TRES MESES DESPUÉS DEL INTENTO DE GOLPE

Turquía: tiempo de purgas

El subidón de adrenalina nacionalista de las horas y días posteriores a la intentona golpista se ha suavizado. Pero solo en la superficie. Persisten las redadas contra todo sospechoso de no comulgar con la política de Erdogan.

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JAVIER TRIANA

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Los vídeos de gatitos han regresado al canal de televisión del metro de Estambul y esto constituye un síntoma de normalización del panorama en la Turquía post-golpe, al menos de forma superficial. Las imágenes de felinos intentando cazar la luz de un láser a la desesperada o peleándose con un ovillo de lana han ido recuperando su trono en la cadena de manera paulatina, en detrimento del mensaje gubernamental de unidad y patria que inundaba cual riada nacionalista las tripas del suburbano.

Atrás quedan los días de propaganda oficial intensiva y en bucle a través de un anuncio en el que cientos de turcos se reunían junto a un asta y formaban una suerte de 'castell' con el único objetivo de izar de nuevo una bandera -de fondo rojo y con la media luna y la estrella blancas- que había caído, ensombreciendo al país (de manera literal en las imágenes). Resisten, no obstante, restos muy presentes del despliegue de mensajes patrios llevado a cabo por Ankara en las horas siguientes a la intentona golpista que hace ahora tres meses, el pasado 15 de julio, dejó más de 240 muertos y un millar de heridos.

PANEL MONSTRUOSO

«Estáis escribiendo la leyenda», se puede leer en un gran cartel del distrito financiero de la ciudad del Bósforo. Un panel de dimensiones monstruosas (cubre toda la fachada del Centro Cultural Atatürk) en el centro neurálgico de la ciudad moderna, Taksim, reza: «La soberanía es de la nación», mismo lema que está colocado disimulando los andamios levantados para restaurar el turístico Mercado de las Especias. O el omnipresente «Somos la nación. No permitiremos que se le haga tragar a Turquía el golpe ni el terrorismo». Y así también en otros monumentos, en autobuses o en pegatinas que se marchitan en los postes de las farolas. Hasta en graffitis.

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A pesar de los restos de aquel subidón de adrenalina nacionalista, el asunto se ha suavizado. Las banderas en los coches particulares son menos frecuentes, como lo son las exhibiciones públicas -a título personal- de orgullo nacional. Ya no se oye la canción dedicada al presidente, Recep Tayyip Erdogan, en cada esquina. Y ha dejado de aumentar el número de banderas turcas colgadas de las ventanas de las casas.

Pero toda esta enumeración no es sino la capa más superficial, las consecuencias estéticas, mientras se lleva a cabo una redada permanente contra los supuestos autores del golpe: la cofradía del clérigo musulmán Fetullah Güllen (conocida como Hizmet) y todo aquel sospechoso de ser simpatizante.

DESPEDIDOS, DETENIDOS, ARRESTADOS

Hasta el momento, unas 105.000 personas han sido despedidas de sus empleos (entre ellos más de 3.500 jueces y fiscales y unos 4.000 soldados), se ha detenido a unas 51.000 personas y están bajo arresto más de 27.000 (entre ellos, más de 120 periodistas), muchas veces en condiciones repetidamente denunciadas como inhumanas por organizaciones de defensa de los derechos humanos como Human Rights Watch. Según el líder de la oposición turca, el socialdemócrata laico Kemal Kiliçdaroglu, un millón de personas se han visto afectadas de manera directa e indirecta por la multitudinaria purga, cuyas cifras aumentan día a día. 

Una purga que el gobierno y sus seguidores parecen estar aprovechando para sacarse de encima las voces molestas. El pasado martes, sin ir más lejos, el diario local 'Habertürk' informó de que solo en Ankara se habían registrado 40.000 denuncias contra gente acusada de ser gülenista. Fuentes policiales dijeron al rotativo que en muchos casos se trataba de ajustes de cuentas o denuncias por envidias, diferencias o problemas personales.

Zeynep Gül [todos los nombres de los testimonios han sido modificados por motivos de seguridad] explica que la despidieron de su puesto como profesora en una academia municipal por no comulgar con la línea del Gobierno. «Era obligatorio participar en los mítines de Erdogan (quien, a pesar de tener que ser neutral por su posición de Jefe de Estado, se escora claramente hacia posiciones del gubernamental Partido de la Justicia y el Desarrollo, el cual cofundó). Y teníamos que hacernos un selfi en el mitin y mandárselo a los jefes. Parece una broma, pero es en serio. Yo no iba... y luego me llamaban mis jefes preguntándome por qué. En el contrato no ponía nada de eso, pero los jefes te decían que tenías que ir», cuenta a EL PERIÓDICO.

EN UN MINUTO

Justo una semana después del fallido golpe de Estado, la docente recibió un mensaje de texto en el que le notificaban su despido, acusada de tener relación con lo que ahora el Ejecutivo llama la Organización Terrorista Fetullahçi, el Hizmet. «En un minuto, con un mensaje, cambió todo: te echan del trabajo y te dicen que eres una terrorista», se queja. No fue la única de entre sus compañeros. Nadie le quiso dar explicaciones, a pesar de que recibía de manera habitual felicitaciones por su trabajo. Gül entró en pánico pensando en que quizá la arrestarían, la encarcelarían. O a sus familiares. Pensó en emigrar. Pensó en que jamás podría volver a trabajar para el Estado. Que ese estigma la perseguiría siempre. Ella, que no es religiosa y asegura no haber tenido nunca contacto con el Hizmet. Por eso, llevó el caso a juicio y confía en ganarlo. Mientras tanto, ha organizado unas clases privadas para seguir trabajando y que por el momento cuentan con más alumnos de lo esperado.

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Sin embargo, para una parte de la población, como Duygu Köroglu, de 40 años, trabajadora del sector servicios y que vive en una zona muy acomodada de la ciudad, los cambios en su día a día han sido imperceptibles. «La peor parte se la están llevando los profesores y los periodistas. Les están encarcelando a todos con esta excusa. Es vergonzoso. Es algo que sucedía de antes del golpe, pero ahora tienen una buena excusa», comenta. Para Köroglu, la preocupación es el qué vendrá después, el futuro. Y el sistema educativo, porque sin un pueblo instruido no habrá capacidad crítica, afirma. «Se lo están cargando», dice, en referencia a las purgas masivas de profesores: según la web opositora Turkey Purge (simpatizante 'fetullahçi' y cuyo acceso está vetado en Turquía), 5.070 profesores universitarios han sido despedidos, 2.099 escuelas, residencias universitarias y universidades han sido cerradas y 61.382 estudiantes universitarios han quedado en un limbo académico.

Por ese limbo revolotea ahora Funda Dogan, quien este año deberían haber comenzado su último año de carrera, pero el cierre del centro por sus supuestos vínculos con Gülen la ha dejado sin universidad en la que licenciarse. Dogan explica que ella no tiene relación con la cofradía, que eligió ese centro porque la becaron y quedaba cerca de su casa, y que ahora teme que nadie le dé trabajo por haber estudiado allí.

MEDIDAS NECESARIAS

Varios analistas cercanos al Gobierno coinciden en que las medidas son necesarias dada la amenaza que supuso el golpe para el país. En ese sentido, el próximo 19 de octubre se ampliará el Estado de Emergencia durante tres meses más. Si bien este no afecta de manera palpable a la vida cotidiana, sí sirve en la práctica para puentear los mecanismos de control estatal a la hora de aprobar leyes y decretos controvertidos o llevar a cabo acciones sin tener que rendir las cuentas necesarias reguladas por la Constitución. Bien es cierto que el golpe ha creado un amplio consenso político y ciertas decisiones del Ejecutivo cuentan ahora con el respaldo de partidos opositores.

No obstante, las purgas no han incluido a miembros de la cúpula del Gobierno. No ha habido depuración de responsabilidades después de que miles de miembros del Hizmet se infiltraran en los mecanismos estatales y trataran de derrocar al Ejecutivo. La respuesta habitual que da Ankara al respecto es que los gülenistas les «engañaron». Y por ese engaño pidió Erdogan perdón a Dios y al pueblo turco (por ese orden).

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Los desencuentros entre Erdogan y Gülen llegaron a su culmen en diciembre de 2013, cuando varias conversaciones filtradas supuestamente por miembros del Hizmet implicaban en un escándalo de corrupción al círculo cercano del entonces primer ministro. Hasta entonces, Erdogan había contado con su ayuda para avanzar en sus proyectos políticos y habían recompensado con ascensos a los gülenistas. Cuando se pregunta a ministros por esta anterior amistad, la respuesta automática salta como un resorte: «Nos engañaron».

A punto de empezar otros tres meses de Estado de Emergencia, los presagios no son prometedores. El Consejo Europeo de Jueces se plantea dejar de contar con Turquía como miembro observador por considerar que ya no existe independencia entre los poderes judicial, legislativo y ejecutivo. Y se ha empezado a liberar a unos 38.000 presos por delitos menores en sus últimos años de condena para hacer sitio en las cárceles a nuevos reclusos. Aunque la vida sigue con aparente normalidad en Turquía, las purgas y sus consecuencias también avanzan en el país eurasiático.