La jueza y el torero

La muerte de Palomo Linares trunca sus planes de boda de Concha Azuara

La jueza Concha Azuara y Palomo Linares, el pasado enero, en Madrid.

La jueza Concha Azuara y Palomo Linares, el pasado enero, en Madrid.

POR JUAN FERNÁNDEZ

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Fue su último amor, la que le había devuelto la ilusión en el tramo final de su vida y quien estuvo a su lado cuando sus problemas de salud le anunciaron que se acercaba a su postrero cambio de tercio. Pero Concha Azuara, la compañera sentimental del torero y pintor Palomo Linares, fallecido el pasado lunes en un hospital de Madrid tres días antes de cumplir 70 años, no puede atribuirse la condición de viuda. Al menos no de derecho, ese que tanto le ocupa y preocupa por su condición de magistrada. Sí lo es, en cambio, de hecho, pues ha sido ella a quien se ha visto llorar con más desconsuelo en el velatorio.

La muerte, que alcanzó al torero tras una complicación de la operación a corazón abierto, ha corrido más que sus inminentes planes de boda, sobre los que la pareja se permitía bromear en sus encuentros con la prensa, habituales desde que hicieron pública su relación en la primavera del 2014.

LA MUJER DISCRETA

Que el matador hubiera vuelto a enamorarse tres años después de divorciarse de la modelo Marina Danko, con quien había estado casada 32 años y tenía tres hijos, era noticia; pero aún más lo era que la nueva dueña de su corazón fuera una discreta jueza 29 años más joven que él, aficionada a los toros, sí, pero con un perfil poco habitual en los ambientes taurinos y artísticos, llenos siempre de flases, en los que el diestro se ha movido toda su vida.

Se habían conocido meses antes en una entrega de premios y el flechazo, según contaban los tórtolos, fue instantáneo. Desde entonces, Azuara acompañó en todo momento al matador, que apenas ha recibido visitas de sus hijos en este tiempo, y de su brazo llegó al hospital del que salió en ataúd. Sin embargo, como bien sabe la magistrada, en los momentos trágicos la ley manda sobre el amor: fueron los hijos de Linares, y no ella, quienes tomaron las decisiones importantes en la agonía del matador, como la de donar todos sus órganos, y quienes ejercían de familiares del difunto en el tanatorio. Concha ponía las lágrimas.