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Trump se apunta otro éxito con la ratificación de Kavanaugh para el Supremo

protestas en el Senado contra ratificación de Kavanaugh

protestas en el Senado contra ratificación de Kavanaugh / periodico

Ricardo Mir de Francia

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A solo un mes para las elecciones legislativas en Estados Unidos, Donald Trump se ha apuntado otra victoria de envergadura. Tras una encarnizada batalla política en el Congreso, que ha servido también para medir la fuerza del movimiento #MeToo en los despachos del poder en Washington, el presidente ha logrado finalmente ratificar a su candidato para el Tribunal SupremoBrett Kavanaugh ha sido confirmado este sábado en el pleno del Senado con el apoyo casi absoluto de los republicanos y un solo voto demócrata. La presunción de inocencia ha prevalecido al final sobre las acusaciones de abuso sexual y el interés político ha arrollado a las legítimas dudas sobre la integridad y el temperamento del magistrado.

Es difícil predecir las consecuencias que estos últimos tres meses de drama político tendrán en las legislativas. Lo que nadie duda es que todo el país ha estado mirando y que dejará heridas profundas en una sociedad ya de por sí enormemente polarizada. Las encuestas sugieren dos tendencias. Por un lado, el caso Kavanaugh habría servido para energizar a la América blanca y patriarcal que sirve de base a los conservadores, una América que se ha sentido atacada por los intentos de la izquierda de hundir al candidato de Trump. Pero, por otro lado, parece evidente que movilizará todavía más a las mujeres, particularmente a demócratas e independientes, que han visto una vez más como las acusaciones creíbles de varias presuntas víctimas de abuso sexual eran ignoradas.

Una victoria doble

Esa tensión social quedó nuevamente de manifiesto horas antes de que el Senado ratificara al juez. Miles de personas protestaron frente al Capitolio en Washington para mostrar su rechazo a Kavanaugh, una imagen que se repitió en otras ciudades del país. “Vergüenza”, “rabia” o “Kava no”, decían sus pancartas. Pero la suerte ya estaba echada, después de que dos de los tres senadores republicanos que estaban indecisos expresaran la víspera su intención de votar por el magistrado. A ellos se unió el demócrata Joe Manchin, que el mes que viene se juega la reelección en Virginia Occidental, un estado donde Trump ganó en 2016 por 42 puntos de diferencia.

Sin espacio ya para la sorpresa, el recuento se saldó con 50 votos a favor y 48 en contra, mientras desde las gradas varios activistas gritaban "Qué vergüenza". Solo la republicana Lisa Murkovsky rompió filas con los suyos para oponerse a la nominación del juez. “Hoy es un gran día para EEUU. La muchedumbre no ha logrado intimidar al Senado”, dijo su jefe de filas en la Cámara Alta, Mitch McConell. Para el viejo senador por Kentucky es una victoria doble porque hace solo dos años logró bloquear la nominación del moderado Merrick Garland para el Supremo, el juez escogido entonces por el presidente Barack Obama. Echando mano de la mayoría que su partido tenía en la Cámara, McConell impidió que su candidatura llegara a votarse, una maniobra de obstrucción que dejó patente la tóxica politización de la judicatura.

La jugada se ha repetido esta vez con la apuesta por Kavanaugh, un juez fuera del consenso que ocupó cargos políticos en la Casa Blanca de George W. Bush durante cinco años. Los demócratas cuestionaron desde el principio su candidatura, pero el rechazo se recrudeció a partir del 16 de septiembre, cuando apareció en la prensa la primera de las tres mujeres que le acusado de abusos sexuales. Kavanaugh se defendió enérgicamente en el Senado, pero lo hizo con tanta rabia y falta de respeto hacia los senadores demócratas que su imparcialidad y temperamento quedaron todavía más en entredicho. “Este es uno de los capítulos más tristes y sórdidos en la larga historia del poder judicial”, ha dicho el senador demócrata, Chuck Schumer.

Caprichos del azar

Trump es a la postre el gran ganador de esta historia. En menos de dos años, y por caprichos del azar, ha logrado colocar a dos jueces conservadores en la máxima instancia judicial del país, con lo que ha conseguido que el Supremo gire a la derecha. Tendrá una mayoría de cinco jueces conservadores por cuatro progresistas, un desequilibrio que podría prolongarse durante varias generaciones porque los cargos de los magistrados son vitalicios. Cuestiones como el aborto, la tenencia de armas, el matrimonio gay o la financiación electoral dependen en última instancia de ellos.

Pero la reordenación del poder judicial no acaba ahí. Trump ha nombrado a estas alturas más jueces que muchos de sus predecesores. Jueces federales, de distrito o apelaciones, un legado que tendrá consecuencias duraderas. Y, entre medio, ha impuesto sus formas entre los republicanos, ya bastante inclinados a ellas. Apoyó siempre a Kavanaugh y no le importó mofarse de sus presuntas víctimas. “Han adoptado la estrategia de que la mejor defensa es un buen ataque”, ha dicho el demócrata Dick Durbin para sintetizar el modus operandi republicano.

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