La posguerra

De la victoria mutilada al fascismo

Mussolini en el balcón del palacio Venecia, tras la marcha sobre Roma.

Mussolini en el balcón del palacio Venecia, tras la marcha sobre Roma.

XAVIER CASALS

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Italia intervino en la Gran Guerra junto a la Entente, pero al concluir la contienda no recibió los territorios que esperaba. Cobró entonces popularidad en el país la idea de que su victoria había sido «mutilada· por sus aliados. ¿Por qué se generó esta sensación de fracaso?

Para comprenderlo debe tenerse en cuenta que Italia era un país recién llegado a la escena internacional (su unificación finalizó en 1871), sin mucho éxito al crear un imperio colonial, pues Abisinia le infligió una humillante derrota en Adua en 1896. En este marco, la Gran Guerra le brindó la oportunidad de aumentar sus territorios. En 1914 Italia estaba aliada a las potencias centrales, pero al iniciarse el conflicto cambió de bando y se alineó con la Entente. ¿La razón? En caso de triunfar, los aliados se comprometieron a cederle las regiones austríacas de Trentino, Istria y Dalmacia en un Tratado de Londres, de abril de 1915.

La participación italiana en la contienda fue controvertida, pues su ejecutivo la negoció a espaldas del parlamento, careció de amplio apoyo social y su ejército mostró graves deficiencias, como ilustró su derrota en Caporetto en 1917, en la que el enemigo hizo 300.000 prisioneros. Además, el conflicto pasó a Italia una abultada factura: medio millón de muertos y otro medio millón de heridos y en 1919 debía a sus aliados 700 millones de libras.

Así las cosas, cuando los líderes aliados se reunieron en París ese año para acordar la paz, el presidente italiano, Vittorio E. Orlando, les reclamó los territorios acordados y la ciudad portuaria de Fiume (actual Rijeka croata), necesaria para mantener el comercio con Trieste. Pero los aliados habían decidido crear Yugoslavia y no podían satisfacer sus reivindicaciones, desencadenando en Italia una gran campaña exigiendo la Dalmacia.

En este marco, Benito Mussolini formó en marzo de 1919 sus Fascio di combattimento sin éxito, pero la reivindicación de Fiume de los meses siguientes le aportó enseñanzas decisivas para llegar al poder.

Todo empezó el 12 de septiembre de 1919, cuando unos cientos de ultranacionalistas (excombatientes, fascistas, militares) ocuparon la ciudad liderados por Gabriele d'Annunzio, aclamado excombatiente y poeta autor de la expresión «victoria mutilada». Éste declaró la ciudad anexionada a Italia y en agosto de 1920 se atribuyó todos los poderes civiles y militares, conformando un ensayo del mussolinismo (su biógrafo Michael A. Ledeen lo califica de «primer Duce»). La situación del enclave se resolvió en noviembre de ese año, cuando un acuerdo entre el gobierno italiano y el yugoslavo dio a Fiume el estatus de Estado libre unido a Italia por una lengua de tierra, constituyendo una victoria para los nacionalistas.

MARCHA SOBRE ROMA / El episodio enseñó a Mussolini que un golpe de Estado civil podía tener éxito político y lo escenificó tres años después con su «marcha sobre Roma»: el 22 de octubre de 1922, 40.000 seguidores se dirigieron a la capital para exigir el poder y el Rey aceptó que el líder fascista formara gobierno. Como señala la historiadora Margaret MacMillan, «Mussolini demostró lo bien que había aprendido la lección de Fiume». En suma, la «victoria mutilada» abrió el camino al fascismo.

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