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Me llevo una

Lo peor que nos puede pasar es que al final todas las ganas de cambio se queden en agua de borrajas

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RISTO MEJIDE

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Un atril vacío en el primer debate a 4-1 acaba siendo más elocuente y más comentado que el mismo debate; eso nos da cuenta de los tiempos en los que nos ha tocado vivir. Y me llevo una.

Sí, puede que haya gente a la que le dé igual añadir o sustraer, seguro que piensan que el número final es lo único que cuenta. Pero no es así. No es lo mismo llegar a tres sumando candidatos de uno en uno que restando el que siempre nos falta. No es lo mismo un procès que quiere ir a Mas que un debate que todos sabemos que está mermado, venido a menos. En el caso de números que representan personas, saber a ciencia cierta de dónde vienes importa tanto o más que el hecho de saber hacia dónde vas. Y me llevo dos.

Hay ausencias y ausencias. No todas las no presencias se llevan igual. Porque no todas importan lo mismo, no nos vamos a engañar. Si todas las almas pesaran 21 gramos, no haría falta conocer la calidad de la gente, nos bastaría llegar a una determinada cantidad. Por eso hay ausencias más presentes que los presentes y luego hay ausencias que nadie nota, porque nadie se ha dado cuenta de que en realidad no están. Y me llevo tres.

Después está la ausencia por compromiso. Hay sitios donde no queda bien ir. Aunque te encantaría, no está correcto, no está bien acudir. O si lo haces, puede que quedes como un inconsciente, o peor aún, como un idiota. Como si te vas a jugar al dominó con un grupete de ancianos cuando has dicho que no acudías a los debates con tus contrincantes por tu agenda tan apretada, que como presidente del Gobierno te es imposible de cuadrar. Y me llevo cuatro.

Qué más. Ah, sí, está la ausencia con presencia incluida. Ésta es de mis favoritas. Como cuando estás ahí pero no estás. Como cuando llevas un buen rato leyendo un libro sin procesar lo que lees y tienes que volver a empezar. Como la CUP en Catalunya, que al final votará sí habiendo defendido a muerte el no. Saber hacerse trampas al solitario, cualidad básica de cualquier buen catalán. Como cuando tu pareja te repite por tercera vez la misma cosa y en vez de interrumpirle, tú prefieres asentir muy fuerte y desconectar. No estás escuchando lo que te digo, y tú respondes tirando de memoria auditiva, que es mucho más tramposa que la visual. Y me la llevo con ahínco, porque así paso a llevarme seis.

En cierta ocasión, un guionista de Hollywood me explicó que la diferencia entre un simple actor y una estrella de cine era que el primero no alteraba la escena cada vez que aparecía en pantalla, así que nadie le echa de menos cuando se va. Uno es tan grande como la ausencia que deja tras de sí. Y me llevo siete.

Para terminar, está la ausencia del que jamás se fue. Es la ausencia más incómoda de todas, pues parece que se quedó ahí sólo para recordarte la mediocridad de los que aún no nos escapamos. Ellos son Obi-Wan Kenobi y nosotros somos Luke en Star Wars. Sabemos que el listón lo marcaron entonces, y también sabemos de buena tinta que sólo les podemos decepcionar. Me llevo ocho.

De ahí que sea cual sea el CIS, las encuestas, los barómetros y los sondeos, nos pongamos como nos pongamos, lo peor que nos puede pasar es que al final todas estas ganas de cambio, de regeneración democrática y de nueva etapa en España se quede en nada, en agua de borrajas. Que la mayoría vote a los de siempre para que todo siga igual. Cosa que me temo que es lo que va a pasar.

Y ya no podremos hablar ni siquiera de fin de saga.

Sino de precuela final. H

por Risto Mejide