HÉROE RENACIDO

¡Kimota!

Tras 20 años de enrevesadas disputas legales se reeditan en tres volúmenes las aventuras del aún increíble Miracleman, el cómic que en 1982 y de la mano de Alan Moore puso del revés el género superheroico. Una alucinante antesala a Watchmen (que también era de Moore, por supuesto).

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KIKO AMAT

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Dicen que Alan Moore revitalizó el género de los superhéroes, pero yo creo que más bien le pegó el tiro de gracia. Lo que el tipo hizo en Miracleman fue tan extremo y tan definitivo que, una vez hubo terminado con ello, no hubo manera de volverlo a utilizar; como cuando de joven prestabas una Private y te la devolvían pringosa. Lo raro es que, pese a que Moore había dado con la fórmula TOTAL para situar la figura del superhéroe en un entorno realista, la mayoría del mundo del cómic decidió no aplicar sus hallazgos. La postura de la industria frente a Miracleman fue igual que si, enfrentados a la electricidad, los sabios del XIX hubiesen dicho: «Uy quita; nos quedamos con las lámparas de aceite». Pero lo comprendo: Alan Moore se había pasado, como se dice en lengua vernácula, tres pueblos.

Cuando Alan Moore lo cogió por banda en 1982, Miracleman era aún Marvelman, y se trataba de una copia pastel, anglificada, del Capitán Marvel americano. Lo había creado Mick Anglo, y era el típico fulano con capa que deshacía entuertos inocuos mediante superpoderes (de energía atómica); que por descontado derrochaba de la forma más pueril; como si descubriésemos la vacuna del sida y la usáramos de agua oxigenada, o algo así. Su yo humano era Michael Moran y su palabra mágica «¡kimota!» (atomic al revés). Hasta ahí el típico superpavo con mentalidad de Dora La Exploradora y enemigos medio gilipollas, que bajó a gatos de árboles desde 1954 hasta 1963.

SUPERHÉROES REALISTAS

Alan Moore no era famoso cuando recibió el encargo, aunque empezaba a hacerse un nombre. Trabajaba para las revistas 'Warrior' y '2000 AD', así como Marvel UK, y había creado ya un par de burradas cambia-género en DR & Quinch, 'The Ballad of Halo Jones' y el nuevo Captain Britain. Pero en Miracleman aplicó el realismo a los superhéroes sin ninguna mesura y de forma terminal. Aplicó el máximo realismo, vaya. Por supuesto, tenías que aceptar un par de supuestos fantásticos, como que un hombre normal pudiese transformarse en ente superior. Pero una vez firmado ese pacto, lo que sucedía era lo lógico. Y así como el Dr. Manhattan de Watchmen cobraba superpoderes y empezaba a pasar olímpicamente de los hombres (los átomos eran más interesantes), Miracleman tomaba el camino natural para alguien de su recién adquirida talla.

PASADO CHORRA

Alan Moore lo explicó así: Michael Moran y Miracleman son cuerpos distintos. El gobierno inglés ha descubierto la forma de intercambiar seres (adaptando la tecnología de un alien estrellado en los años 50), y que uno de ellos sea una superarma viviente y volante (era la Guerra Fría). El superhéroe naíf de la época dorada (es decir, el babieca de Miracleman pre-Moore) es la parida que dicho gobierno introduce en la mente de sus superhéroes para darles una identidad y que no entren en 'shock'. De ahí el pasado más bien chorra de Miracleman.

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A partir de allí, todo lo que sucede desde que Michael Moran recupera a su otro 'yo' (en estado durmiente hasta 1982) es lo que sucedería si algo así tuviese lugar ahora: el armagedón más malparido. El 'götterdämerung', el p*** crepúsculo de los dioses. Cuando el malo, Kid Miracleman, llega a Londres, no acontece una peleíta tipo Godzilla en una ciudad deshabitada de papel maché: todo el jodido mundo muere, porque esos dos son dioses invulnerables dándose superleches en mitad de un amasijo de frágiles huesos y carne triturable. «¡Devoraré a todo ser vivo y me cagaré en sus calaveras!» es la intención manifiesta de dicho villano, que (por primera vez en los cómics) es malo de verdad: el hijo de zorra que acaba con todos nosotros. No como Thanos o Galactus, o el pringado de Lex Luthor, que mucha labia pero luego nada.

SIN PEDIR PERMISO

Otra de las ideas de Moore sigue pasmando hoy.Una vez aplastada aquella forma particular de mal, y con la Tierra en estado de súper-trauma y la mitad de la población criando malvas, Miracleman hace lo que haría cualquier dios en sus zapatos: se pone a ordenar a la raza humana, pero de veras, y sin pedir permiso. ¿Toda la faena que el gandulazo de Superman jamás realizaba, esgrimiendo excusas de mi-perro-se-ha-comido-los-deberes? Miracleman lo solventa, y por la fuerza. La desigualdad, el capitalismo, las guerras, el hambre... Mi página favorita es la que muestra a Miracleman reunido con el gobierno Thatcher para explicar su plan de reconstrucción post-apocalipsis, y la primera ministra le suelta: «Esto es absurdo (...) Jamás podremos permitir este tipo de injerencias en el libre mercado», a lo que Miracleman, lleno de curiosidad zoológica y algo de perfidia, solo le espeta: «¿Permitir?». Pues para él aquello es el equivalente de que a nosotros un piojo de la cabeza de nuestros hijos nos suelte: «¡No permitiré que me eches Filvit, tío!».

Después de décadas de batallas legales por los derechos (un gran hombre, Neil Gaiman, contra un miserable, Todd McFarlane) Miracleman volvió a Marvel en el año 2009, y desde el 2014 hasta hoy se han ido reeditando todos los números, incluyendo la etapa 'The Golden Age' que retomó Neil Gaiman. Aún deben quedar disputas por saldar, por cierto, pues el nombre de Alan Moore, su único creador, aparece sustituido aquí por «el gionista original».

Miracleman fue un camino sin retorno. Lo leí en 1990, a los 19 años, y me arrancó de chorradas para párvulos como sus contemporáneos 'Secret Wars' o 'Crisis en tierras infinitas'. Solo la negrura y la ultraviolencia y la confusión y la demencia pudieron, desde aquel punto, ilustrar el género superheroico para mí, y para muchos otros lectores.