CAMBIOS EN EEUU

Trump, más débil pero desafiante

Trump, ante una multitud de periodistas en la rueda de prensa en la Casa Blanca.

Trump, ante una multitud de periodistas en la rueda de prensa en la Casa Blanca. / periodico

Ricardo Mir de Francia

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Durante gran parte de su historia, Estados Unidos ha sido un país partido en dos mitades, dos formas radicalmente distintas de interpretar el mundo. Inicialmente quedó dividido a la altura de la Línea Mason-Dixon, la demarcación que separó a los estados esclavistas del Sur de los estados abolicionistas del Norte, una frontera que se volvió más difusa cuando la segregación racial sustituyó a la esclavitud como herramienta de opresión tras la guerra civil (1860-1864). Aquella fractura empezó a evaporarse formalmente a mediados del siglo pasado, pero ha vuelto a reaparecer con fuerza con Donald Trump, un presidente que ha hecho de la defensa a ultranza de la cultura blanca, patriarcal y cristiana el eje de su discurso. Estas elecciones legislativas no han hecho más que confirmarlo.

Los comicios dejan al presidente debilitado, pero en ningún caso derrotado. Los demócratas han recuperado la Cámara de Representantes, mientras los republicanos amplían su mayoría en el Senado. Ese dibujo arroja un Congreso dividido, anticipo de dos años de parálisis legislativa y broncas constantes, dada la escasa tolerancia de Trump a que se entrometan en su camino. Hasta las presidenciales del 2020, su vida será bastante más complicada por la pérdida del control del Congreso, pero de los resultados se desprende que el magnate mantiene sus opciones para ser reelegido.

Por lo pronto ha quedado claro muy pronto que piensa endurecer su gabinete con figuras leales a su liderazgo, nombres que no le van a faltar porque ha transformado al Partido Republicano a su imagen y semejanza. El fiscal general, Jeff Sessions, anunció su dimisión a petición de Trump, la primera salida tras las legislativas. El presidente nunca le ha perdonado que se autorecusara de la investigación de la trama rusa.    

Una ola y no un tsunami

Su coalición electoral se ha resentido, pero no se ha destruido, pese al aumento significativo de la participación. Ha perdido el voto independiente que ganó por cuatro puntos en 2016 y también ha visto como los suburbios afluentes se alejaban de los republicanos. Pero la ola azul que los demócratas ambicionaban ha acabado siendo eso mismo: una ola, nunca un tsunami. Muchos de los estados donde se deciden las presidenciales elegían gobernadores y todo ha quedado en tablas. Los republicanos ganaron en Ohio, Florida y Arizona y perdieron en Pensilvania, Michigan o Wisconsin, estados de tendencia demócrata que Trump conquistó hace dos años.

El mapa electoral refleja un país tan desgajado y polarizado como en los viejos tiempos. Geográficamente la línea divisoria es distinta a las fronteras raciales del pasado, pero sus rasgos culturales se parecen mucho. Los republicanos han ganado en las vastas zonas rurales, bastiones de la América blanca donde más recelos despiertan las minorías y los inmigrantes, la carta explotada indisimuladamente por Trump para movilizar a sus bases.  Es el país del 'bourbon' y las armas, aislacionista por naturaleza y relativamente proteccionista en el terreno comercial a pesar de la amenaza que los aranceles representan para algunas industrias locales.

El motor del cambio

Los demócratas se han impuesto en esa otra América que viaja y ve oportunidades fuera de sus fronteras: las dos costas, las grandes ciudades y los suburbios, particularmente los más ricos y con educación superior, cada vez más mestizos demográficamente. Las mujeres, los jóvenes y las minorías han votado mayoritariamente por ellos y han sido el motor del cambio, principalmente ellas. Ahora solo les falta encontrar un líder y un programa que les reconcilie con la América atávica.

Tras el reparto del Congreso, ningún partido se siente perdedor. Tampoco el presidente, que planteó estas elecciones como un referéndum sobre su mandato, una premisa que escuchó el electorado. Casi dos tercios hicieron de Trump su primera consideración a la hora de votar, según los sondeos, seguido por la sanidad, la economía y la inmigración. "Ayer fue un gran día, un día increíble, después de que los republicanos desafiaran la historia para expandir nuestra mayoría en el Senado y superar las expectativas en la Cámara de Representantes", dijo el presidente en una larga rueda de prensa.

El recuento definitivo de los comicios todavía no se conoce, pero como mínimo los demócratas cuentan con 222 escaños en la Cámara baja, cuatro más de los que se necesitan para la mayoría, mientras los republicanos tienen 51 en el Senado, uno más de la mayoría y los mismos que tenían, pero esa ventaja está llamada a crecer tres o cuatro escaños más a medida que pasen las horas.

Fin a la barra libre

Trump ha gobernado en la primera parte de su mandato sin ninguna cortapisa, con el control absoluto de la Casa Blanca, el Congreso y en gran medida la judicatura. Pero esa barra libre se ha acabado, de ahí que abriera una puerta a trabajar con sus rivales políticos en proyectos comunes como los planes para remozar las infraestructuras. "Hay muchas cosas en las que podemos trabajar juntos. Me gustaría ver espíritu de consenso. Me gustaría ver unidad", dijo en una ronda de preguntas salpicada de ataques a la prensa. "Eres un maleducado, una persona terrible", la ha dicho al corresponsal de la CNN en la Casa Blanca tras pedir que le retiraran el micro ante una pregunta sobre inmigración.

Al mantener el Senado, podrá seguir nombrando jueces conservadores a su antojo y mantendrá la llave sobre la política exterior para hacer y deshacer tratados internacionales. Pero con la pérdida de la Cámara baja su vida será mucho más miserable. Los demócratas pretenden lanzar comisiones para investigar sus finanzas, sus conflictos de interés o sus conexiones con la trama rusa. Pueden obligarle a hacer públicas sus declaraciones de impuestos o incluso abrirle un proceso de ‘impeachment’ para apartarle del poder, algo que de momento no está en la agenda. Pero Trump les ha recordado este miércoles que reaccionará con "beligerancia" extrema. “Pueden jugar a ese juego, pero nosotros podemos jugarlo mejor”, dijo desafiante.

Nada anticipa que el presidente vaya a cambiar en estos dos años. Solo ha gobernado para una parte del país y cree firmemente en el divide y vencerás. Prefiere ser temido que amado, siguiendo con la máxima de Maquiavelo. Y como demostró hace dos años, el orgullo nacionalista y la retórica racial más o menos críptico siguen dando réditos en las profundidades de esa América donde los trenes nunca volvieron. William Faulkner, uno de los grandes escritores sureños, escribió que “el pasado nunca muere, no es ni siquiera pasado”.