Escalada bélica en Oriente Próximo

Siria, 11 meses de miedo y sufrimiento

MARC MARGINEDAS / Idleb (Siria)

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Es al caer la noche, cuando una oscuridad casi absoluta se enseñorea de las calles de las ciudades del norte de Siria y los combatientes del Ejército Sirio Libre (ESL) se arremolinan en torno a una estufa para protegerse del intenso frío reinante, cuando es posible tomar conciencia de las desmesuradas dimensiones que ha adquirido la represión desatada por el régimen de Bachar el Asad en estos 11 meses de levantamiento político.

En las memorias de sus teléfonos móviles, casi todos ellos guardan imágenes de un amigo, un hermano o un pariente más o menos cercano, capturado por las fuerzas progubernamentales y salvajemente torturado antes de morir. En algunos casos, es solo una fotografía realizada en vida, para recordar a su ser querido en su esplendor vital; en otros, se trata de la instantánea o el vídeo de un cadáver deformado con sobrecogedoras heridas, como aberturas en el cráneo o brazos y piernas convertidos en muñones en carne viva, imágenes que solo es posible contemplar en una mirada rauda, de apenas unos segundos.

Todos aseguran haber vivido en sus carnes la tragedia de estos largos meses, intercambiando y explicando con avidez a todo recién llegado sus dramas particulares; cada uno, eso sí, afronta su duelo de forma distinta, echando mano a sus propios recursos personales.

Algunos, como Tgheer, se aferran en silencio a sus fusiles kalashnikov, con la mirada absorta, pensando en su hermano recientemente masacrado. Otros, como un comandante anónimo de una unidad del ESL en Sarmín, en la periferia de Idleb, se olvidan de todo, dejándose llevar por la sobreexcitación del momento histórico que viven, gritando y riendo, a la vez que augurando un inminente final al Gobierno.

LOS «LOGROS» DE ASAD / El actual régimen de Siria, instaurado en noviembre de 1970 mediante un golpe de Estado por el entonces ministro de Defensa, Hafiz el Asad, padre del presidente Bashar, había hecho del terror su pilar fundamental para mantenerse en el poder, quizás a un nivel no alcanzado por casi ningún Estado árabe contemporáneo.

Aquí no se trataba, como en Túnez o Egipto, de amedrentar a la población de forma discreta con casos ejemplarizantes, sometiendo a la ciudadanía a una asfixiante presión policial. Tal y como recoge el diplomático español Gustavo de Arístegui en su libro Encrucijadas árabes, el Gobierno sirio había hecho «ostentación de la tortura, de la detención ilegal y de la purga», exhibiendo como «logros» el «asesinato masivo» con la intención de desanimar a ulteriores movimientos opositores. Así sucedió en febrero de 1982 en la ciudad de Hama, cuando el Ejército sirio redujo a escombros parte del casco urbano, matando a entre 10.000 y 25.000 personas y logrando acallar a la disidencia durante décadas. Y así ha ocurrido en este último año transcurrido tras el arranque de la revolución, inspirada en la primavera árabe.

Pero, en esta ocasión, las viejas tácticas dictatoriales de la dinastía Asad y sus generales no están teniendo el efecto esperado, y los sirios siguen denunciando y condenando a viva voz -quizás porque ya no tienen nada que perder, quizás porque creen que el régimen no podrá, en última instancia, encarcelar a toda una población-, sin miedo, a los delatores o a los omnipresentes servicios de inteligencia.

Con solo 26 años, Ahmed al Said, estudiante de árabe en la Universidad de Aleppo, ya ha pasado por la experiencia de ser arrestado en plena noche e internado durante 16 días en una cárcel de Idleb, la totalidad de los cuales los pasó en una celda de aislamiento y siendo golpeado a diario.

Y pese a que desde su excarcelación no se mueve de su pueblo ni acude a clase por temor a ser detenido de nuevo en algún puesto de control policial, no se muerde la lengua a la hora de relatar su experiencia, ni rehúsa decir su nombre o apellido verdaderos.

Al igual que Ahmed al Said,

Shahir Smak, de 24 años, estudiante de Derecho en la Universidad de Idleb, se ha visto privado de sus clases universitarias. En su caso, su forzada ausencia lectiva, que se prolonga ya dos meses, se debe al cierre gubernamental de su facultad.

CUESTIÓN DE TIEMPO / Asir mata el tiempo durmiendo sobre colchones en casas de amigos, levantándose tarde y, cuando hay suministro eléctrico, mirando la televisión en las horas en que permanece despierto y zapeando entre las emisiones de Al Jazira en árabe o las de la cadena revolucionaria siria Suriya Al Shaab, que emite desde un país extranjero y es recibida gracias a las antenas parabólicas.

Ni Ahmed, ni Tgheer, ni Shahir, se hacen ilusiones. La excepcionalidad que preside sus vidas solo acabará cuando el régimen caiga finalmente, y no dan ninguna oportunidad a la posibilidad de una negociación con el presidente Bashar al Asad o su entorno.

Están convencidos de que es solo una cuestión de tiempo, pero ninguno alcanza a decir cuánto.