DOS VIDAS DE LIBRO

Refugiados en la literatura

Los escritores africanos Juan Tomás Ávila Laurel y Roland Fosso despliegan su creatividad en Barcelona como asilados literarios, ya que en sus países de origen no pueden hacerlo

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Luay Albasha

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Se podría decir que Juan Tomás Ávila Laurel (fotografía) Roland Fosso son dos caras de una misma moneda. Hay muchas razones por las que se asemejan. Los dos vienen del centro de África: el primero de Guinea Ecuatorial y el segundo de Camerún. Ambos escriben. Sobre migración, injusticia social, opresión, la implicación occidental en los intereses de África o las dictaduras. Sus fotos encajan casi como un solo rostro y sus preferencias también. Les gusta el fútbol –y hasta comparten club, el Real Madrid– y prefieren vivir alejados del ajetreo de Barcelona.

Juan vive en Valldoreix, en una casa grande de dos pisos y jardín. En el primer piso residen los padres de su novia, catalana, y en el segundo, ellos. Todo está lleno de libros, figuras talladas de madera y recuerdos enmarcados en fotografías. Roland vive en Sant Boi, en un barrio humilde de edificios colmena y parques de asfalto y arena. Supo casi desde el primer momento que pisó la ciudad que ese sería su lugar aquí. El suyo es un piso de alquiler que comparte con su mujer –que espera un bebé al que llamarán Marc– y su primo Martial. En el comedor, un sofá y una tele hacen compañía a algunos cuadros impersonales de estilo Ikea –quizás algunos incluso ya estaban en el piso–, que se mezclan con las reliquias que trajo desde Camerún la única vez que pudo volver.

PEN Català

Los dos han tenido una vida dura. Se han ido de su país, han sufrido para llegar hasta España –donde han sido acogidos por el programa de escritores refugiados del PEN Català– y han escrito sobre ello, hasta tal punto de que la literatura ha sido la vía de escape de todo ese dolor y recuerdos, un desahogo necesario.  Aunque aparentemente compartan muchas cosas, cuando uno se sienta con ellos se da cuenta de que no son exactamente dos caras de una misma moneda.

Quedo con ellos un lunes lluvioso en la cafetería del Ateneu. Roland llega antes que yo. Viene de echar currículums por Barcelona. Trabajaba en el aeropuerto de El Prat como controlador de pasaportes y facturación, pero en diciembre se le terminó el contrato. Juan se presenta a la hora fijada. Él no trabaja, se sostiene con los libros que vende en el extranjero, con los eventos a los que asiste y con lo que escribe sobre la dictadura de su país en la revista digital 'Fronterad'.

Huyendo de la dictadura

Dejo que sean ellos quienes hablen... Juan rompe el hielo. En seguida se centra en su país, Guinea, y explica cómo la dictadura de Teodoro Obiang con toda la corrupción, la mala gestión económica, las represalias y la censura han autoconvencido a los propios guineanos de que no son nada y sobre todo de que los extranjeros negros son menos que los los 'ecuatos' (desiganción racista hacia los guineanos). También culpa de este racismo a los europeos y su «influencia imperialista» en todo los países subdesarrollados, ya que, tras la descolonización, (España, en el caso de Guinea) se encargaron de implantar temibles dictaduras que perduran hasta hoy. Él es activo en las redes, tiene casi 1.500 seguidores en Facebook, pero dedica la mayor parte del tiempo a escribir. Juan Tomás Ávila Laurel tiene 51 años, nació en Malabo, estudió Medicina y se involucró en el Centro Cultural Español para impulsar la cultura y desarrollar la literatura ecuatoguineana. 

Han tenido una vida dura, les ha costado llegar a España y usan la escritura como vía de escape 

Viendo la precaria situación de su país, bajo el control opresivo de Obiang, encontró en la escritura una fórmula para la denuncia y el cambio social. La primavera árabe y la visita del político socialista español José Bono a Teodoro Obiang hizo que Juan reaccionara: protagonizó una huelga de hambre con la esperanza no solo de promover una «primavera ecuatoguineana» sino también de llamar la atención de los medios nacionales e internacionales para dar a conocer la situación de su país. Tras 72 horas de huelga y algún que otro foco mediático decidió viajar a España exiliado. 

Críticas al Gobierno español

Tomó la decisión el 11 de febrero del 2011.  El avión salió de Malabo y aterrizó en Barcelona. El PEN Català, se puso en contacto con él. Una vez en España, Juan se centró completamente en la literatura y en intentar luchar contra el régimen desde aquí. Sabe que España es gran parte responsable de que Obiang siga en el poder. Ha escrito muchos artículos en su blog de Fronterad criticando la buena relación del Gobierno español con Obiang y sobre el gran beneficio que España adquiere de la materia prima más importante de Guinea Ecuatorial: el petróleo. 

En el 2015 importó mercancías de Guinea Ecuatorial por valor de 1.466 millones de euros, el 90% eran hidrocarburos. Estos datos son importantes por el siguiente tema que Juan expone al hablar de España. «Hace más de 60 años que los guineanos ya tenían vínculo con España[…] Debería haber guineanos en puestos importantes de la vida social de España, pero no hay ninguno […] Cuando uno sabe  que en Melilla hay una valla para detener a los negros, piensa: ‘¿Cómo es posible que hubiera habido aquí tanto contacto con negros y que no haya ni un solo negro en un lugar destacado de la realidad española?’».

Juan cree que la sociedad española es racista porque no actúa ante estas acciones opresivas. Eso explica en parte la desconexión que él tiene con la mayoría de esta sociedad, lo que Roland no acaba de entender. Él defiende la necesidad de integrarse en la sociedad española y catalana, aprender el idioma e intentar salir adelante. 

La última valla

Roland Fosso tiene 32 años, nació en Bamenda, en una familia acomodada de empresarios. La muerte de su madre y la mala relación con su padre le llevó a emprender el viaje más difícil de su vida. En ese momento, pensaba que no sería tan complicado llegar hasta España, pero no fue así. Dos años, 7 meses y 18 días fue el tiempo que tardó Roland en saltar la última valla dejando atrás recuerdos tan crueles como la muerte de 15 compañeros de viaje en el cementerio del Sahara por golpes de calor, inanición o picaduras mortales; ejecuciones por parte de saharauis y traficantes de esclavos; más de seis meses secuestrado y haber sido esclavizado por unos tuaregs y otras experiencias vividas en los 12 países que atravesó antes de llegar a España.

Sin documentos, sin tarjeta de identidad, sin nada, el día que llegó a España, tras cuatro intentos fallidos de saltar la valla y varias cicatrices causadas por las concertinas, tenía lo que llevaba puesto y una agenda donde guardaba los números de sus familiares. Al llegar a Barcelona, no tuvo más remedio que vivir debajo del puente de Bac de Roda, un lugar donde inmigrantes, pobres y adictos malvivían, consumían drogas y se degradaban  lo que él llama «el ghetto». 

Destino: Sant Boi

Un día, mientras hacía la comida, una paisana suya de nacionalidad española fue a conocerlo a él y otros cameruneses que vivían ahí. Al ver la situación tan precaria en la que estaban, decidió acogerlo a él y a otros en su casa de Sant Boi hasta que encontraran un trabajo. Recuerda: «Nunca me olvidaré de ese día. Cogimos el autobús 72 desde la plaza de Espanya hasta Sant Boi, fue el 8 de diciembre del 2005». Su primer empleo –un buen recuerdo, según él, ya que recibió su primer sueldo de 80 euros– fue trabajando en «carga y descarga». Ya afincado en Sant Boi, Roland quería aprender el idioma y lo consiguió gracias a dos cosas que para él fueron fundamentales: «el fútbol y los Gegants de Casablanca». «Me arroparon y me dieron la oportunidad de empezar una nueva vida». 

Comenzó a aprender el idioma, a estudiar, leer y relacionarse en Sant Boi con la gente del pueblo hasta llegar a ser nada menos que el rey Baltasar de la cabalgata navideña. Cuando ya se sabía defender en español y catalán, estudió turismo.

¿Y cuando decidió escribir 'La última frontera'? «Empecé a escribir porque llegó un momento en que me cansé de repetir 'veinti-pico-mil' veces la historia de mi vida y mi pareja de entonces me dijo que si escribía toda esa experiencia la gente ya no me preguntaría más y leería el libro». Así que lo hizo en inglés, luego el Ayuntamiento de Sant Boi se encargó de traducirlo y publicar hasta 2.000 copias. 

Roland se dio cuenta de la grave problemática de los africanos tras escribir el libro: «Aún no entendía el fenómeno de la inmigración en Europa. Ahora doy conferencias, charlas, y me voy dando cuenta de que mi historia sirve para explicarlo». A diferencia de Juan, Roland piensa que la sociedad española no es racista sino que desconoce el gran drama de los africanos que intentan saltar la valla.