Algo más que cementerios

Un olivar que da sombra a tumbas de soldados alemanes, imponentes catacumbas donde descansan ricos burgueses, o un camposanto en el que están enterrados maestros masones. Recorremos algunas de las necrópolis más curiosas del país.

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Nacho Herrero

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Hay vida, en este caso muerte, más allá de los grandes y mediáticos cementerios de La Almudena o Montjuïc. También de camposantos muy fotografiados por sus bellos emplazamientos como el asturiano de Luarca o el cántabro de Comillas con su 'Ángel que mira al mar' o por otras figuras tan emblemáticas como 'El petó de la mort', la calavera alada que recibe a un apolíneo joven en el <strong>cementerio del Poblenou de Barcelona</strong>. Incluso de aquellos con conjuntos artísticos tan destacados como los del donostiarra Polloe o el bilbaíno de Derio. Hay cementerios singulares aún casi desconocidos en España. Veamos.

Oficialmente son la Galería de San Antonio Abad, que también da nombre al recinto, de San Fabián y de San Severo, pero se les conoce como las 'catacumbas' del cementerio de Alcoy, incluido desde hace unos años en la ruta europea de cementerios significativos.

Los historiadores Lluís Vidal y Elisa Beneyto, impulsores de la ruta 'Alcoy, la ciudad dormida', explican que las «galerías subterráneas» son una «gran singularidad» que hacen único en España este cementerio. Responden a la formación como ingeniero de Enrique Vilaplana Julià, constructor del recinto. «Su mentalidad era muy práctica, y las galerías permitían aprovechar mejor el espacio, además el cementerio esta construido en un cerro y era una forma de aprovechar el desnivel del terreno», explica Vidal. Arquitectónicamente suponen también un hito pues incluyen ventilación y luz natural.

Modelo ‘romano’

Cuenta Vidal que inicialmente fueron las familias más acomodadas las que adquirieron columnas de cinco nichos y que así se sufragó también la construcción del camposanto, «pero pronto prefirieron hacerse un panteón para tener más visibilidad y se fueron revendiendo». Ese cambio de gustos hizo que el modelo 'romano' no triunfara y no se llegaron a construir las tres galerías que había proyectadas simétricamente al otro lado.

No se esperan muchas visitas este jueves 1 de noviembre al extremeño 'Cementerio de los alemanes' de Cuacos de Yuste, como se le conoce. Tal vez algún avezado turista con tiempo para encontrar este peculiar camposanto poco señalizado. Aunque sí el segundo domingo de noviembre, el día de luto en Alemania, cuando el propio embajador germano suele asistir a un acto de recuerdo por los caídos que incluye misa protestante, católica, un concierto y una comida.

Guerras mundiales

En ese rincón de la comarca de La Vera, hay 180 cruces idénticas bajo las que están enterrados los soldados germanos que, por una u otra causa, murieron en España durante la primera y la segunda guerras mundiales, 26 en el primer caso y 154 en el segundo. Ocho de ellas no tienen nombre y pertenecen a soldados desconocidos.

Muchos de los identificados, casi 40, eran tripulantes del submarino del ejército nazi U-77 que el 28 de marzo de 1943 fue hundido cerca del Peñón de Ifach en Calpe por el escuadrón inglés con base en Gibraltar y que aún hoy permanece en las aguas del Mediterráneo. Casi todos murieron por hipotermia y sus cuerpos, como los de los nueve supervivientes, fueron rescatados por los pescadores del pueblo alicantino.

En un principio, se les enterró en Altea y Alicante, pero más tarde fueron trasladados a Cuacos como los pilotos de la Luftwaffe derribados en suelo español, cinco submarinistas de un U-966 y varios tripulantes de barcos.

Bajo 180
cruces, yacen,
en Cuacos
de Yuste, otros
tantos soldados
alemanes

Una investigación de Gabriele Poppelreuter, alemana residente en Mallorca, facilitó al <strong>Volksbund Deutsche Kriegsgräberfürsorge</strong>, la institución que se encarga de los cementerios de soldados germanos, encontrar sus diseminadas tumbas y trasladarlos a todos hasta Cuacos de Yuste entre 1980 y el 1 de junio de 1983, cuando se inauguró.

Cuenta José María Hernández, alcalde de la localidad, que se eligió la ubicación «como denominador común» entre ambos, pues allí fue a retirarse y a morir Carlos V de España y I de Alemania. «Está en un olivar, a unos 200 metros del monasterio donde residió el rey y tiene una pequeña capilla», explica. El terreno lo compró en su día la embajada, que tiene contratada a una persona del pueblo para su mantenimiento.

A finales del siglo XIX, el Gobierno español instó a todos los ayuntamientos de más de 600 habitantes y a todos los municipios que fueran cabeza de partido judicial a disponer de un lugar para enterrar a los no católicos. Nacieron así los llamados 'cementerios de los ingleses', empezando por el de San Jorge en Málaga, construido para albergar a los muchos comerciantes británicos que se establecieron allí en la época.

Esta disposición abrió la puerta a los cementerios masónicos como el de la localidad valenciana de Buñol, creado en 1886 por Joaquín Ballester, alcalde de la localidad y uno de los 42 maestros masones que están enterrados allí. La escuadra y el compás de dos puntas de sus lápidas así se lo reconocen. Entre ellos <strong>hay dos de grado 20, de los 33 posibles en el rito escocés antiguo y aceptado</strong>, que están bajo la llamada Torre Jakim.

Enterramientos ostentosos

Pero, en este cementerio brotan las columnas truncadas, los ojos que todo lo ven o los triángulos equiláteros, en parte por la creación en la comarca de la Logia de los Once Hermanos, en 1891. Más de 400 tumbas con algún símbolo de este tipo lo convierten en una de las concentraciones más altas de enterramientos masónicos y sin duda una de las más ostentosas porque extrañamente fueron inmunes a la orden de Franco de 1938 de retirar cualquier símbolo que pudiera molestar a la Iglesia.

No hay una explicación oficial pero Pepe Medard, guía del cementerio, cree que la temprana industrialización hizo de este municipio una sociedad «muy permeable» a nuevas ideologías y al mismo tiempo bastante tolerante. 

Al acabar la guerra civil, los franquistas no se cebaron con las lápidas. «Incluso durante la dictadura se siguió enterrando con simbología masónica aunque difuminada con algún signo religioso. Pero las autoridades eran conscientes y lo permitían», explica Pepe Medard.

En el año 1995, se hizo un acto de homenaje a los masones allí enterrados y representantes de algunas de las logias más importantes acudieron a la inauguración del monolito que preside la entrada a esta zona de un cementerio que, paradójicamente, incumple el precepto masón de ser «discreto, pero no secreto». Ni una cosa ni otra.