Arrugas, detox, animales y empatía

LUCÍA ETXEBARRIA

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Un amigo de la facultad organizó una fiesta para celebrar su 50 cumpleaños y gracias a las redes sociales encontró a casi todos los antiguos compañeros. Reunió a unas 100 personas en un bar. Algunos de las cuales no se habían visto en más de 20 años. Al principio yo creí que las chicas eran muy amables: "Quéguapaestásquéguapaestásquéguapaestás", el 'ritornello' repetido una y otra vez. Al fin, una de ellas me cogió e un aparte: "Anda, dime la verdad, ¿es hialurónico?". Se enfadó cuando le dije que no me había hecho nada. No me creía.

Muchas de ellas, obviamente, sí se habían hecho algo. El botox se nota. Yo iba, como voy siempre, cara lavada y pelo secado al aire. Ellas iban impecablemente maquilladas y peinadas. Yo, sin embargo, parecía mucho más joven. Luzco una mata de cabello brillante y abundante. Si quieren pruebas, entren en mi perfil de Instagram. Suelo colgar fotos. Por cierto, no uso cremas.

Poco después me enviaron unos libros sobre una milagrosa dieta detox que se ha puesto de moda. Es el mismo tipo de alimentación que yo llevo años siguiendo, aunque no he sido regular. A veces lo he dejado. Básicamente, desde los 18 años no como productos de origen animal. Por esa razón soy una experta en combinar verduras y frutas de todo tipo y básicamente sobrevivo en función de una dieta vegana más o menos flexible. Y ese es el secreto de mi piel y de mi pelo. Si se fijan ustedes en Lluvia Rojo o en Marilia (que, por cierto, acaba de sacar un disco maravilloso: Infinito) verán lo mismo: aparecen a menudo sin maquillar, cabello y pieles increíbles, ni una sola arruga. Vegetarianas.

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Lo triste es que si una mujer anuncia una dieta vegana con los hashtags #belleza #salud #bienestar #detox etc… , tendrá miles de seguidores en Instagram, y nadie la insultará. Pero ¡ay de ti si promocionas la misma exacta dieta con las etiquetas #animalismo #crueltyfree #contralacrueldadanimal #vidasostenible o similares! Se te llena el muro de trolls. Y lo sé porque he hecho el experimento. Rápidamente te dicen eso de que "las lechugas también sienten" ( las lechugas no poseen sistema nervioso y no pueden experimentar el dolor) o "que dejes ya de dar la matraca y de demonizar a los demás" (porque les haces sentirse culpables).

Por supuesto que en la naturaleza los animales comen a otros animales. Y yo misma comería animales si viviera en un caserío, cultivase mi propio huerto y criase a mis propios animales. Pero las condiciones en las que viven los animales en una granja industrial no son las condiciones en las que vivían los animales de un caserío.

Animales convertidos en máquinas de producir carne a costa de un sufrimiento inimaginable desde el día que nacen. Una vaca, una cabra, un cerdo, son iguales que un perro o un gato: inteligentes y sensibles. Sufren, mucho, la tortura y la vida hacinada sin sol, aire, espacio.

Para colmo, estas granjas industriales están deforestando el planeta. El 14% de las emisiones de gases de efecto invernadero globales pertenecen a la industria de las granjas-factoría, una cifra que superara a la de la industria del automóvil.

¿Y que hay de la huella hídrica? Para producir un kilo de bistec se requieren 15.500 litros de agua. Casi toda ese agua se va en producir el grano y los pastos que servirán para alimentar al animal. Se podía haber invertido directamente en producir cereales para alimentar a niños hambrientos.

No quiero seguir bombardeando números, lo importante es dimensionar con esta pequeñísima muestra lo contaminante y lo injusta, lo antiecológica, lo cruel, que es nuestra cultura carnívora.

Si de paso añadimos que la propia OMS ha confirmado que nuestro consumo excesivo de carne es una de las razones de la epidemia de cáncer y enfermedades cardiovasculares que vive la población occidental, ¿les parece que estoy loca si no como carne? ¿Tengo que recurrir como argumento a algo tan superficial como al hecho de que me conservo joven?

Este artículo es muy corto, apenas se puede convencer a un escéptico en 4.000 caracteres. Pero ahora en cines hay un documental que toca este tema de una manera tan bien explicada como para que al menos alguno de los lectores se lo replantee. El título lo dice todo: Empatía. Porque a mí, cuando alguien me dice que los animales no sienten, lo primero que pienso es que el que no siente es quien me lo dice.