Turquía, refugio mundial

Refugiados sirios saltan una valla fronteriza en Akçakale, ayer.

Refugiados sirios saltan una valla fronteriza en Akçakale, ayer.

JAVIER TRIANA

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Mohand y Ualid Mohamad llegaron a Estambul procedentes de Siria. Están en una plaza del barrio de Aksaray (que concentra gran parte de los refugiados de su nacionalidad) en busca de un traficante que les cuele ilegalmente en Europa. Primero, Bulgaria. Luego, de ahí, a su destino soñado: Alemania o Suecia. Su equipaje, una mochila por cabeza. Vivían en el campo sirio de refugiados de Yarmuk, pero salieron de allí antes de que el Estado Islámico (EI) tomara el control de forma temporal. «No había paz, ni seguridad, ni trabajo, ni comida... ¡Nos alimentábamos de las hierbas que crecían!», ilustra Mohand.

Son dos de los cientos de miles de refugiados sin registrar y que, por tanto, no aparecen en las listas de la Alta Comisión de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). La nómina de sirios en suelo turco que baraja la organización roza los dos millones, a los que se suman otros 300.000 de otras nacionalidades (sobre todo iraquís, afganos, iranís y somalís). Turquía se ha convertido en el país que más refugiados acoge en el mundo.

«SOIS NUESTROS INVITADOS»

En este contexto, Ankara ha solicitado ayuda económica para tratar el problema, cuyo coste para el Gobierno turco -asegura este- ha superado los 5.500 millones de euros. Las contribuciones recibidas: 280 millones. «La situación no es sostenible ni para Turquía, ni para ningún otro país de la región», afirmó el representante turco en la ONU, Yasar Halit Çevik, en una reunión ante el Consejo de Seguridad.

Así las cosas, Turquía anunció esta semana el cierre de pasos fronterizos «salvo en caso de tragedia humanitaria». Este mismo domingo tuvo que reabrir el de Akçakale ante la afluencia de miles de huidos.

En un intento por aliviar la situación, a principios de marzo se inauguró el campamento de refugiados más grande del país, con capacidad para 35.000 personas. Está en Suruç, en el sur, a una decena de kilómetros de la ciudad siria de Kobane, de donde proceden gran parte de los refugiados que lo pueblan. «Puede que no estéis tan cómodos como en vuestras casas -dijo la primera dama turca, Emine Erdogan, en la apertura-. Seguro que vuestros hijos sueñan con jugar en sus propias calles. Y vosotros, con despertaros en vuestras propias casas. Pero tenemos que asumir la realidad mientras haya gente alimentando la guerra y el terrorismo. Nuestras puertas están abiertas para todos los pueblos oprimidos. Sois nuestros invitados».

Puede que las bonitas palabras de la señora Erdogan tengan luego reflejo en algunas acciones del Ejecutivo. «Turquía ha adaptado sus leyes para que los sirios puedan tener acceso al sistema sanitario y educativo», explica a este diario Selin Ünal, responsable de prensa de la ACNUR en el país euroasiático. «Es muy importante que Turquía haya adoptado un marco legal que provee derechos en el país para los refugiados. Se facilita también el acceso al mercado laboral». Así, aquellos que no necesiten ayuda humanitaria sino acceso a servicios básicos pueden asimismo salir adelante. «El 80% de los refugiados viven fuera de los campamentos -continúa Ünal-. Pero los números pueden alterarse de repente, como cuando hubo una afluencia masiva con la toma de Kobane por el EI. En unos pocos días, nos encontramos con unas 200.000 personas viniendo a Turquía. Hay dinámicas que varían, porque al otro lado de la frontera es una zona de guerra».

CUATRO MILLONES

Tanto Irak como Siria, ambos vecinos, se encuentran sumidos en complejos conflictos que protagonizan ahora los yihadistas del EI. En Siria, la guerra ha entrado ya en su quinto año y ha desplazado a casi cuatro millones de personas en toda la región, según las cifras oficiales de la ACNUR. «Es la mayor crisis humana desde la segunda guerra mundial», destaca Ünal.

Las calles de Estambul dan cuenta de ello, con familias enteras envueltas en mantas, niños pidiendo en las principales avenidas o adultos en busca de unas monedas a cambio de su destreza musical. La policía se empeña en apartarlos de las aceras, registrarlos y enviarlos a los campos del sur. La sorpresa -publica el diario local Hürriyet- es que a veces los mendigos resultan ser turcos sin recursos que hablan un árabe básico y fingen ser refugiados sirios para aprovecharse del tirón solidario.