400 AÑOS DE LA MUERTE DE LOS GENIOS DE LA LITERATURA

Cervantes y Shakespeare: dos versos libres

El 22 de abril de 1616 expiró Miguel de Cervantes en su casa de Madrid y al día siguiente se sumergió en la eternidad William Shakespeare en la suya de Stratford-upon-Avon, aunque sigue en pie la tradición de que ambos murieron el día 23, fiesta de Sant Jordi en nuestro tiempo y del libro en nuestras calles.

dos versos libres

dos versos libres / periodico

ALBERT GARRIDO

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Cuatrocientos años después, sus nombres figuran entre los de quienes mayor influjo han tenido en la construcción del imaginario colectivo de Occidente y, casi sobra decirlo, son las dos piedras sillares de la novela y del teatro modernos. Cada referencia a lo cervantino, a lo shakespeariano, a lo hamletiano, a lo quijotesco remite a un universo que es el nuestro, aunque de él nos separen cuatro siglos.

El escritor mexicano Carlos Fuentes se declaró escudero de Don Quijote en tanto que escritor, y el actor Laurence Olivier, uno de los mayores intérpretes de Shakespeare del siglo XX, lo definió como un «obrero de Dios». El rastro de ambos se halla en autores eminentes y en plumas mediocres, en quienes les admiraron y en quienes les denostaron (así León Tolstoi, que denostó a Shakespeare por inmoral, pero que no pudo sustraerse a su influencia en 'Hadji Murad', la gran novela que escribió en el ocaso de su vida). Su huella es perceptible en títulos inmortales como 'Madame Bovary', de Gustave Flaubert, definida por Mario Vargas Llosa en 'La orgía perpetua' como «un Quijote con faldas»; en 'El paraíso perdido', de John Milton, se cruzan en el perfil de Satanás los de Yago, Macbeth y puede que Hamlet; Carlos Fuentes consideró 'Cien años de soledad', de Gabriel García Márquez, el Quijote americano.

DOS OBRAS INABARCABLES

¿Qué circunstancias se dieron para que a caballo de los siglos XVI y XVII vieran la luz dos obras inabarcables? ¿Qué hizo posible que la plenitud de las literaturas castellana e inglesa cristalizara justo en aquel periodo? «Fueron figuras como Erasmo y Rabelais quienes abrieron el camino a un pensamiento libre, despegado de todo dogma oficial, perceptible en Cervantes, Shakespeare y Montaigne», respondió en su día Luis Goytisolo en 'Naturaleza de la novela'. Los muros de contención del pensamiento saltaron por los aires gracias a la imprenta de Johannes Gutenberg, a la traducción de la Biblia y a la lectura e interpretación de los textos sagrados sin la tutela de los clérigos. La herencia de Erasmo es manifiesta en Cervantes como la de Montaigne lo es en Shakespeare, y aun la de Cervantes en este último, pues el dramaturgo leyó la traducción inglesa de Thomas Shelton de la primera parte de 'El Quijote' y de allí surgió 'Cardenio', escrita a medias por William Shakespeare y John Fletcher, obra perdida en el incendio de 1613 del Globe Theatre de Londres.

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Las 36 obras de teatro recogidas en el 'First Folio' de 1623 y los 154 sonetos «para diferentes aires de música» escritos por el bardo y el conjunto cervantino formado por 'La Galatea', 'El Quijote', 'Los trabajos de Persiles y Sigismunda', las 12 novelas ejemplares y varias piezas para la escena nada desdeñables constituyen la estación central de una tradición literaria sin paragón posible. En Shakespeare se hizo realidad la exigencia que en 'El banquete' pone Platón en boca de Sócrates: que quien escribe para la escena domine de igual manera la comedia y la tragedia; en la epopeya quijotesca asoman en igual medida las locuras perniciosa y sublime que cita Erasmo en el 'Elogio de la locura'. La conclusión a la que llegó Anthony Burgess 2.400 años después de Platón y 400 después de Erasmo era casi inevitable: la única comparación posible entre Cervantes y Shakespearedebe hacerse entre Don Quijote-Sancho, por un lado, y Hamlet-Falstaff, por el otro.

HIJOS DEL MISMO TIEMPO

La vigencia de ambos escritores es la misma. Ellos jamás se conocieron, Cervantes nunca leyó a Shakespeare ni vio ninguna de sus obras, pero los unió ser hijos del mismo tiempo. ¿Qué hubiese sucedido si hubiesen compartido un mismo techo? Anthony Burgess resolvió el enigma mediante la ficción de Encuentro en Valladolid, artificio que hace coincidir a ambos autores en la ciudad castellana… y saltan chispas. «Usted nunca podrá crear un Don Quijote», dice Cervantes. «He escrito buenas comedias y también tragedia, que es el punto más alto de la habilidad del dramaturgo», responde Shakespeare. «No lo es y nunca lo será. Dios es un comediante. Dios no padece las consecuencias trágicas de una naturaleza defectuosa. La tragedia es demasiado humana. La comedia es divina», afirma Cervantes, recordando a Dante. Hoy se atribuye al inglés «la invención de lo humano» (Harold Bloom) y al español, «la conquista de la ironía» (Jordi Gràcia).

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El propio Cervantes contribuyó a esa diferenciación al referirse a 'La Celestina', «libro en mi opinión divino -escribe- si encubriera más lo humano». En Shakespeare, el encubrimiento es imposible, la naturaleza del hombre se adueña del escenario en 'Hamlet', en 'Macbeth', en 'El rey Lear', en 'Julio César', en 'Otelo', en 'Ricardo II', en 'Enrique IV', en tantos títulos constitutivos de una atmósfera donde se aúnan y contraponen la grandeza y la miseria de los personajes. «Por lo que se refiere a la conducta humana –escribe Ifor Evans–, estuvo siempre dominada por los conceptos de lealtad y deslealtad y por las consecuencias que estos generan sobre la vida humana». En el legado de Shakespeare no tiene cabida nada comparable a los consejos de Don Quijote a Sancho; en el mundo cervantino nada hay equiparable a la lucha fratricida que desencadena la sucesión de Lear o al monólogo de Antonio para enardecer a la plebe romana después del asesinato de Julio César.

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Quizá tenga mucho que ver en todo ello el ambiente que dominaba el mundo del teatro. Era aquel un ámbito a menudo peligroso, donde la violencia y los excesos coexistían en un mismo espacio con las excelencias de la escena isabelina, según lo cuenta Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de 'El gatopardo', en los comentarios que dedicó a la obra de Shakespeare: “Ser director de teatro equivalía entonces a ser una mezcla de propietario de prostíbulo y de capo de mafia”. Y relata que en 1597, año del estreno de 'Enrique V' y de 'Julio César', se registraron nueve homicidios en los teatros de Londres a causa de altercados en los que se mezclaban delincuentes, soldados de fortuna, marineros con antecedentes en la piratería y otros individuos de moral dudosa.

HERIDO EN LEPANTO

No es que Cervantes viviera una existencia regalada –fue herido en Lepanto, conoció la cárcel, el cautiverio de Argel y las estrecheces de una economía renqueante–, pero como cuenta Francisco Rico en 'Tiempo del Quijote', “también había razones para la sinrazón de dar por históricas las fantasías caballerescas y creer posible resucitarlas a la altura del 1600: a la ínfima nobleza en descomposición, la caballería andante de Don Quijote le devolvía la libertad y la esperanza”. De ahí que lo que realmente importe sea lo imaginado más que lo percibido, como explica Rico: “El paisaje real se intuye en la acción narrada, en los personajes, no se lee literalmente en el texto. El que se pinta en cambio con vigorosa exactitud es el paisaje fantaseado por Don Quijote”. No es esta una norma que se repita en toda la obra de Cervantes, pero el relato del hidalgo es la referencia suprema de su legado.

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¿Quiere decirse que el apego a la realidad de Shakespeare es absoluto? Cabe dudarlo en los pasajes de algunas de sus piezas más conocidas, en monólogos comprensibles en su conjunto, pero enigmáticos, como dice Javier Marías, cuando se busca el significado concreto de frases a menudo herméticas. Se refiere Marías a un “Shakespeare indeciso”, que, por ejemplo, hace decir a Otelo, antes de matar a Desdémona: “Es la causa, es la causa, alma mía, no dejéis que os la nombre, castas estrellas: es la causa”. ¿Qué causa es esta, hay que preguntarse? ¿Qué resquicios de la naturaleza humana escapan a todos menos al autor del soliloquio? Cuatrocientos años más tarde de la primera representación seguimos sin respuesta.

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A Shakespeare y a Cervantes, con enigmas o sin ellos, solo cabe atribuirles la “perfección inescrutable” que Henry James adjudicó a algunas novelas de Honoré de Balzac. Cuando el propio James se refirió a Flaubert como “el novelista de los novelistas”, olvidó a Cervantes; en cambio, cuando Orson Welles se dijo discípulo de Shakespeare, con estas u otras palabras, se atuvo a la realidad de su propia obra y no solo a las adaptaciones para el cine que hizo de las tragedias del bardo.En cierta ocasión, Gonzalo Torrente Ballester, ya anciano, declaró en un programa de televisión: “Seguramente, Quevedo escribía mejor, pero Cervantes pensaba mejor”. ¿Cómo pensaríamos hoy si Shakespeare y él no hubiesen existido?