EL LEGADO DE LA INDIGNACIÓN

15M. AÑO 5

Este domingo se cumplen cinco años de una acampada que hizo aflorar un malestar profundo y que significó una repolitización de la vida que aún no tiene un desenlace claro. Sin el clima que desencadenó el 15M, difícilmente hoy podría entenderse el nacimiento de Podemos, la llegada a la alcaldía de Colau o la impugnación del sistema político y económico. Una nueva convocatoria urge hoy a llenar de nuevo las calles.

El legado de la indignación 15_MEDIA_1

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por NÚRIA MARRÓN

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Solo han pasado cinco años, pero parecen cinco eras geológicas. El centrifugado frenético en el que hemos vivido -y que incluye desde una impugnación al sistema político y económico hasta una abdicación y la irrupción de nuevas formaciones políticas- seguramente tuvo su interruptor en aquel 15 de mayo del 2011 en el que un sinnúmero de espontáneos acamparon en plaza de Catalunya y en la Puerta del Sol tras una manifestación convocada no se sabía muy bien por quién ni para qué.

¿Recuerdan el desconcierto? No eran de derechas ni de izquierdas, repetían, infartados, los opinólogos. Tampoco blandían banderas ni eslóganes homologados. Y eran tan estrambóticos, decía el runrún mediático, que incluso hablaban en femenino plural. Pero, al poco, de entre aquel gran barullo empezó a aflorar una sintonía: los mensajes que salían de las plazas impugnaban el bipartidismo ("del PSOE solo esperamos su autodisolución"), hablaban de rescatar a personas y no a bancos y, aunque el domingo 22 se celebraban elecciones municipales, se mostraban ajenos a la vía electoral y vindicaban la política en primera persona con proclamas como la ubicua "no nos representan" o la irónica "me gusta cuando votas, porque estás como ausente", que se decía parafraseando a Pablo Neruda.

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¿Qué queda hoy de todo aquello? Pues siendo literales hasta el ridículo, se diría que apenas el puñado de tiendas que desde hace unos días se han vuelto a plantar en la plaza y que, a rebufo del Nuit Debout francés, han resistido las lluvias confiando en que la convocatoria mundial que este domingo llama a llenar de nuevo las calles "suponga otro gran estallido", apunta Vero, una de las acampadas.

Sin embargo, sin anticipar nuevos terremotos y echando la vista atrás, no es difícil ver que aquel gran rugido "supuso un punto de inflexión, un cambio de tiempo que ha implicado transformaciones relevantes y cuyo recorrido aún está por ver", apunta Jordi Mir, profesor de la Universitat Pompeu Fabra y autor de 5 años de '15M. Movimientos sociales construyendo democracia' (Viejo Topo). ¿Quién habría dicho entonces que una activista por el derecho a la vivienda sería la alcaldesa de Barcelona? ¿Que una nueva formación, Podemos, contribuiría a poner en jaque el turnismo bipartidista y que, por primera vez, las elecciones generales deberían repetirse? Los nuevos tiempos, sin embargo, arrojan más interrogantes que certezas -¿qué pasa cuando el activismo llega a la institución? ¿agoniza o no el sistema nacido de la Transición?-, pero antes de afrontarlos, pongamos el retrovisor.

DE LA PLAZA A LOS BARRIOS

Cuando la gente empezó a ir en tromba a la plaza, un profundo malestar revolvía los vientres. Ahí estaban la austeridad, los rescates, la corrupción, los desahucios. Había un estribillo que hablaba de apretarse el cinturón y de haber vivido por encima de nuestras posibilidades. En la plaza no había barreras ni puertas a las que llamar. Así que todo el mundo se dio por bienvenido. Activistas con mucha calle. Gente que no había protestado en su vida. Jóvenes que rondaban los 30 y que, a pesar de haber hecho todo lo que se supone que debían, estaban abocados al precariado. Y, junto a ellos, sus padres. "Hubo un cambio de paradigma. La gente vio que la calle podía ser suya, que el capitalismo se estaba cargando nuestras vidas y que, como dijo la PAH, era posible organizarse y cambiar", dice la activista Irene Jaume, una de las impulsoras del libro 'RT#15M', sociología del malestar y la revuelta a partir de imágenes y tuits.

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Nunca existió como movimiento, porque no se articuló como organización y al poco se fue desinflando, pero el 15M –o "los distintos 15M, porque hubo uno en cada ciudad y cada barrio", mantiene la politóloga Cristina Monge– hizo aflorar un malestar y una indignación que estaban muy ocultos. En palabras del investigador Amador Fernández-Savater, se obró una "repolitización de la vida" y empezó a anidar "un clima que no se podía acotar en los límites de ninguna estructura u organización". "En nuestras democracias, la política se conduce como una gestión experta de las necesidades fatales del capitalismo global y el 15-M desafió esa idea, poniendo la política como posibilidad al alcance de cualquiera" y concibiendo los desafíos de la vida como algo a afrontar en común.

La nueva atmósfera también empezó a redefinir la realidad. Así, se impugnó el 'establishment' –partidos, sindicatos, medios de comunicación e incluso las oenegés– y un gran dedo acusador señaló que la política se desentendía de las urgencias y que la Troika ahogaba con sus cuentas a las personas. En el nuevo orden del día, las vidas se pusieron en el centro de la protesta, al tiempo que tomaban fuerza desde la deslegitimización del llamado "régimen del 78" –hackeado también por el proceso independentista catalán– hasta la revalorización de lo público y asuntos hasta no hace tanto difuminados como los cuidados, las distintas formas de relaciones familiares e interpersonales y el cuestionamiento de las identidades y los mandatos de género.   

En ese chup chup han bullido nuevos medios, las mareas ciudadanas en defensa de lo público y en los barrios se han impulsado, con desigual intensidad, ateneos, negocios alternativos y redes de apoyo mutuo que a menudo han dado respuesta a lo que la institución desatendía. Pero, sin duda, en una nueva mutación o spin off de la plaza, quien de forma más implacable ha señalado las miserias del sistema –con solo dos manifestaciones a cuestas y poniendo en marcha un nuevo tutorial de protestas– ha sido la PAH, que aunque nació en el 2009 multiplicó activos y argumentos a partir del 15M. "Son uno de los grupos activistas más potentes desde la Transición –opina Jordi Mir–, porque han unido el decir y el hacer: han negociado con los bancos, han parado desahucios, han forzado cambios legislativos, han ido a los tribunales, han empoderado a los afectados y, ocupando pisos vacíos, han garantizado el derecho a la vivienda. Incluso han sido un actor fundamental como cortafuegos de la xenofobia, porque al buscar responsabilidades, han apuntado hacia arriba y han desactivado conflictos entre quienes más sufren la crisis".

GIRO DE GUION

Pero un nuevo giro de guion estaba por llegar. Y lo hizo en las urnas de las europeas, en las que Podemos se erigió en la cuarta fuerza. Aunque su vínculo con la plaza no es literal, sí que ha ido en busca de los votos de esa "mayoría social" –el famoso "centro del tablero", en argot del ramo– que año tras año daba un 70% de apoyos a las proclamas, claras a la vez que ambiguas, del 15M. Así es como aquel fenómeno atmosférico que había nacido ajeno a la disputa por el poder institucional empezó a hacer recuento de nuevas opciones electorales. ¿Por qué? "Algunos, como gente de la PAH, vieron que en la calle determinadas realidades no se pueden resolver", afirma Mir. El salto al ruedo institucional, sin embargo, no ha estado exempto de división interna y del tactismo que impone la 'real politik'. Sea como sea, la noticia -cargada de expectativas pero también de contradicciones- es que las candidaturas ciudadanas de Barcelona en Comú y Ahora Madrid, en las que confluyeron un tropel de activistas, lograron la alcaldía en mayo.

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Un año después, el antropólogo José Mansilla, del Observatorio del Conflicto Urbano, apunta a que todavía debe definirse cómo será "la nueva articulación entre los movimientos sociales y la institución, y cómo se gestionarán los conflictos". El hecho, apunta Mansilla, es que el músculo del activismo y el pensamiento crítico, el que define qué es tolerable y posible y qué no, se puede resentir por el trasvase de activos de la calle a los despachos y porque muchas personas, también fatigadas por la movilización, focalicen sus expectativas en las urnas. "Sin embargo, aún no ha pasado el tiempo suficiente como para vislumbrar el horizonte", admite.

Lo que sí han empezado a verse son algunas contradicciones, como la gestión del caso de los manteros. El ejemplo de Syriza ya dio muestras de los límites con los que pueden toparse las llamadas fuerzas de ruptura, por lo que uno de los grandes interrogantes es si las nuevas formaciones podrán cambiar los entramados institucionales, con sus rigideces e intereses a menudo opacos, o si se acabarán acomodando, triturados por las estructuras y las inercias. "La institución puede ser un terreno hostil, un monstruo que devora, y no sé si este salto se ha debatido lo suficiente –añade Irene Jaume–. Pero si hay topes y políticas que no se pueden hacer, que lo expliquen".

PROCESO DESTITUYENTE

Y llegados a este punto, rematemos: ¿qué ha logrado el 15-M? Pues según el sociólogo Josep Maria Antentas, "mucho y poco a la vez". Es cierto que el estallido dio paso a un nuevo marco cultural, pero también que la conflictividad en la calle ha menguado, que el rodillo de la austeridad y la precariedad no se ha detenido y que la ley mordaza, por ejemplo, ha penalizado las nuevas formas de protesta de los últimos cinco años.

La politóloga Cristina Monge pone así las coordenadas del desconcierto actual. "El 15-M hizo visibles problemas que ya existían y que afloraron con la crisis. Algunos fruto de cómo se hizo la Transición, como el modelo autonómico, el sistema electoral –que prima la estabilidad a la pluralidad– o el monopolio que se otorgó a los partidos para hacer política, lo que explica la ausencia de mecanismos reales y efectivos de participación". Además de estos viejos vicios, otros que emergieron luego, como la corrupción y la certeza de que la economía financiera se imponía a la real, han desembocado "en una destitución del sistema en un momento en el que todavía no se ha constituido la alternativa. Estamos en el mientras tanto. Y eso también explica los resultados del 20-D. Los viejos no perdieron y los nuevos no ganaron. Y creo que la confusión seguirá tras la elecciones del 26-J. Puede que de ellas, por la aritmética de los escaños, salga un gobierno, pero será precario e inestable".

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