LA OPINIÓN

Soriasis postsoviética

MARC Marginedas

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Hace 10 años, cuando Rusia se aprestaba a conmemorar el primer decenio transcurrido tras el golpe de Estado que tuvo en vilo al mundo durante tres días,Guenadi IvánovichYanáyev,el hombre que en aquel fatídico mes de agosto de 1991 firmó el documento por el que se apartaba aMijaíl Gorbachovde la presidencia de la URSS -autoproclamándose él mismo jefe del Estado soviético-, accedió a los requerimientos de entrevista de varios medios de prensa extranjeros. El paso del tiempo había transformado a Yanáyeven un hombre derrotado, una sombra de lo que fue, que fumaba un pitillo tras otro. Tras ser amnistiado en 1994, trabajaba como consultor en un despacho olvidado del norte de Moscú, cobrando, según sus palabras, un sueldo de miseria: 5.000 rublos, o lo que es lo mismo, 180 euros. Cuando estiraba el brazo, bajo las mangas de su traje barato, asomaban las cicatrices de la soriasis que padecía.

El cabeza visible del golpe de Estado de 1991 murió el pasado año de un cáncer de pulmón, sin arrepentimiento y proclamando su convencimiento de que el comunismo era la mejor opción posible. Pero su trayectoria muy bien sirve de metáfora acerca de la suerte vivida por un amplio segmento de rusos, decepcionados por los magros resultados de estos 20 años.

El principal fracaso de la era postsoviética es la falta de fe de los rusos en la democracia, en que el sistema político puede ser modificado por voluntad popular. «La gente siente que no importa si vota o no; que si se va Putin, vendrá otro como él», decía la analista Olga Kryshtanóvskaya. Hace poco, un amigo me reconocía con amargura que entrar en la élite política rusa solo era posible si uno estaba dispuesto a convertirse en un ser sin escrúpulos. Sentimientos parecidos a los que tuvieron los ciudadanos soviéticos durante las siete décadas que existió la URSS.

Excorresponsal en Moscú.