ENTREVISTA

David Rieff: «A la pobreza se la vence con política, no con filantropía»

El analista político estadounidense, hijo de Susan Sontag, publica 'El oprobio del hambre'

El analista político David Rieff, la pasada semana, en Madrid.

El analista político David Rieff, la pasada semana, en Madrid.

JUAN FERNÁNDEZ

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 «¿Le puedo presentar como Mr. Aguafiestas?». David Rieff suelta una carcajada y concede: «Sí, creo que ese soy yo. Un día publicaron un perfil mío en la revista 'Time' y me llamaban el 'Señor Pesimismo'. Últimamente intento ser más alegre». Valga la broma para suavizar lo que viene a continuación: un diagnóstico demoledor, pero difícil de rebatir, del estado de la lucha contra la pobreza en el mundo y de las razones de la desigualdad. El analista político norteamericano tiene a gala ser el 'Pepito Grillo' de la conciencia progresista de su país. En su último libro, 'El oprobio del hambre' (Taurus), se muestra implacable con el «optimismo ingenuo» de los que prometen hacer desaparecer el hambre del mundo. No esperen de él soluciones, pero estén atentos a sus advertencias.

{"zeta-legacy-despiece-vertical":{"title":"El perfil","text":null}}Admita que es aguafiestas: en septiembre, los líderes mundiales firmaron los Objetivos del Desarrollo Sostenible comprometiéndose a erradicar la pobreza extrema antes del 2030, pero usted dice que esa declaración es un brindis al sol. Seamos serios: afirmar que dentro de 15 años se habrá acabado el hambre en el mundo es totalmente ridículo. No solo porque el cambio climático va a generar más miseria precisamente en los países menos desarrollados, que por otro lado son los que más van a ver aumentadas sus poblaciones. Además, esa afirmación ignora el efecto de las guerras, que son la principal causa de pobreza, y no veo los conflictos bélicos actuales en vías de solución, sin contar los que vendrán. Le recuerdo que guerra y miseria van de la mano.

Lo cierto es que se está trabajando en la lucha contra la pobreza en los lugares donde esta es más extrema. Están los programas de Desarrollo, la labor de las ONG, los planes del Banco Mundial y el FMI, las aportaciones filantrópicas… Pero usted dice: no, así no se arregla este problema. Sin duda, todos esos esfuerzos ayudan, ¿pero en serio cree que porque Bill Gates o Warren Buffet hagan grandes donaciones se erradicará la pobreza? Estoy seguro de que les mueven buenas intenciones, pero creer que solo con filantropía se puede modificar el orden mundial y hacer justicia me parece ingenuo. Si hay quien duerme mejor pensando esto, me alegro por él, pero es una actitud infantil. De hecho, critico más la reacción de la gente que lo que hacen Gates y Buffet.

¿Somos autocomplacientes cuando confiamos en esos programas de ayuda? Las sociedades se mantienen unidas a través de mitos, y el optimismo es un mito de nuestro tiempo. La gente piensa que es una obligación moral ser optimista. El propio presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, dice que cuando trabajas con los pobres estás obligado a ser optimista. Permítanme que discrepe. Se afirma que la tasa de pobreza ha bajado en África del 58% al 48% en la primera década del milenio. A la gente le gusta escuchar esto. Lo que ya no le hace tanta gracia oír es que debido al aumento de población en ese continente, en 2010 había 37 millones más de africanos pobres que en 1999. A lo mejor las mentiras útiles son mejores para la justicia, pero yo prefiero la verdad, aunque moleste.

¿Cuál debería ser la estrategia en la lucha contra el hambre? La filantropía y el mundo de los negocios no pueden capitanear esa batalla. Debería estar en mano de los estados, porque debajo de esas situaciones de pobreza extrema se esconden la desigualdad y la falta de democracia y libertad. Estas son cuestiones políticas. Por eso digo que a la pobreza se la vence con medidas políticas, no con filantropía. El problema es que en esta era del capitalismo postmoderno en la que vivimos, se ha impuesto la idea de que la política ya no hace falta, que lo único que queda es administrar la abundancia.

¿A qué responde ese dogma? A que ahora mismo no existe un modelo alternativo al capitalismo capaz de tener éxito. Admitámoslo: la contrarrevolución de Reagan y Thatcher ganó la batalla y hoy vivimos en ese modelo. Algún día el capitalismo caerá, porque ninguna victoria es permanente, pero yo no veo en el horizonte ningún movimiento capaz de cambiar esta situación. Hasta los partidos de izquierdas aplican la misma política. Mire el caso de Grecia: Syriza sigue cumpliendo las órdenes de la Troika igual que sus antecesores. ¿Acaso cree que si Podemos forma Gobierno con el PSOE en España las cosas serán diferentes? Quizá sí en las políticas locales, pero en lo verdaderamente importante, todo seguirá igual.

¿Y los movimientos antiglobalización? Tienen buenas ideas, pero es un proyecto a muy largo plazo. Mientras tanto, ¿qué hacemos con los problemas urgentes de la gente, qué hacemos con los pobres, con la desigualdad? Sólo se me ocurre una vía: hacer que los estados sean más fuertes. Es nuestra última herramienta. Prefiero que el mundo lo gobiernen los estados a que lo hagan las corporaciones.

¿Qué se podría hacer para que las cosas cambiaran? En este momento, la única perspectiva de mejora que veo se concentra en las comunidades pequeñas, a nivel regional o urbano. El cambio debe venir desde abajo, desde las ciudades. Tengo más fe en algunos alcaldes que en los primeros ministros. En España han aparecido últimamente alcaldes y alcaldesas que están haciendo las cosas de manera diferente. Esa nueva forma de gestionar los asuntos a nivel local es esperanzadora.

En Catalunya ha crecido el número de ciudadanos que quieren formar parte de un Estado independiente para, precisamente, organizar la comunidad de otra forma. ¿Qué le parece? ¿Realmente desean eso, o solo creen que son más ricos que el resto de España y quieren gestionar su propio dinero? Permítame que sea escéptico. No soy catalán, no puedo ponerme en sus sentimientos, pero habría comprendido mejor esa demanda hace 40 años, cuando la democracia llegó a España. ¿Pero ahora, cuando Europa es una mezcla de gentes llegadas desde todo el mundo, los catalanes quieren distinguirse del resto? Esto es lo que me pregunto cuando paseo por Barcelona y veo esa versión psicodélica de la bandera cubana en los balcones.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"era mi faro\u00a0","text":"hubiese sido pastelera\u00bb"}}Vive entre Nueva York y París. ¿Cómo ve el proyecto europeo? Europa se ha convertido en un proyecto comercial disfrazado de proyecto moral. El déficit de democracia en Bruselas ha llegado niveles asombrosos, los referéndums no existen y ya ve la respuesta que se está dando a la crisis de los refugiados. Soy mucho menos pro europeo que hace años. Sin embargo, piense en la alternativa: Marine Le Pen. ¿Queremos eso? No olvide que las cosas siempre pueden ir a peor.

¿Por qué es tan pesimista? Porque la vida es trágica, abra los ojos, mire a su alrededor. La vida privada de la gente está llena de desgracias. Algún día moriremos, y también lo hará la gente que queremos. Si eso es así, ¿por qué creemos que la vida pública tiene que estar libre de conflictos y penas? Me sorprende que la gente se sienta decepcionada tan a menudo. No sé qué les habían prometido.

¿Qué diría su madre de cómo está el mundo? Le sorprendería que la cultura haya perdido tanto protagonismo en las conversaciones de la gente. Se sentiría horrorizada ante el giro hacia la derecha que ha dado el mundo en los últimos años. Y le apenaría ver cómo han quedado los Balcanes, con esa paz fría e inhumana que tienen ahora. También le divertiría con horror descubrir en qué ha quedado convertido el partido socialista francés: en un cómico partido de derechas.

¿Cómo convive con su ausencia? Como cualquiera que haya perdido a su madre. La muerte de los padres te cambia la vida, hay un antes y un después. No porque sientas que eres el siguiente, sino porque no hay nadie en el mundo que te conozca como ellos te conocían, y ya no están.

A todos los que hemos perdido los padres nos pasa. Pero su madre era un referente moral e ideológico para mucha gente. ¿Eso no cambia las cosas en su caso? Mi relación con mi madre no tenía nada que ver con su dimensión pública. Para mí no era un personaje, era mi madre. Aprendí mucho de ella, coincidimos en muchas opiniones, y en otras no, pero ella no era mi faro ideológico, era mi madre, y yo no era su discípulo, era su hijo. Mis sentimientos hoy serían los mismos si hubiese sido pastelera, se lo aseguro. 

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