No fue tan fácil hacerles entender lo positivo de todo esto. Y no queríamos hacer nada sin su bendición, porque, al fin y al cabo, ellos iban a ser nuestros principales colaboradores. Al final supieron entender que, gracias a la película, la gente entendería que muchos de ellos son seres humanos tratando de mejorar como personas".

'The work. Almas entre rejas' no es una película cualquiera, es una experiencia. Y se puede decir que transformadora. El espectador está tan cerca de los presos como los 'outsiders' integrados en el grupo en ese fin de semana concreto: Charles, un camarero de Los Angeles; Chris, empleado de un museo, y Brian, maestro auxiliar. Junto a ellos, hombres condenados por matar a un hombre o, en el caso del indio americano Dark Cloud, dejar a uno paralítico tras tratar de cortarlo en dos.

"Queríamos que el espectador se situara dentro, y se sintienta incómodo o removido", cuenta el codirector

"Queríamos que el espectador se sintiera ahí dentro", dice Jairus. "Y se sintiera incómodo, o removido de algún modo". Es insólito lo rápido que uno puede empezar a sentirse no tan diferente de gente condenada por asesinato. La humanidad emerge de forma intensa tan pronto como los convictos empiezan a permitirse dejar caer algunas piezas de su armadura. "Las cárceles existen por varias razones", explica el codirector. "Para proteger a la gente, porque hay personas que hacen daño a la sociedad. Para recordar que hay que cumplir unas normas. Pero también para que toda la gente supuestamente normal pueda olvidar los problemas de la sociedad. Pagas unos impuestos, esos impuestos van al sistema y te puedes dedicar a ver 'reality shows'. Sin embargo, nunca he visto una humanidad tan verdadera como entre esas cuatro paredes. Es algo increíble y queríamos mostrarlo".

Hijos sin padre

Muchos de los presos parecen víctimas de una visión obsoleta de la masculinidad inculcada por sus mayores y según la cual no está bien llorar, ni mostrar emociones, ni ser realmente uno mismo. "Rodamos esta película hace nueve años, debió salir en la era de Obama, pero acabó saliendo en la era de Trump, cuando solo tienes que encender la televisión u hojear un periódico para ver infinitos ejemplos de masculinidad tóxica. Está por todas partes. No es solo gente violenta, o gente que se aprovecha de su poder para practicar el acoso. También se da en formas menos visibles".

Otra idea emerge en el curso del fin de semana capturado por los McLeary: gran parte del crimen futuro nunca llegaría a producirse si menos personas incapacitadas para ser padres decidieran tener hijos. Kiki (miembro de una banda) no llevaría 17 años en prisión de haber tenido un padre que le dejara llorar. De los tres invitados a la terapia, dos sacan traumas parentales. Charles no recibió de su padre el amor que necesitaba. Chris siempre quería ayudar al suyo en todo cuando era niño, pero nunca pudo acercarse en exceso. "Un padre ausente, o un padre que no te deja formar parte de su vida, puede ser tan dañino como uno que te maltrata físicamente", afirma Jairus.

Los reos muestran una visión obsoleta de la masculinidad, según la cual no se pueden expresar emociones

Para uno de los convictos, su hijo es un recordatorio de la importancia de estar ahí y mejorar y salir algún día, pero está empezando a pensar si no sería mejor tirar la toalla; quitarse la vida. En el momento quizá más emotivo de la película, un facilitador trata de quitarle la idea de la cabeza, los dos se abrazan con intensidad, y el micro del facilitador captura los latidos de los corazones, acelerados, fuertes.

Qué pasó después

El índice de reincidencia entre los presos que han atendido el programa es bajo, muy bajo: ninguno ha vuelto a la cárcel (y dentro de la propia prisión, los incidentes violentos han disminuido). La mayoría de los presos a los que conocemos en la película están fuera.

Los invitados al fin de semana están mejor en general. Uno de ellos, Brian, sigue haciendo esa terapia porque lo necesita. Otro, Chris, volvió a estudiar y ahora es profesor universitario. "Nada mal para alguien que buscaba dirección. Todavía no ha visto la película, por cierto. Cuando le pregunto, siempre me dice que no la hizo para verse a sí mismo en una pantalla. Estuvo allí y no necesita verlo".

El índice de reincidencia entre los presos que han participado en el programa es muy bajo

Por su parte, Jairus da vueltas a un proyecto sobre las dificultades de la reinserción social postpenitenciaria. Planea seguir haciendo documentales sin miedo a la emoción: "Hace un tiempo, no tan lejano, los documentales eran fríos y secos y no estaba permitido ir más allá del reportaje investigativo. Pero la subjetividad ha dejado de estar mal vista. Desde hace un tiempo proliferan los documentales personales. Es algo liberador".