LA ENTREVISTA

Jaume Duch: "La palabra clave en Europa es la interdependencia"

El portavoz del Parlamento europeo sigue pensando que las instituciones europeas son el instrumento político más potente del siglo XXI

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Albert Sáez

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Europa es protagonista de la política interna española en las últimas semanas. Tanto el Gobierno de España como los independentistas de Puigdemont buscan refugio en la Unión Europea, un club de 27 estados que no vibra con los procesos secesionistas aunque ha presionado a Mariano Rajoy para que haga más política frente a este desafío. Una UE, además, que vive aires de refundación tras la victoria de Emmanuel Macron en las elecciones francesas y de Angela Merkel en Alemania.

La UE ha sobrevivido a la crisis del euro en los últimos años y parece que se prepara para resurgir a finales de este año. Duch, uno de los sabios de la UE, lo explicó esta semana en la inuguración del curso de la Universitat Ramon Llull.

¿Qué momento está viviendo la Unión Europea? Le cojo la idea prestada a Jean-Claude Juncker cuando en el último debate sobre el Estado de la UE afirmó que Europa volvía a tener viento en las velas. Hemos pasado los 10 peores años de la historia de la integración europea, con la crisis económica y monetaria, la crisis de los refugiados, un gran desencanto de los ciudadanos pero, desde que hemos palpado las consecuencias del 'brexit' y la gente se ha dado cuenta de que vivimos en un mundo muy complicado en el que nos hacen falta referentes seguros, volvemos a entrar en una etapa en la que se pueden hacer cosas en la UE.

¿Qué lecciones hemos aprendido en estos 10 años de crisis? El gran problema de la UE es que no está acabada. Es algo que saben los que la están construyendo, pero no necesariamente los ciudadanos que le exigen cosas que aún no les puede dar la UE. Ha ocurrido en la crisis de los refugiados. La gente identifica la UE con las instituciones, pero hay muchos temas que aún dependen de los Estados, que son los que toman las decisiones y que lo tienen que hacer por unanimidad en algunos casos. Pero cuando algo no funciona, las culpas y el desencanto no van contra los Estados sino contra las instituciones que pagan los platos rotos en temas en que los estados no les han dado ni las competencias ni el dinero.

¿Esta preponderancia de los Estados se puede superar con la reformas o habrá que conllevarla en cualquier caso? La historia de la UE es una historia de transferencia de competencias y de asunción de soberanía por parte de las instituciones europeas. El lema de la UE debería ser "de la necesidad virtud". Avanza cuando no tiene más remedio que avanzar. Ha pasado en la crisis del euro; en un par de años, la asunción de competencias en temas de coordinación económica, unión bancaria o unión monetaria se han acelerado muchísimo. Ahora se percibe que lo que los ciudadanos quieren es que la UE les proteja en temas como el terrorismo, el control de la inmigración ilegal o el acceso a la energía, y los estados miembros no tienen otra opción que conseguir que estos temas funcionen.

"La Unión Europea  hay que reforzarla en los temas que interesan a la gente: ocupación, inmigración, seguridad y clima

Muchos esperan que el nuevo impulso de la UE venga del eje franco-alemán. En gran medida, sí; totalmente, no. Es muy difícil que nada avance si no tienes a Francia y Alemania coordinadas. Si uno de esos dos países intenta imponer un modelo al otro, no funcionará. Pero hablamos de 27 países. Si se quiere tener masa crítica para hacer cosas importantes, no basta con Francia y Alemania. Es imprescindible, pero tienen que estar otros países. Por un lado, los países contribuyentes netos tienen mucho que decir porque quieren saber qué se hace con su dinero. Pero también tienen que tener un papel Italia y España, por su tamaño. También lo debería tener Polonia, pero no está en condiciones de intervenir en este momento. 

¿Cómo se ha vivido el ‘brexit’ dentro de las instituciones? De entrada, se vivió con tristeza. Es la primera vez que en lugar de ampliar, se reduce la UE. Tristeza ligada también a la manera cómo se produjo. Todos pudimos ver cómo se desarrolló la campaña electoral: muchos ciudadanos británicos no tuvieron toda la información ni hubo un debate sereno. También hubo preocupación por un posible efecto dominó en otros países. Se cerraron filas inmediatamente. Y a partir de aquí, hemos entrado en una fase bastante productiva, en la que efectivamente hay muchas ideas encima de la mesa y parece que hay voluntad política de ponerlas en marcha que antes no existía. Teníamos miedo de que el 'brexit' fuera una enfermedad contagiosa y a resultado ser una vacuna. 

Hemos hablado de los estados, pero ¿qué papel tendrá el Parlamento en esta nueva etapa? El Parlamento Europeo se está convirtiendo en la institución que de verdad representa a la gente. Las encuestas del Eurobarómetro lo dicen claramente. Para ganarse definitivamente ese papel, el Parlamento debe hacer dos cosas: desbloquear la legislación pendiente que incide en la vida de la gente, de manera que llegue a las elecciones con un paquete legislativo que los ciudadanos entiendan, y por otro lado, que el debate sobre el futuro de la UE sea abierto y participativo, hecho en el marco del Parlamento.

¿Es imprescindible construir la integración europea de manera más transparente para ganar legitimidad? Quienes tienen una legitimidad histórica, la pueden defender sin esa exigencia de transparencia, pero quienes construyen su legitimidad cada día como le pasa a la UE, solo funciona si se ganan a la gente. Una de las cosas que se ha demostrado con la crisis es que la construcción europea es reversible, existirá mientras los ciudadanos quieran que exista. El día que los ciudadanos decidan que no les interesa, no seguirá adelante. Hay que ganarse esa legitimidad en un momento más difícil que hace 60 o 70 años: conseguir que  Francia y Alemania compartiesen soberanía siete u ocho años después de la segunda guerra nundial hubiera sido imposible en la era de Twitter, porque la presión social no lo hubiera permitido. Ahora hay que aprender a tomar decisiones con esta presión social, que juega un papel muy importante porque los ciudadanos ya no delegan en sus políticos por cuatro años sino que lo hacen día a día. La legitimidad hay que ganársela. 

La UE no es un mercado económico, es una comunidad de valores con los patrones de exigencia más altos del mundo

La UE nació para evitar los totalitarismos, pero ahora tiene conflictos por temas de protección de los derechos fundamentales con Hungría y con Polonia... El Tratado de la UE es un tratado político en el que todo lo que tiene que ver con los derechos y la libertades fundamentales de sus ciudadanos es prioritario. No es un mercado económico, es una comunidad de valores con los patrones de exigencia probablemente más altos del mundo. Hay problemas con estos países, pero si no estuvieran en la UE la evolución sería más difícil. Está sirviendo de freno y los procedimientos de infracción darán los resultados deseables.  

También vuelve la ultraderecha. Es un fenómeno que en el Parlamento europeo no es nuevo. Hace muchos años que hay al menos un grupo de la ultraderecha. Se ha extendido a muchos países. Solo hay un antídoto: conseguir dar solución a los problemas que hacen que la gente vote a la ultraderecha: desindustrialización, paro, reaparición de la pobreza... Son problemas que no se pueden resolver a nivel nacional, se necesita a Europa y hay que reforzar a la UE en los temas que interesan a la gente: ocupación, inmigración ilegal, seguridad contra el terrorismo yihadista, cambio climático y energía. 

Hablemos de lo que está pasando en Catalunya. Ha sido un territorio muy europeísta, ¿se puede perder este sentimiento si no se atienden sus demandas respecto a la independencia? Creo que no. Hay gente que se siente decepcionada porque Europa no le dice lo que le gustaría oír. Pero la gente es consciente de la importancia que tiene ser ciudadano de la UE y el propio esquema de unión permite imaginar que en el futuro hay otras soluciones a las simplistas de todo o nada. Estamos en un mundo en el que la palabra clave es interdependencia como demuestra la propia UE. No debe haber un porcentaje muy alto de catalanes dispuesto a poner en riesgo su continuidad en el proyecto europeo. 

¿Está calando en las instituciones la imagen de una Catalunya mayoritariamente antieuropea que algunos quieren instalar? Hay elementos distintivos, Catalunya tiene en su parlamento un fuerza claramente antieuropea, pero es un porcentaje muy pequeño. Pero la percepción que hay no es de una Catalunya antieuropea sino que está discutiendo su futuro y dentro de este futuro el elemento europeo pesa mucho.