La falsa (y trágica) vuelta al mundo de Donald Crowhurst

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Nando Salvà

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¿Quién era realmente Donald Crowhurst,Donald Crowhurst el marinero aficionado que un día zarpó a recorrer el mar en solitario y desapareció para siempre? ¿Un necio vanidoso que abandonó a su esposa y sus cuatro hijos pequeños en una búsqueda imprudente de la gloria? ¿Un tramposo? ¿Un pobre diablo? ¿Tal vez un soñador delirante? Muy probablemente, todo eso a partes iguales. Y es por ello que la vida y la muerte de Crowhurst han fascinado tanto a escritores y cineastas desde que, hace ahora medio siglo, se subió a su pequeño trimarán para participar en la primera regata sin escalas alrededor del mundo.

El más reciente ejemplo de ese interés lo encarna 'Un océano entre nosotros', que el próximo viernes llega a los cines. Encarnada con aplomo por Colin Firth, la versión del personaje que la nueva película del director James Marsh ofrece es un hombre sumido en una tipología especialmente virulenta de la crisis de mediana edad y que, por tanto, anhela una aventura realmente trascendente.

Casi todo en contra

Aunque cuando Crowhurst partió de Teignmouth (Devon) el 31 de octubre de 1968, días después de que lo hicieran sus ocho rivales en la carrera Sunday Times Golden Globe, sus objetivos inmediatos eran más prosaicos. Por un lado estaba la seguridad financiera que el premio de 5.000 libras les proporcionaría a él y a su familia; por otro, la publicidad y el consiguiente éxito comercial que aquel triunfo proporcionaría al Navicator, un sistema de posicionamiento geográfico –algo así como un embrión del GPS– que él mismo había inventado.

La verdad, eso sí, es que lo tenía casi todo en su contra. De entrada, era un marinero de fin de semana; su trimarán, construido a partir de un diseño propio, de ningún modo estaba preparado para la travesía: el Navicator no funcionaba correctamente, y el casco era demasiado vulnerable a fugas.

Crowhurst, además, se había dejado embaucar por un despiadado publicista que había exagerado su historia en la prensa más allá de todo atisbo de realismo, y lo había puesto a merced de un patrocinador usurero a través de un acuerdo según el que, si no era capaz de completar la carrera en nueve meses, tendría que devolver todo el dinero y enfrentarse a la ruina.

O la muerte o la ruina

Según la ruta estipulada, Crowhurst partiría rumbo a Sudáfrica a través del Atlántico, y voltearía el Cabo de Buena Esperanza para cruzar el Océano Índico hasta el sur de Australia; luego atravesaría el Pacífico y, una vez dejado atrás el Cabo de Hornos, volvería al Atlántico para encarar el regreso a casa. Había calculado que podría completar la carrera en tan solo 130 días, más rápido que cualquiera de los otros competidores, y que incluso recuperaría tiempo suficiente para llegar el primero pese a haber salido el último.

Pasadas unas semanas, supo que moriría si conducía su precaria nave a través de los vientos del Antártico

Sin embargo, pasadas solo unas semanas en el mar, todavía avanzando por la costa africana, tuvo que afrontar el hecho de que su embarcación no estaba en condiciones de navegar y que, en cuanto intentara conducirla a través de los rugientes vientos del Antártico, moriría.

Decidió falsear sus datos de navegación. Permanecería anclado en el océano durante unos meses, esperando a que el resto de competidores volvieran al Atlántico rumbo a la costa británica, y entonces se reincorporaría a la carrera detrás de ellos. Eso le permitiría salvar su dignidad y quedarse con el dinero del patrocinio.

Saltar por la borda

No contaba con que, gradualmente, siete de sus ocho rivales irían abandonando la regata. Peor aún, los datos de navegación falseados por Crowhurst llevaron a los organizadores a creer que, aunque había dejado el Reino Unido más tarde que el único de sus oponentes que permanecía en la carrera, ganaría el premio al regatista más rápido. Sabía que, como consecuencia del escrutinio al que su aparente gesta lo sometería, las falsedades de su cuaderno de bitácora quedarían expuestas.

Cuando, a los 8 meses, hallaron el barco, no había indicios de haber sufrido ningún accidente

Imaginó a las multitudes jaleándolo primero e insultándolo después, a los medios de comunicación acosándolo, y fue demasiado para él. Abrumado por la culpa y el miedo y debilitado por meses de soledad y confinamiento, sufrió un resquebrajamiento psicológico. Cuando fue encontrado en julio de 1969, poco más de ocho meses después de haber partido de las costas británicas, el trimarán no mostró indicios de haber sido víctima de ningún tipo de accidente que causara la caída de Crowhurst.

Es de suponer que saltó por la borda de forma deliberada. Sus diarios de navegación revelaron que había pasado sus últimas semanas obsesionado con la Teoría de la Relatividad de Einstein –el tema de uno de los pocos libros que había llevado consigo--, y que en sus últimos y delirantes días la había usado como punto de partida para redactar un enloquecido ensayo de 25.000 palabras sobre su propio dominio del espacio y el tiempo.

Malas decisiones

El que ofrece 'Un océano entre nosotros' está lejos de ser el mero retrato de un impostor, o el de un demente. Como ya demostró en el oscarizado documental 'Man on wire' (2008) –sobre el funambulista Philippe Petit– y en el 'biopic' de Stephen Hawkings 'La teoría del todo' (2014), Marsh está particularmente dotado para hacernos empatizar con hombres dispuestos a poner a prueba sus límites físicos y psicológicos con el fin de lograr lo imposible. ¿Que quién era realmente Crowhurst? Según la película, solo un hombre que tomó varias decisiones muy malas, azotado por demasiados fracasos pasados, por el deber de ser un héroe para su esposa y sus hijos, y por la desesperada necesidad de llegar tan lejos como fuera necesario, o tan hondo, para encontrar un sentido.