40º aniversario

El sábado santo rojo de la legalización del PCE

Fue el momento crítico de la Transición. Con las procesiones de Semana Santa en pleno apogeo, Europa Press y Radio Nacional de España anunciaban el 9 de abril de 1977 que el PCE había sido legalizado. Esta vez sí, la guerra había terminado.

JUANCHO DUMALL

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El 27 de febrero de 1977, el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, se reunió en secreto con el secretario general del PCESantiago Carrillo, en la casa de José Mario Armero, presidente de Europa Press, en las afueras de Madrid. «Usted y yo -le dijo el presidente al líder comunista- hemos estado jugando este año una partida de ajedrez y su avance de peones ha condicionado mi juego». Fue, según cuenta Carrillo en sus memorias, la forma de romper el hielo en una reunión que pasará a la historia porque de allí salió la firme decisión de Suárez de legalizar el Partido Comunista de España, el ogro del franquismo, un régimen que seguía dando coletazos aun muerto Franco.

La imagen de la partida de ajedrez no era nada desacertada. Era la metáfora de la Transición. En el tablero se planteaba el conflicto entre legalidad y legitimidad. Para que la evolución del régimen hacia la democracia fuera legítima antes había que legalizar a todas las fuerzas de la oposición. Y el PCE, el partido que había sido el pilar de la lucha antifranquista, la formación que jugó un papel decisivo en la guerra civil, no podía ser una excepción. Si los comunistas no se podían presentar a las primeras elecciones después de la muerte del dictador, no había democracia presentable. Así de sencillo.

GUERRA CONTRA LOS ROJOS

Suárez, por supuesto, lo sabía. Pero sabía también que su reforma política tenía unos límites. Los que le fijaba el Ejército, guardián de las esencias del franquismo. «Los ejércitos se oponían de una forma radical: habían hecho una guerra contra los rojos, la habían ganado, eran sus enemigos naturales y no podían admitirlos en la legalidad. Los rojos representaban la subversión, y los ejércitos estaban para aplacar las subversiones», señala en su libro 'Puedo prometer y prometo' Fernando Ónega, que en aquellos tiempos trabajaba en el gabinete de prensa de la Moncloa.

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Vista con la perspectiva de hoy, la legalización del PCE ofrece algunas lecciones. La primera, que los tribunales no pueden suplir a la política. Suárez decidió llevar al Tribunal Supremo la patata caliente de la legalización del PCE. Se trataba de dilucidar si los estatutos del partido de la hoz y el martillo no vulneraban el artículo 172 del Código Penal. Pero los magistrados de la Sala Cuarta, tras fallecer de repente su presidente, proclive a la autorización, se enfrentaron al Ejecutivo. Las presiones del presidente y de su ministro de Justicia, Landelino Lavilla, lograron al final que el Supremo se declarara incompetente. El Gobierno, en otro movimiento de ajedrez, pasó entonces el asunto a la Junta de Fiscales, que, en plena Semana Santa, decide que «no se desprende ningún dato que determine (…) la incriminación del PCE en cualquiera de las formas de asociación ilícita que define y castiga el artículo 172 del Código Penal». El histórico partido de Pasionaria, Líster y El Campesino quedaba legalizado.

'SABADAZO'

Los mexicanos acuñaron el término 'sabadazo' para referirse a las decisiones políticas o administrativas que se toman en sábado, cuando las oficinas públicas están cerradas, de manera que los efectos de tales resoluciones quedan atemperados el lunes. La legalización del PCE fue un sabadazo con premeditación y alevosía. Se produjo el Sábado Santo (Sábado de Gloria, para los católicos, y desde entonces Sábado Santo rojo para historiadores y comentaristas), con más de media España de vacaciones y ministerios y cuarteles a media asta.

La reacción fue moderada. Suárez había insistido mucho a Carrillo que no convenía una respuesta entusiasta, con profusión de banderas y desfiles. Los militares, probablemente, no lo soportarían. Y el PCE, como había hecho unos meses antes en el entierro de los abogados asesinados en el despacho de la calle de Atocha, dio una lección de disciplina y contención. «No había que insistir en que no saliéramos a la calle con las banderas desplegadas -señala Andreu Claret, miembro entonces del comité central del PSUC-, la actitud de moderación era bastante natural, sabiendo la fortaleza del régimen». Las fotos de prensa de la época, en riguroso blanco y negro, dan idea de celebraciones de tamaño familiar.

JUEGO DEMOCRÁTICO

Las consecuencias de la legalización del PCE fueron enormes: Suárez conseguía, al fin, la legitimidad interior y, en buena medida, internacional de su reforma política; España daba el paso decisivo para equipararse con las democracias europeas; los comunistas aceptaban participar en el juego democrático de una monarquía constitucional, bandera bicolor incluida, y con economía de mercado, y las fuerzas armadas españolas lo aceptaban, aunque se desahogaban con una intolerable nota en la que se criticaba la «unilateralidad» de la medida. Eso da idea de hasta qué punto los militares se sentían en aquellos años dueños de las decisiones políticas, al mismo nivel que el Gobierno. De hecho el ministro de Marina, Pita da Veiga, presentó su dimisión y maniobró para que nadie de uniforme se prestara a sustituirlo.

«A muchos de nosotros nos cambió la vida», señala Andreu Claret, que trabajaba como periodista en 'Cambio 16', una revista de referencia en la época, pero llevaba una doble vida como militante del PSUC. «Ahora tocaba salir del armario y dedicarse más al trabajo político», añade.

¿Jugó bien sus cartas Santiago Carrillo en aquellas horas decisivas? La opinión general es que sí. El PCE, pese a su leyenda, tenía una fuerza relativa en ese momento frente al aparato del Estado. Y si unos años antes sus dirigentes soñaban con una ruptura democrática similar a la de Portugal en la Revolución de los Claveles (abril de 1974), en forma de Huelga Nacional Pacífica (HNP), cuando  murió el dictador vieron claro que la vía era la consolidación de la democracia y que el partido estuviera en la línea de salida en las primeras elecciones democráticas. No iba a haber ruptura, sino reforma. Y pactada.

El historiador Paul Preston señala en su biografía de Carrillo 'El zorro rojo' que «el precio que pagó había sido alto, pero no tenía otra opción. Su pacto con Suárez pretendía impedir la marginación del PCE y que fuese eclipsado por el PSOE en las elecciones».

RESPALDO DE WILLY BRANDT AL PSOE

En esa crucial cita con las urnas los comunistas tuvieron que competir con la formación de Felipe González, que recibió un trato muy diferente a los de la hoz y el martillo en aquellos días, entre otras cosas, por el respaldo de los poderosos partidos socialdemócratas europeos, con el alemán Willy Brandt a la cabeza. Uno de los debates que quedaron para la historia es hasta qué punto el PSOE estaba interesado en que el PCE no pudiera participar en las elecciones de junio y dejar así el terreno franco a los del puño y la rosa. 

Ramón Tamames, uno de los hombres fuertes del comunismo de entonces, cuenta que Suárez le dijo años después que los socialistas le habían comentado que «podía dejar lo del PCE para más adelante por las dificultades que planteaba el Ejército».

DERROTA SIMBÓLICA

Antonio Gómez Villar, profesor de teoría política en la Universidad de Girona y activista dentro de Podem de Catalunya, señala que «el PSOE fue capaz de construir la imagen más poderosa de España, en términos hegemónicos, desde 1978. Alguien dijo que su discurso tenía éxito porque era un retrato fidedigno de la sociedad española. El PCE es derrotado en términos simbólicos, carecía de unas poéticas donde expresarse».

El caso es que en las elecciones del 15 de junio de 1977, dos meses después de la legalización y tras una campaña en la que el PCE jugó su baza emocional con el regreso de ilustres exiliados como Pasionaria o Rafael Alberti, los resultados no fueron buenos. El PSOE obtuvo 118 diputados, con el 29% de los votos, y el PCE se quedó en 20 escaños, con el 9%. La UCD logró la victoria con 165 escaños y el 34% de los votos. En  Catalunya –hecho diferencial muy relevante– ganó la izquierda y el PSUC fue el segundo partido más votado por detrás del PSC. 

Algunos historiadores piensan que si el PCE no hubiera concurrido a esas elecciones por ser ilegal, el PSOE podría incluso haber quedado por delante de la UCD de Suárez. Pero tales suposiciones no dejan de ser divertimentos. Estaba claro que unas elecciones sin los comunistas no hubieran legitimado la naciente democracia española y el PCE hubiera lanzado entonces una campaña en la calle de consecuencias imprevisibles.

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Otro de los aspectos interesantes en el capítulo histórico de la legalización del PCE es el del papel del rey Juan Carlos. A los pocos meses de morir Franco, el monarca envió a Rumanía a Manuel de Prado y Colón de Carvajal en una misión diplomática no oficial. Se trataba de reunirse con el presidente Nicolae Ceaucescu para sondearle a propósito de una futura legalización de los comunistas españoles y de las posibilidades de apoyo a una monarquía impuesta por el dictador. 

Sin embargo, en los días previos al Sábado Santo rojo, el Rey se mantuvo al margen de los tiras y aflojas de Suárez y Carrillo. Se intentaba no implicar a quien era el jefe máximo de las Fuerzas Armadas en un asunto político que causaba un enorme malestar entre los militares. Suárez hizo de fusible. El presidente del Gobierno informó al Rey de cada paso que dio, pero protegió al jefe del Estado del malestar en los cuarteles.

DEMOCRACIA INJUSTA

La pregunta hoy, después de todas las vicisitudes que forman ya parte de la historia, es qué queda del espíritu de aquel PCE, representante del orgullo de la izquierda y de la República derrotada. Puede afirmarse que la democracia fue injusta con la formación que más se partió la cara contra la dictadura, pero lo cierto es que el PCE encontró un techo electoral en 1977 y luego se consumió en un rosario de guerras internas que arrasaron con todos los liderazgos. «Desde la Transición, el PCE ha perdido todas las batallas simbólicas», señala  Antonio Gómez Villar, quien añade que le ha perjudicado la actitud de ser siempre «vigilante de sus esencias, sin reconocer la realidad que le rodeaba».

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¿Es Podemos, formación teóricamente situada a la izquierda del PSOE, la heredera de aquel PCE de la Transición? Y el politólogo Gómez Villar se remite a una imagen reciente: «Sucede en Córdoba, durante la campaña electoral del 26-J. Pablo Iglesias interviene en un acto y, por sorpresa, aparece Julio Anguita. Ambos se funden en un cálido abrazo. Pablo, visiblemente emocionado, llorando, no puede continuar. Julio le dice al oído: ‘Pablo, te llevo esperando desde el 77’». De hecho, uno de los puntos de fricción en el duro debate interno de Podemos fue la tesis de Errejón de que la formación morada no podía ser un PCE 2.0.

Pero 40 años después del Sábado Santo rojo lo que queda es que los comunistas dieron una lección de contención, disciplina y también de generosidad. Suárez se jugó el futuro político dando un salto arriesgado para el que la sociedad española estaba sobradamente preparada. Los miedos en las altas instancias del poder a los comunistas eran exagerados. Al final, los militantes repartieron ejemplares del 'Mundo Obrero' anunciando que el PCE era legal, en uno de los momentos más emocionantes de la recuperación de las libertades en España.