No eres lo que logras, eres lo que superas

LUCÍA ETXEBARRIA

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Si la semana pasada ustedes leyeron un artículo sobre cremas que no tenía ni pies ni cabeza, no es que yo me volviera loca (que tampoco sería raro,), sino que hubo un error de edición. En cualquier caso pueden leer el artículo completo en la web de este periódico si teclean en Google 'Tu amigo, tu amante, tu hada madrina y tu crema hidratante'.

Precisamente de errores trata este artículo porque la vida está llena de ellos.

Este artículo verá la luz en Sant Jordi. Hace no tantos años yo era una de las autoras más vendidas en Sant Jordi. Era joven, era guapa, tenía dinero y estaba casada con un hombre muy guapo, periodista de mucho éxito. Se suponía que había triunfado.

¿Era guapa? Puede, yo no me sentía así. Me comparaba incesantemente con mujeres hiperreales, que viven en otra realidad 'bigger than life', y que usan tallas que en la vida real solo usa el 5% de las mujeres adultas de este país. Vivía amargada y constantemente a dieta.

¿Era feliz en mi matrimonio? No. Dependía emocionalmente de él de una manera tan inmadura e infantil como para que yo viviera siempre estresada. Cada vez que él se enfadaba creía que se me hundía el mundo, y como mi felicidad dependía de la suya, yo nunca podía ser feliz.

¿Había triunfado? Si triunfar es vender libros, sí. Pero eso no duró mucho. De pronto llegó la piratería y como mi público siempre ha sido joven yo pasé de figurar de entre las autoras más vendidas a entre las más pirateadas.

Mi matrimonio de desmoronó. Cometí el inmenso error de ir a un 'reality' en el que me acosaron sexualmente (algo que ya puedo contar porque por fin un juez ha reconocido que fue verdad) y la cadena de televisión, para que la historia no saliera a la luz, inició una campaña salvaje de desprestigio contra mí. Todo mi presunto triunfo se fue al garete.

Publiqué un artículo en un blog en el que contaba una historia personal. Una chica se sintió identificada y decidió que le aludía a ella. No se decía su nombre ni se aportaba información que la identificara. Pero la legislación en España es muy vaga. Si la persona que se siente vejada puede demostrar que los hechos narrados son ciertos y que alguien la ha reconocido, la demanda se admite, así que ella llevó a unas amigas a juicio.

España es un país en el que el fiscal anticorrupción intentó frenar a toda costa una investigación por corrupción. Por lo tanto ya se sabe que en España los jueces son muy particulares. En un juicio dependes de la decisión del juez, y el juez en este caso estaba muy significado políticamente, y yo no le caía muy simpática. Tuve que pagar a esa chica 18.000 euros.

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Su decisión creaba jurisprudencia. Es decir, sentaba las bases como para que cualquiera pudiera demandarme solo con decir que se sentía reconocido en una novela o un artículo autobiográfico. Con lo cual era imposible publicar mi siguiente novela en España. Mi propia abogada me recomendó no hacerlo. No me quedó más remedio que publicarla en Francia.

Mi carrera, se suponía, se había acabado. Así que en menos de 10 Sant Jordi había pasado de ser una 'it girl' a ser -de nuevo según los cánones de esta sociedad- una total fracasada.

La vocación, dicen, se prueba en el fracaso. Yo había perdido el éxito, pero no la vocación. Podría dejar de publicar, pero no de escribir.

El lenguaje poético es, implícitamente, una invitación a buscar otro modo de estar en la realidad, de estar en el mundo. Y yo necesitaba de forma desesperada otra manera de estar en el mundo. Por eso me puse como loca a escribir poesías.

La poesía me ha permitido atisbar la belleza y la espiritualidad en las cosas, incluso en aquellas que parecen ocultas. Aquellos seres absurdamente normales que no cometen errores, aquellos que no han tenido un problema en sus vidas que los haya dejado amargados o traumatizados, no leen poesía y no la escriben. El resto sabemos que la poesía nos salva.

Mi agente me contó que en una conversación de salón una editora, que no sabía que la chica que estaba frente a ella era, precisamente, mi agente, soltó esa frase lapidaria. «¿Lucía Etxebarria? Esa ya está acabada». Esa editora, muy joven, aún no había aprendido que en la vida no eres lo que logras, sino lo que superas.

En este Sant Jordi, si quiere ver cómo de acabada estoy, busque en mi página de Facebook. Los enclaves y horarios de mis firmas vienen reseñados allí.