UN PAÍS QUE SE DESANGRA

La muerte del 'valle de la pistola'

Hay pueblos que viven de las armas y otros que mueren por las armas. En Nueva Inglaterra están casi pegados. Fue a orillas del río Connecticut donde nació esta industria que mueve miles de millones de dólares y que está sirviendo para que el país se desangre. Solo en los últimos 10 días, un hombre mató a tres personas en una clínica de abortos en Colorado, y el tiroteo de California ha dejado un reguero de 14 muertos.

Viaje a la cuna de la industria de las armas de EEUU, un país donde mueren cada día 88 personas por armas de fuego y que esta semana llora a las 14 víctimas del tiroteo de California

RICARDO MIR DE FRANCIA

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Ya jubilado y miembro de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), Rock pasa algunas tardes en el bar donde sus antiguos compañeros toman algo antes de empezar el turno. "En la planta no te pagan como a un físico nuclear, pero son buenos salarios, con vacaciones y cosas así", dice reclinado en un taburete, serio y con los brazos cruzados. Cuando criaba a sus tres hijos, llegó a tener hasta 55 armas en casa. Les enseñó a manejarlas con seguridad. Les inculcó respeto. "Las armas por sí mismas no son violentas. Se necesita una mente criminal para que hagan daño". Para ponerlos a prueba, les dejaba pistolas descargadas por la casa y los vigilaba, pero ninguno ha heredado su necesidad de tener armas. La suya, en cambio, es innegociable. "Si Hillary es elegida y quiere abolir la Segunda Enmienda, mucha gente no se las dará. Habrá mucha resistencia, casi como una guerra".

Esa enmienda constitucional se aprobó en 1791 y está siempre en boca de los amantes de las armas. Dice así: "Siendo necesaria una milicia bien regulada para la seguridad de un Estado libre, el derecho a poseer y portar armas no será infringido". La ley no prohíbe que se regulen, pero la esencia (refrendada por el Supremo en el 2008) es inamovible, como las Tablas de la Ley. Lo que está cambiando son ciertos patrones en la industria de las armas a medida que el país se desangra. Una industria que no nació entre los vaqueros de Texas o Arizona, sino en la puritana Nueva Inglaterra, convertida hoy en una de las regiones más liberales y hostiles a las armas del país.

SPRINGFIELD, EL ORIGEN

Esos orígenes están en una colina de Springfield, una pequeña ciudad muy venida a menos donde también se fabricaron los primeros coches de gasolina o se inventaron las reglas del baloncesto. En plena guerra de la Independencia contra los británicos, George Washington estableció allí la llamada Armería de Springfield, donde se fabricaron la mayoría de rifles y pistolas utilizadas por el Ejército estadounidense hasta 1968, cuando en plena guerra de Vietnam, el secretario de Defensa, Robert McNamara, decidió privatizar toda la producción para solaz de sus amigos en Wall Street. "Aquí las armas tienen raíces profundas pero no somos parte de la imagen romántica de Hollywood", dice Richard Colton, el historiador de la Armería, que ahora ejerce de museo y monumento nacional. "Para nosotros ha sido una experiencia urbana, más asociada a la producción industrial que a demostrar ciertos valores sociales". 

Colton explica que el Gobierno financió inicialmente a particulares para que establecieran fábricas y le ayudaran a complementar la producción y, más tarde, compartió con sus contratistas privados la tecnología desarrollada en la Armería. Hacia mediados del siglo XIX el arte de la fabricación de armas se había extendido por todo valle del río Connecticut que atraviesa Nueva Inglaterra. La industria estaba lista para volar sola y en un espacio de apenas 20 años nacerían sus grandes pioneros. Nombres como Colt, Winchester y Marlin en Connecticut; Smith & Wesson, en Massachusetts; y Remington, la más antigua de todas (1816), en Nueva York. Un dicho de la época ilustra el lugar que las armas pasaron a ocupar en la mitología estadounidense: "Puede que Dios creara a todos los hombres, pero fue Samuel Colt quien los hizo iguales". Colt había inventado el revólver con tambor mecanizado de seis balas. El engorro de recargar tras cada disparo era ya historia. 

10.100 MILLONES DE EUROS

Fue así como nació el llamado valle de la pistola, la cuna de una industria que mueve actualmente unos 10.100 millones de euros y que no deja de crecer pese al trauma nacional que provocan las periódicas masacres en lugares públicos o el goteo diario de asesinatos, suicidios, accidentes y violencia machista a punta de pistola. Las armas se cobraron tantas víctimas el año pasado como los accidentes de tráfico, según el Centro para la Prevención y Control de las Enfermedades, unas cifras que no tienen parangón en ninguna otra sociedad industrializada. Y aunque el número de hogares con armas ha descendido en las últimas décadas en paralelo a los índices de criminalidad, la industria ha vivido durante la presidencia de Barack Obama una época irrepetible. En algunas tiendas de armas su cara aparece junto a una frase que lo describe como "el vendedor del año".

"Cada vez que habla de regular las armas, la gente viene y se lleva todo lo que puede. Es una locura, te puedes quedar con los mostradores vacíos", dice Dough Odishoo, el dueño de Delta Arsenal, una armería del valle que ejerce también de galería de tiro en Wallingford (Connecticut). La demanda ha sido tan brutal que la producción ha pasado de 5,5 millones de armas en el 2009, el año del inicio de su presidencia, a 10,8 millones en el 2013. El efecto Obama también se ha notado en la bolsa. Las acciones de Sturm Ruger y Smith & Wesson, dos de los mayores fabricantes para la industria civil, se han revalorizado un 800% y un 650% respectivamente durante su mandato. 

LA AMÉRICA ATRINCHERADA

Odishoo no cree que las armas sean el problema de la violencia que sacude al país. «El problema está en la atención psiquiátrica y en los videojuegos, las películas y los medios. Estos últimos han conseguido insensibilizar a la gente sobre la violencia y glorificar a los asesinos», sostiene utilizando algunos de los argumentos de cabecera de la NRA, de la que es miembro. Los medios a los que alude no son especialmente populares en este mundillo, en el que abundan las suspicacias, como dejó claro el dueño de otra tienda de armas en Derby (CT). "No hablamos con los medios como política de la casa», dijo después de que el reportero se presentara. «Los medios son jodida basura liberal y el verdadero problema en el debate sobre las armas en este país. ¿Te ha quedado claro?". Me parece que sí.

La América en las trincheras tiene miedo. Un miedo irracional y conspiratorio a veces, en la mejor tradición de la John Birch Society, y otras más fundamentado. Odishoo confiesa que entre sus clientes «hay mucha gente que cree que estamos ante un colapso inminente de la sociedad» y él mismo considera que el país se está deslizando hacia una tiranía. Pero luego esta ese otro escalofrío de Merissa Benevich, que aprende a disparar bajo la tutela experta de su marido en Delta Arsenal. Tiene 28 años y un niño de 6. "Siento que el mundo alrededor mío está cambiando muy rápidamente y me da miedo. Ya no te sientes segura en ningún sitio". Habla de los robos a punta de pistola en su barrio y de los tiroteos en cines, escuelas, universidades, restaurantes... "Me impactó mucho la masacre de Sandy Hook. Yo también trabajo con niños en una guardería y pienso que me podría haber tocado a mí". Benevich no solo ha optado por armarse. También ha cambiado sus hábitos. Ya no va al cine con su hijo y cuando va de compras a Walmart deja al niño con su marido. "Mis amigas no lo entienden pero siento que necesito un arma para proteger a mi familia".  

Por unos motivos o por otros, el país está saturado de pipas en manos de civiles. Las últimas estimaciones apuntan a que hay unos 350 millones, más de una por habitante, aunque nadie sabe exactamente cuántas hay porque el lobi y sus amigos en el Congreso han impedido que se cree una base de datos nacional con nombres y apellidos. Lo considera el primer paso hacia el desarme. Financiada con millones de dólares de la industria y las cuotas mayoritariamente modestas de sus afiliados, la NRA ha hecho del absolutismo su mejor estrategia para que nada cambie. No tolera un paso atrás. Su tesis es que las leyes contra las armas solo afectan a la gente de bien porque los criminales siempre saben cómo conseguirlas. Cuantos más armas tengan los "good guys", más seguro será el país.

TRAUMAS Y SILENCIO EN NEWTON

Pero lo cierto es que las armas no dejan de destruir a comunidades enteras alrededor del país. Pueblos como Newtown (Connecticut), donde no solo está la ya famosa escuela de Sandy Hook, uno de los símbolos del luto de esa otra América, sino también la sede de la patronal de la industria de las armas, la llamada Fundación Nacional de los Deportes de Tiro (NSSF, de sus siglas en inglés). Tres años después de aquella infamia (20 niños de 6 y 7 años ejecutados mientras estudiaban, además de seis adultos empleados del centro), Newtown es un lugar extraño de miradas esquivas y silencios incómodos. Un cartel en la carretera llama a tratar al vecino como te gustaría que a ti te trataran. 

Muy pocos quieren hablar con el forastero. Y para referirse a lo que pasó allí no se utilizan los términos masacre o crimen. Es simplemente 14/12, la aséptica fecha de aquel terrible 14 de diciembre del 2012, su 11-S particular. La casa donde vivía el asesino, una mansión como muchas otras en un pueblo que huele a dinero, ha sido derruida para borrar su memoria y también la vieja escuela, aunque en el mismo sitio se construye una nueva. A medida que se acerca la fecha de reapertura, algunos profesores se están echando atrás. No están preparados para volver. El estrés postraumático planea como una plaga bíblica sobre sus 27.000 habitantes.

"La tragedia afectó a todo el mundo", dice Christine Miller. "Más que qué ha cambiado, la pregunta correcta sería qué no ha cambiado". Uno de sus cuatro hijos estudiaba en el colegio. Aquel día esuchó por megafonía las detonaciones mientras estaba en el gimnasio y se escondió en un armario antes de ingeniárselas para huir con vida. Pero durante dos años se levantó dos o tres noches a la semana chillando con pesadillas, todas relacionadas con el tiroteo. Solo el tratamiento psicológico logró que cesaran. "Muchos niños que sobrevivieron están traumatizados, algunos matrimonios se han roto, hay familias que se han ido…", dice Miller en una larga letanía. La suya nunca llegó a planteárselo seriamente porque, como suele suceder tras eventos traumáticos de esta naturaleza, su hijo solo quiere estar con sus amigos del colegio, los únicos que a su juicio le pueden comprender. 

LENTA RECUPERACIÓN

Jennifer Barahona dirige la Fundación Comunitaria Newtown-Sandy Hook, la más importante de las muchas que se crearon para ayudar a las víctimas. Hasta la fecha ha repartido casi 7,3 millones de euros entre las familias de los 26 fallecidos y los 14 niños de las dos clases con las que se cebó el asesino (en una, solo sobrevivió un niño). La recuperación va lenta. "Es como un tapiz que se ha roto y tienes que recoserlo, pero te das cuenta de que hay hilos que ya no encajan donde solían estar", dice Barahona en su despacho.

Tras la tragedia de Sandy Hook, Obama propuso una amplia reforma para endurecer las leyes de las armas, pero murió a las primeras de cambio en el Congreso. En Connecticut fue diferente, al igual que en Maryland y Nueva York. "Hubo una gran oposición, con audiencias públicas de hasta 16 horas. Principalmente hablaron los dueños de armas, pero fue una campaña bastante organizada entre los fabricantes, la NRA y los tiradores deportivos", dice la legisladora demócrata Beth Bye, una de las promotoras de la ley. Cuatro meses después de Sandy Hook, su estado aprobó la segunda ley más estricta del país después de la de California. "Si este hubiera sido un estado más rural, donde la gente vive más alejada entre sí y con más miedo, hubiera sido más difícil".

FEROZ BATALLA POLÍTICA

Pero la batalla política dejó ríos de mala sangre con frases como la del gobernador Dannel Malloy, que acusó a la industria de no importarle otra cosa que «vender tantas armas como sea posible al mayor número de personas, aunque estén trastornados, aunque estén mentalmente enfermos, aunque tengan antecedentes». Miles de propietarios de armas de todo el país inundaron los correos de varios fabricantes pidiéndoles que se largaran de la región, que ya de por sí se ha vuelto poco competitiva en términos de costes respecto a los estados proarmas del sur. "Fue la gota que colmó el vaso", dice el portavoz de la NSSF, la patronal de la industria, Mike Bazinet.

Un par de pequeñas empresas se han marchado completamente de la cuna de las armas y varias de las grandes (Sturm Ruger, Mossberg o Remington) han optado por expandirse en el sur para frustración de la clase política local que, aunque no quiera sus pistolas, sí quiere su dinero. Lo que demuestra esta historia es que, por más oposición a las armas que surja en algunos estados, el negocio no se muere, simplemente se desplaza.