DIVULGADOR BOTÁNICO

Así es Carlos Magdalena, el botánico asturiano que ha descubierto una nueva especie de nenúfar

Nació en Gijón hace 50 años, trabajó de camarero y nunca ha pisado una universidad, pero desde hace 20 años es el horticultor estrella del principal jardín botánico de Inglaterra

Ahora ha descubierto que el nenúfar gigante que cultivaba en el Kew Gardens de Londres pertenece en realidad a una especie desconocida. La noticia ha dado la vuelta al mundo

Carlos Magdalena

Carlos Magdalena

Juan Fernández

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Una de las noticias científicas de la semana la han protagonizado un nenúfar y un asturiano. La planta en cuestión es el loto que llevaba 173 años llenando de verde el estanque principal del jardín botánico Kew Gardens de Londres con sus hojas gigantes, que llegan a medir hasta 3 metros de diámetro.

El asturiano es Carlos Magdalena, el botánico gijonés de 50 años que acaba de descubrir la verdadera identidad de esta rara ninfeácea: en contra de lo que se pensaba hasta ahora, no pertenece a la familia de las 'victorias amazónicas', que llevan décadas catalogadas, sino que se trata de una especie hasta ahora desconocida, la 'victoria boliviana'.

El hallazgo, que ha dado la vuelta al mundo -no todos los días se anuncia la existencia de un nuevo ser vivo-, ha concentrado las miradas en la majestuosa imagen del nenúfar y en su descubridor, una rara avis en el mundo de la botánica.

En España es un perfecto desconocido, pero el célebre divulgador David Attenborough suele referirse a él como "el gurú de las plantas" en sus documentales de la BBC. En su Asturias natal no pasó de camarero, pero hoy es el horticultor estrella del jardín botánico más importante de Reino Unido. Se fue de casa para buscarse la vida a salto de mata y hoy recorre el planeta buscando especies vegetales en peligro de extinción para salvarlas.

Su vida, de hecho, está tan unida al reino vegetal como una trepadora a la verja de un jardín. Hijo de la dueña de una floristería y de un comercial, su infancia huele a los geranios que su madre vendía en su modesta tienda de Gijón y suena al canto de los jilgueros que su padre le traía de sus viajes por el norte de España.

Pasión vegetal

Por entonces, su mayor ilusión consistía en acudir cada fin de semana a la finca familiar y entregarse al cuidado de las plantas y los animales como quien sigue las instrucciones de una voz interior muy pura.

«Antes de tener conciencia, me recuerdo a mí mismo trasplantando macetas, haciendo injertos y dando de comer a los pájaros con una única obsesión: de mayor quería ser Félix Rodríguez de la Fuente», contaba en 2018, cuando viajó a Madrid para presentar el libro 'El mesías de las plantas' (Destino), donde relata la historia de su vida marcada por su pasión vegetal.

"De pequeño tenía una única obsesión: de mayor quería ser Félix Rodríguez de la Fuente", recuerda Magdalena

En aquellos germinales años de su vida no se le pasó por la cabeza que ese sexto sentido que tenía hacia el medio natural pudiera ser la promesa de una profesión. El sistema académico tampoco ayudaba mucho. «La idea del profesor que da lecciones en el aula me echaba para atrás. Además, yo soy un naturalista, pero no conocía ninguna carrera que se llamara así y que incluyera la botánica, la horticultura, el paisajismo y la jardinería a la vez. O me hacía biólogo o estudiaba para ingeniero forestal, y ninguna de las dos opciones me atraía», cuenta el científico vocacional.

London calling

¿Solución? Decidió vivir su vida a salto de mata. A los 28 años, después de cortar con su novia, perder su trabajo de camarero y enterrar a su padre recién fallecido, de pronto se sintió como los árboles que sufren una poda salvaje: enfrentado a la tesitura de partir de cero con savia renovada y emprender un nuevo camino. «Era el momento de volar del nido y escuchar la 'London calling'», dice sobre una llamada a la aventura que había estado retrasando durante años. 

Carlos Magdalena, recolectando nenúfares en Australia

Carlos Magdalena, recolectando nenúfares en Australia / EP

Se marchó a Londres sin billete de vuelta con la excusa de aprender el idioma y la vaga idea de probar suerte en el mundo de la botánica, pero sin saber cómo ni dónde podía hacerlo y con la remota esperanza de continuar explorando el planeta tan pronto dominara la lengua de Shakespeare.

La cabra tira al monte: al poco de encontrar su primer trabajo de sumiller en el restaurante del hotel donde se alojaba, empezó a encargarse de los arreglos florales del local. «Un día se me ocurrió hacer un ramo con las especies que encontré en el jardín y, sorprendidos, me preguntaron dónde había estudiado floristería. En unas semanas, mi habitación se había convertido en una jungla», recuerda.

Epifanía en el botánico

Sin más brújula que su olfato, empezó a recorrer las instituciones londinenses que pudieran mantener alguna relación con las ciencias naturales. Visitó museos, exploró parques, se pasó por el zoo… Pero la gran epifanía le aguardaba en el jardín botánico. «Fue cruzar la puerta del Kew y sentir de pronto: este es mi sitio. Nunca había visto nada igual. Tenía más de 80.000 especies vegetales ante mis ojos, multitud de hábitats naturales diferentes reunidos en un mismo sitio, aquello era el paraíso», rememora.

Carlos Magdalena ante un nenúfar gigante en el Kew Gardens de Londres

Carlos Magdalena ante un nenúfar gigante en el Kew Gardens de Londres / Kew Gardens de Londres

Para colmo, volviendo esa tarde extasiado al hotel, en el metro encontró una hoja de periódico que hablaba de las dificultades que estaban encontrando en el Kew para salvar a la 'Ramosmania rodriguesii', un arbusto originario de la isla de Mauricio del que solo quedaba un ejemplar y que no lograban reproducir. El hombre que susurraba a las plantas tenía una misión: a los pocos días se plantó en el botánico, pidió audiencia con el director y le soltó: «Yo necesito este lugar, pero hay algo que usted no sabe, y es que este lugar me necesita a mí». 

Becario

Escamado por el descaro de aquel joven español que empezó a hablarle de las mejoras que urgían en el jardín, el responsable del Kew le ofreció entrar a trabajar como becario. Magdalena se agarró a aquella oportunidad como una hiedra a las grietas de un muro. Su sabiduría natural con las plantas tardó poco en llevarle a especializarse en el tratamiento de variedades en riesgo de extinción y en los últimos 15 años se ha dedicado a viajar por los cinco continentes buscando modalidades vegetales que están a punto de desaparecer. 

"Las plantas no tienen cerebro, pero piensan, sienten y se comunican con el entorno. Son seres vivos como usted y como yo", sostiene

A varias ha conseguido salvarlas del exterminio, como la 'Nymphaea thermarum', el nenúfar más pequeño del mundo, que ya había sido dado por perdido y él logró reproducir, o la propia 'Ramosmania rodriguesii', de la que fue capaz de obtener lo que nadie había conseguido: semillas para que nazcan nuevos ejemplares. 

Anacoreta

En los últimos años, su labor como rescatador de especies en peligro de extinción la ha combina con la divulgación. Habla con el ímpetu acelerado de un iluminado y luce el aspecto desaliñado de un anacoreta, pero no dice nada que no provenga de la pausada observación científica.

«Si viéramos en 'time lapse' el crecimiento de una trepadora, creeríamos que es un animal escalando una pared. Si espiáramos el desarrollo de una raíz a cámara rápida, veríamos que avanza, gira, sube y baja por la tierra como si fuera un reptil. Las plantas no tienen cerebro, pero piensan, sienten y se comunican con el entorno. Son seres vivos como usted y como yo», dice con los ojos encendidos.

Da conferencias por medio mundo, enseña principios de horticultura a lugareños de todo el planeta para que sus hábitats sean sostenibles y contagia su amor por el reino vegetal a todo el que le escucha. «En el origen hubo una célula que se dividió y dio lugar a dos tipos de células. Unas decidieron explorar el mundo y alumbraron a los animales. Las otras se asentaron en el terreno y dieron lugar a las plantas. Pero todos venimos de lo mismo», advierte. 

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