María Teresa Blandón: "Nicaragua tiene claros visos de dictadura"

La socióloga y activista feminista denuncia que «los desaparecidos, muertos y torturados del régimen de Somoza» han vuelto con el Gobierno de Ortega

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Núria Marrón

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Hija de campesino y maestra –de la que aprendió, dice, a reconocer y a dolerse de las injusticias–, María Teresa Blandón se enroló con 17 años en la revolución sandinista y luego en el movimiento feminista. Sus luchas contra las opresiones de clase, género y Estado libran ahora un pulso feroz contra Daniel Ortega, cuando la represión de las protestas contra su Gobierno ha dejado ya más de 100 muertos en el último mes y medio. Aquí va una cartografía (nicaragüense) de violencias, y alguna que otra luz.

La muerte, tan presente en su vida. Es cierto. Tras el triunfo de la revolución, tuve que permanecer muchos años en una zona de guerra contra los grupos de la contrarrevolución. Cada noche pensaba que podía ser la última. Recuerdo que la conciencia de la vulnerabilidad de la vida solo era comparable con la sensación de heroísmo, de ser alguien capaz de desafiar al miedo. Y eso era como una especie de altar, más a la muerte que a la vida, diría. Creo que apaciguábamos el terror con la idea de que nuestra causa era justa y que poníamos nuestra vida al servicio de la revolución. Un relato moralizador, porque si no nadie soporta tantos años sabiéndose solo ante la muerte.

"El feminismo me salvó de esa idea del guerrillero heroico, tan instalada en Latinoamérica, que nos rescata de todos los males"

¿Y por qué dice que el feminismo le salvó la vida? Porque me salvó de esa idea del guerrillero heroico, tan instalada en Latinoamérica, que nos rescata de todos los males. Aprendimos que juntas, y juntos en otros momentos, debíamos salvarnos. ¿Sabe? En la guerra tuve que vivir cómo muchos hombres desafiaban innecesariamente a la muerte y combatían en condiciones desventajosas también como prueba de virilidad. Nosotras teníamos más conciencia de que queríamos vivir. 

¿Cuándo empezó a darse cuenta de ese desencaje? Yo entendía la revolución como un discurso que nos hacía iguales y nos incluía a todos. Pero, claro, la orientación del cambio no es igual para hombres y mujeres. Y esto lo empecé a ver en la segunda mitad de la revolución, y ya de la mano de otras reflexiones con mujeres.

"En la guerra, tuve que vivir cómo muchos hombres desafiaban innecesariamente a la muerte, nosotras teníamos más conciencia de que queríamos vivir"

¿Qué afloraba en esas conversaciones? Muchas cosas. Una explicaba que su marido le pegaba. También salía el tema de la carga doméstica, de las relaciones sexuales, tan desiguales y poco gratificantes. Hablábamos del aborto y de la violencia sexual. Y daba vergüenza, porque implicaba a los compañeros revolucionarios. No creo que haya una sola mujer en la revolución que no sufriera acoso. Yo incluida. Algunas  también fueron víctimas de violación. Estas cosas, que primero salían en conversaciones íntimas, se fueron convirtiendo en tema político, aunque el frente sandinista nunca las abordó con seriedad porque era una dirigencia revolucionaria profundamente machista.

En Nicaragua, que tiene seis millones de  habitantes, entre 60 y 70 mujeres son asesinadas cada año. ¿Por qué esta violencia es tan especialmente cruenta en Latinoámerica? Sin negar que ya la hubiera en los pueblos originarios, la antropóloga Rita Segato apunta a que la violencia machista se instala durante la colonización europea y señala que la idea del macho viril se construye con la imagen del colonizador. Así, el cuerpo de las mujeres blancas es un cuerpo dominado, pero el de las indígenas lo es por partida doble: por mujeres y por racializadas. Es cierto también que la servidumbre afecta a hombres y mujeres, pero la de ellas es también sexual. La dominación, pues, se asienta no con una lógica  deliberada, sino, como diría Hannah Arendt, banalizando el daño.

"La violencia machista se instala durante la colonización europea; y ese desprecio por las mujeres llega hasta hoy"

Una herencia envenenada, vaya. Sí. De ahí que, hoy, hombres que son excluidos de las lógicas neoliberales pero que fueron enseñados a despreciar a las mujeres sientan que siempre tienen a alguien más abajo a quien aplastar. Para muchos, las mujeres se han convertido en el único espacio donde se sienten poderosos. No se sienten poderosos frente al millonario que los explota, al mercado que les excluye o a la publicidad que los ignora. ¿Cuál es entonces el único lugar donde creen que su virilidad se restablece? El cuerpo de las mujeres.

Los feminicidios, dice, hablan de la sociedad que hemos construido. Es que, además, tenemos Estados profundamente patriarcales que han hecho poco o nada para reeducar y acabar con esta impunidad.

"Los abusos infantiles en Nicaragua son de terror: el Gobierno ni investiga los casos ni permite la interrupción del embarazo"

Usted acusa al Gobierno incluso de colaborar, dice, con la «pandemia» de abusos a menores del país. Es que en Nicaragua esto es de terror. Se estima que, como mínimo, 16.400 niñas de entre 10 y 14 años en la última década han quedado embarazadas por una violación. Además, el Instituto de Medicina Legal señala que el 87% de las víctimas son niñas y que solo el 9% de los agresores son desconocidos. Así que podemos decir que las familias nicaragüenses están atravesadas por los abusos sexuales. ¿Y qué hace el Gobierno de Ortega?

¿Qué hace? Ni investiga los casos ni procura la interrupción del embarazo, prohibida de manera absoluta desde el 2007. A las niñas rurales se las lleva a casas maternas donde las atienden y se les enseña el oficio de ser madre. Es un escándalo, un drama del que el Estado no se quiere hacer cargo porque este Gobierno desprecia la vida de las mujeres, las niñas y la maternidad.

El propio Ortega fue acusado de abusos por su hijastra y la juez archivó la denuncia porque había prescrito. Las feministas fuimos las únicas que la escuchamos y la apoyamos. De hecho, quienes luchamos contra las violencias y en favor de los derechos reproductivos y sexuales sabemos los riesgos que corremos. Nos  vigilan, nos amenazan y sufrimos campañas de desprestigio del Gobierno: ¡nos acusan de vivir de la cooperación y del sufrimiento de las mujeres! Nos han expulsado de todos los espacios de interacción con el Estado. La hostilidad es enorme. 

"Estamos en un Estado mara, como dice el politólogo Andrés Pérez-Paltodano, porque actúa al margen de toda legalidad"

¿Hay encarceladas por abortar? Que sepamos, no. Hay mujeres denunciadas y también nos han amenazado con demandas por defender este derecho. El poder judicial no ha actuado como en El Salvador, donde sí hay presas. Digamos que se ha optado por dispensar un enorme maltrato en los hospitales públicos a quienes llegan en situaciones de aborto, sea o no provodado. Las tratan como a delincuentes. A una mujer la denunció la propia directora del hospital y la policía la sacó cuando ni siquiera se había recuperado. Logramos que no la encarcelaran y que le pusieran un multa de trabajo comunitario.

Oiga, Nicaragua está ahora bañada en sangre. Ortega está acusado de reprimir a tiros las protestas en su contra del último mes y medio. ¿Ante qué estamos?    

Creo que ya pasamos de un Gobierno profundamente autoritario y podemos hablar de uno con claros visos de dictadura. Los desaparecidos, muertos y torturados que sufrimos con Somoza... es lo que tenemos ahora. En los últimos meses, empezaron a exterminar a adversarios de forma selectiva. Pero desde abril, cuando los universitarios se levantaron contra la reforma de la seguridad social, la policía ya está usando armas de asalto: hay más de 100 personas asesinadas, la mayoría jóvenes, desaparecidos, heridos... Los hospitales públicos se han negado a informar de los fallecidos. Y en el colmo de la crueldad estatal, han obligado a familias a firmar un documento para no denunciar la muerte a cambio de entregar el cadáver. Esto ya es el fascismo. Apresaron a más de 200 jóvenes y algunos fueron torturados: amenazaron con matarlos, los golpearon, les arrancaron las uñas.

"Queremos que Ortega se vaya sin matarnos más, y que la comunidad internacional se mueva y se conmueva"

¿Y ahora qué? No hay retroceso. Pero hay que decir que Ortega ha resistido estos 10 años con el apoyo de las élites económicas. Sin embargo, la variable que dictadores y explotadores no pueden controlar es la indignación popular. Y esto es lo que evidencian estas protestas reprimidas por la policía y los paramilitares, que han quedado expuestos de forma muy gráfica en las redes sociales. Estos hombres grandes, con casco que van en moto... nunca se habían visto en Nicaragua, es un fenómeno del Gobierno de Ortega. Estamos en un Estado mara, como dijo el politólogo Andrés Pérez-Baltodano.

¿Un Estado mara? Sí, que actúa al margen de toda legalidad. La resistencia de Ortega será tenaz, porque debería dar cuenta de muchas cosas, entre ellas las acusaciones de corrupción, pero veo esperanza en cómo intelectuales y movimientos sociales desafían la represión. El diálogo puede pasar por un adelanto electoral –las últimas elecciones fueron un fraude– e intentar una salida pacífica de Ortega y Rosario Murillo. Queremos que se vayan sin matarnos más. Y que la comunidad internacional se mueva y se conmueva. No queremos que hagan declaraciones cuando nuestras familias estén otra vez devastadas por el dolor.

"Con todas las críticas que se le pueda hacer, creo que el movimiento feminista es un laboratorio que anuncia otra forma de pensar la vida. Y no es poca cosa"

El panorama es terrible. ¿Se pregunta a veces de qué han servido tantas luchas y tantos costes? Mire, con todas las críticas que se le pueda hacer, creo que el movimiento feminista es un laboratorio que anuncia otra forma de pensar la vida. Y no es poca cosa. A nosotras, por ejemplo, nos enseñaron a cuidar. Y si resignificamos el cuidado como un valor universal, se lo podemos devolver al mundo con nociones y prácticas para preservar las vidas dignas que se apartan de lógicas depredatorias, neoliberales y guerreristas. Además, también podemos aportar cómo reconocernos diferentes, y a veces dolorosamente diferentes, sin tenernos que exterminar. ¿Y sabe una cosa?

Diga. Si no fuera por todo lo hecho, la vida de muchas mujeres, incluida la mía, sería infinitamente más dura y hostil. Cuando pienso en ello, es como si me tomara un caldo caliente y me dijera: sí, queda mucho por hacer, pero está valiendo la pena.