CAMBIOS EN IRÁN

El tesoro de Farah Diba en Teherán

ANTONIO BAQUERO

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El corazón de Teherán esconde un tesoro de la cultura universal. Está a pocos metros del parque Laleh. Ahí se levanta un edificio que pasa desapercibido. Basta escurrirse por sus puertas de oscuro cristal para dejar atrás el fragor del tráfico y adentrarse en un remanso de silencio, un espacio de luz tenue donde ante el visitante aparecen algunas de las obras maestras de la pintura y la escultura de los siglos XIX y XX.

No, nadie le ha teletransportado al MOMA ni al Guggenheim. Sigue en Teherán, solo que ha entrado en el Museo de Arte Contemporáneo de la capital iraní que alberga la mayor colección de arte moderno y contemporáneo de fuera de Occidente.

La sucesión de obras produce vértigo. Warhol, Toulouse-Lautrec, Kandinsky, Motherwell, Giacometti, Gauguin, Rothko, Pollock, Pissarro, Bacon, Klein… La pregunta es: ¿Cómo ha llegado todo eso a Irán?  La respuesta hay que buscarla en los años 70, cuando la esposa del sah de Persia, la emperatriz Farah Diba, una apasionada del arte, se lanzó a la compra de las obras más cotizadas del momento.

EMISARIOS A LAS CASAS DE SUBASTAS

Contrató un equipo de asesores y, con el inacabable maná petrolero que entonces regaba Irán, sus emisarios se hicieron habituales de las casas de subastas, en especial, de Sotheby's y Christie's. No era raro que se le recomendara una determinada pintura y ella diera orden de comprar el lote entero. Entre las adquisiciones, ‘Naturaleza muerta con estampa japonesa’ de Paul Gauguin, que se compró por 1,4 millones de dólares, un récord en aquella época.

Farah Diba, que había estudiado arte en París, fue capaz de levantar una colección que recorría todas las corrientes pictóricas desde 1880 a 1970: impresionismo, postimpresionismo, cubismo, surrealismo, expresionismo abstracto, pop art... Para darle cobijo, encargó a su primo, el arquitecto Kamran Diba, la construcción del museo, que abrió sus puertas en 1977. Solo dos años después triunfó la revolución que derribó al sah y el museo y su colección desaparecieron del radar.

La llegada de la Revolución Islámica supuso el cierre del museo. El establecimiento estuvo un año clausurado y cuando reabrió, el régimen de los ayatolás solo permitió exponer las obras de artistas iranís, así como propaganda del régimen. Había que limpiar al país de lo que desde el régimen se dio en llamar ‘Westoxificación’ y esas obras de arte formaban parte de esa contaminación imperialista.

Las obras quedaron olvidadas en el depósito del museo. Ahí, su supervivencia dependió en parte del amor que les profesaba Firuz Shabazi, que las custodió para evitar que sufrieran daño alguno. Shabazi, un simple bedel del museo, recuerda: “Cuando fui contratado no sabía nada de arte, pero el arte me impresionó y empecé a estudiar todas esas obras. Al final, nadie las conocía como yo”. Tanto las apreciaba que durante los trabajos para cambiar la puerta blindada del depósito, pasó un mes entero sin moverse de la puerta de ese almacén. “No quería que sufrieran ningún daño. Esas obras no son mi vida. Son mucho más”. Ahora, ya jubilado, sigue viniendo muchos días al museo, donde es toda una institución.

EN EL DEPÓSITO HASTA 1999

No fue hasta 1999, con el moderado Mohamed Jatami como presidente del país, cuando algunas de esas obras volvieron a ser expuestas. En el 2012, otro lote volvió a salir a la luz. De todas ellas, la gran atracción es sin duda la pintura 'Mural on Indian Red Ground', una de las mayores obras de Jackson Pollock, valorada en 250 millones por Christie’s. “Para nuestro museo, este mural es como 'La Mona Lisa' para el Louvre”, explica el director del museo. En la misma sala se expone un enorme Mark Rothko, valorado en 150 millones.

Grupos de escolares iranís recorren las salas. “Mirad, ¡aquí tenéis el 'pollock'!”, les grita una profesora, que asegura: “Traigo cada año a mis alumnas a que vean estas obras”.

NO ESTÁN A LA VENTA

El establecimiento posee cerca de 3.000 obras, de las que 300 son de arte europeo y estadounidense, y que, según los expertos, estarían valoradas en su conjunto en, al menos, 3.000 millones de dólares. Por algunas de ellas, como la naturaleza muerta de Gauguin, unos coleccionistas japoneses extendieron un cheque en blanco. No hubo trato. Como señala Hasán Noferesti, relaciones públicas del museo, “estas obras no están en venta” aunque sostiene que están abiertos a “préstamos e intercambios con museos”. El primero será este próximo mes de marzo con un museo de Berlín.

Sin embargo, buena parte de los tesoros artísticos coleccionados por Farah Diba, como algunos cuadros de Picasso o de Munch, siguen en el almacén y no se exponen. El director se defiende y asegura: “El espacio del museo es limitado y todo no cabe”.