Activista sintecho

El Quijote rumano

Las protestas de Lagarder Danciu en actos del PP y de otros partidos le han dado fama, pero el historial de causas perdidas que lleva peleadas es largo. Ahora vive en la calle para denunciar la situación de los sintecho.

Lagarder Danciu, posando con una pancarta

Lagarder Danciu, posando con una pancarta

JUAN FERNÁNDEZ

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Las últimas apariciones públicas de Lagarder Danciu permiten extraer una impresión equívoca de su figura. Hace dos semanas salió en todos los informativos cuando interrumpió un mitin de Rajoy al grito de «Sois la mafia» y en la noche del 26-J circuló por las redes sociales una foto suya ante la sede madrileña del PP mientras era increpado por dos señoras que celebraban la victoria popular. En el aniversario del 15-M también reventó otro acto de Juan Carlos Monedero clamando que Podemos había «politizado» aquel movimiento ciudadano.

De escándalo en escándalo, pudiera parecer que este individuo, que se presenta en su perfil de Twitter como «gay, rumano, gitano, ateo, vagabundo y okupa», es un adicto al 'show', un notas, una suerte de Jimmy Jump con pancarta y megáfono, pero esa definición se dejaría fuera la labor de activista con conciencia política y compromiso social que lleva desarrollando desde que era un crío. Los pollos que ahora monta en España ya los montaba ante los políticos rumanos cuando aún vivía en su país, y hasta el mismísimo Durao Barroso, ex presidente de la Comisión Europea, sabe lo que es verse interrumpido por sus algaradas en mitad de un acto en Bruselas.

Acostumbrado a que le ninguneen como si fuera un indocumentado, esas mismas miradas de desdén se vuelven caras de asombro cuando descubren que el protagonista de estos performances tiene dos carreras -Sociología y Trabajo Social- y tres másteres, habla tres idiomas y ha trabajado siete años como traductor en la Policía y tres como educador en centros marginales de Andalucía.

"SOLO PIDO JUSTICIA"

Lo cierto es que a pesar de tanto exhibicionismo, Lagarder Danciu se da poca importancia a sí mismo. Para él su cuerpo y su voz -y las redes sociales, donde va relatando el día a día de sus batallas- son solo reclamos para llamar la atención sobre sus reivindicaciones, muchas de las cuales provienen de textos constitucionales y tratados internacionales. «Solo pido que haya justicia y desaparezca la corrupción, que la gente tenga una vivienda y nadie se muera de hambre. Hablo de derechos humanos. ¿Es mucho pedir un mundo en el que nos tomemos en serio lo de la igualdad de oportunidades?», plantea.

Ahora anda con los sintecho. Lleva medio año recorriendo España para denunciar la situación que soportan los que viven en la calle y en breve se le podrá ver en las plazas de Barcelona, bregando entre los mendigos, los vecinos y los mediadores sociales. «Aquí es donde está la verdad. Hay más dignidad en los bancos de la calle, entre los nadies, que en los despachos», señala Danciu.

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La de los indigentes es la última de las muchas causas perdidas que lleva peleadas desde que a los 11 años se escapó del centro de acogida donde vivía, en el sur de Rumanía, y cruzó medio país para colarse en el despacho del ministro de Educación y contarle los abusos sexuales que estaba cometiendo un profesor con algunos compañeros suyos.

Infatigable y tenaz, con un coraje a prueba de bomba, Danciu relata situaciones dramáticas sin perder jamás la sonrisa y solo frunce el ceño cuando habla de «los poderosos». Su vida da para una película épica, y de hecho ya ha recibido una propuesta para llevar su historia a la gran pantalla. Nacido en Rumanía en 1981 y criado en orfanatos, supo de su origen gitano cuando a los 10 años robó su expediente en el centro donde residía y confirmó que pertenecía a la generación de niños romaníes que el régimen de Ceausescu extirpó de sus familias.

MALTRATO Y LIBERTAD

Su infancia son recuerdos de situaciones de maltrato, pero también de «la más absoluta sensación de libertad, de andar todo el día descalzo como un salvaje, sintiéndome hermano de mis compañeros del orfanato», cuenta. Una maestra del hospicio, a la que dice deberle la vida, consiguió enderezar a aquel pícaro y llenarle de valores, pero no logró evitar que más tarde, siendo ya universitario, se sintiera un joven perdido: homosexual en un país que reprime a los gais y gitano en un lugar que margina a los romaníes.

Siguiendo los pasos de Adrián, su amor platónico, en 2005 emigró a Portugal, no sin antes reventar un acto público del presidente de Rumanía para denunciar la corrupción que se daba en algunos orfelinatos y recibir una paliza de los guardias de fronteras por negarse a pagarles una mordida.

No le van a doblegar con palos. En Portugal no paró hasta que logró sacar a la luz las condiciones laborales esclavistas que soportaban los jornaleros inmigrantes y en Sevilla, donde ha vivido varios años tras aprender español en Aracena (Huelva) gracias a otra maestra que le dio cobijo, destinó sus energías y sus ahorros a sentar ante la Justicia a Juan de Dios Ramírez Heredia, presidente de la ong gitana Unión Romaní, acusado de corrupción.

Ahora quiere tomarse un respiro para contar su historia en un libro. Va por la vida con lo puesto, desplegando el músculo de un superhéroe de barrio, y se apunta a la última reivindicación social que le pongan por delante. Pero dice que no se cansa. «Tengo un secreto: a diferencia de la mayoría de la gente, yo no he matado al niño que llevo dentro. Sigo siendo aquel salvaje que andaba descalzo». Atentos a sus próximas actuaciones: un Quijote rumano anda suelto.