25 AÑOS DE LA CITA OLÍMPICA

La fórmula mágica de Barcelona 92

Detalle de la portada de Mariscal para el especial de 'Mas Periódico' dedicado al 25º aniversario de los Juegos de Barcelona-92

Detalle de la portada de Mariscal para el especial de 'Mas Periódico' dedicado al 25º aniversario de los Juegos de Barcelona-92 / periodico

LUIS MAURI

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Juan Antonio Samaranch barría para casa cuando proclamó en 1992 que Barcelona había celebrado los mejores Juegos Olímpicos de la historia. Barría para casa, pero no mentía.

Como presidente del COI, Samaranch necesitaba que la marca universal de los cinco anillos creciese en poder e influencia edición tras edición. Sobre todo, después de la revolución que él había impulsado en el movimiento olímpico, arrumbando la ley fundacional del amateurismo y abriéndolo de par en par al negocio de la televisión y el patrocinio comercial.

Como barcelonés ilustre, el éxito de Barcelona 92 culminaba su propia operación de blanqueo. Quince años atrás, aquel gerifalte de la dictadura franquista había abandonado la ciudad al compás de una banda sonora gritada por los manifestantes en la plaza de Sant Jaume: «'Samaranch, fot el camp!'» Ahora, esa misma ciudad lo honraba ante el mundo entero.

EFICACIA Y PASIÓN

Por todo eso, Samaranch necesitaba aventar en 1992 que Barcelona había marcado un hito en la historia olímpica. Pero para ello no le hizo falta falsear ni retorcer la realidad. Barcelona asombró hace 25 años al mundo y a sí misma con una fórmula mágica compuesta de pacto político, económico y social, eficacia germánica, pasión mediterránea y solidaridad. Y también la dosis justa de oportunidad: la guerra fría y el apartheid acababan de pasar a la historia y los JJOO de 1992 pudieron conjurar el fantasma de los boicots. Estos fueron los ingredientes del exitoso modelo olímpico de Barcelona.

Al comienzo de los años 80, Barcelona era una ciudad gris, desmayada, anónima. Con un déficit clamoroso de infraestructuras urbanas, de movilidad y tecnológicas. Excluida del mar por la vía férrea y el vetusto parque industrial del Poblenou. Con unos barrios periféricos desestructurados, mal dotados y peor comunicados, hijos de la especulación y el desarrollismo sin escrúpulos del franquismo. La crisis internacional del petróleo y la recesión industrial doméstica acogotaban la economía local, la efervescencia del fin de la dictadura cedía el paso al desencanto, el ruido de sables estremecía al país, la inseguridad ciudadana encogía las calles y la heroína vampirizaba a una generación.

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Barcelona necesitaba poco menos que un milagro, una varita mágica que le permitiera salir del letargo y acometer una transformación urbanística radical, modernizarse y dotarse de infraestructuras, abrirse al mar, darse a conocer al mundo y atraer al turismo (cuidado con lo que deseas porque puede hacerse realidad: hoy el turismo intensivo es percibido como un problema por los barceloneses), reconvertir el Poblenou industrial, crear empleo, dignificar los barrios obreros…

PRESUPUESTO QUIMÉRICO

La lista era interminable y el presupuesto, quimérico. A menos que la ciudad, acostumbrada en el último siglo a crecer a empujones (exposiciones de 1888 y 1929, construcción relámpago de barrios enteros para la mano de obra inmigrante que necesitaba la industria local en los años 50 y 60…), hallara un pretexto excepcional capaz de levantar inversiones, aunar voluntades y superar recelos. Los Juegos Olímpicos, el acontecimiento de mayor repercusión mundial si se exceptúan las guerras o las grandes catástrofes, fueron ese pretexto.

Barcelona marcó distancias desde el principio con los mensajes de sus predecesoras olímpicas. Moscú 80, que quiso ser glorioso escaparate comunista, se quedó en canto de cisne de la Unión Soviética. Los Ángeles 84 replicó con un festival capitalista donde había que pagar hasta por llevar la antorcha. Y Seúl 88 fue el lavado de cara y la apertura de la dictadura surcoreana y la carta de presentación mundial de su vigorosa industria.

Barcelona quería los JJOO para reinventarse como ciudad. Para eso necesitó forjar una triple entente: política (ayuntamiento, Gobierno y Generalitat), económica (el sector público lideró el proyecto, en el que el privado tuvo una participación notable) y social (la ciudadanía hizo suyo el proyecto y más de 30.000 voluntarios entregaron solidariamente su tiempo y su trabajo a la organización olímpica).

La ciudad llegó a la cita del 25 de julio de 1992 con los deberes hechos, las obras terminadas, la organización engrasada y una estampa urbana brillantemente renovada. Orgullosa, entusiasta y amable, ansiosa de presentarle al mundo su nueva condición de capital europea.

Los Juegos de 1992 cambiaron la historia de Barcelona. La metieron anticipadamente en el siglo XXI. O simplemente le dieron lo que le debía el siglo XX.