EPICENTRO EN LA ZONA CENTRAL DEL PAÍS

Al menos once muertos tras un terremoto de 8,3 grados en Chile

Desactivada la alerta de tsunami que obligó a evacuar a un millón de personas

El tejado de una tienda, en el suelo, en la localidad chilena de Concon.

El tejado de una tienda, en el suelo, en la localidad chilena de Concon. / RG/TS/

ABEL GILBERT / BUENOS AIRES

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

A las 19.54 horas, mientras miles de chilenos regresaban a sus casas y otros iban hacia la costa a aprovechar los días festivos, otra vez la tierra recordó a lo largo de tres minutos interminables la fragilidad sobre la que se asienta ese país: el terremoto de 8,3 grados en la escala de Richter azotó la zona central pero sus efectos se sintieron “desde Arica (en el extremo norte) a Puerto Aysén”, de acuerdo con ministro del Interior, Jorge Burgos.

Han muerto al menos once personas, una de ellas debido a un infarto. Las lesiones por caídas de muros y destrozos fueron menores. Después del seísmo se registraron 20 réplicas, de las cuales cuatro han superado los 6 grados. El Estado reaccionó esta vez con premura y se procedió de inmediato con la evacuación de las poblaciones que viven cerca de un mar embravecido. Hay al menos un millón de evacuados.

La alerta de tsunami, que se extendió a Ecuador, Perú y Hawai, obligó a tomar las medidas de emergencia correspondientes de norte a sur. Las comunicaciones telefónicas se restablecieron de inmediato. Hubo cortes de suministros en algunas zonas. La conectividad aérea no ha experimentado mayores trastornos. Se reportaron daños en algunas carreteras. Como en otras oportunidades, se cayeron casas de adobe y precaria construcción. El desastre también tiene su costado social: afecta a las viviendas más pobres.

La onda expansiva que sacudió a Chile  fue percibida en la Argentina, en especial en la provincia de Mendoza, separada del vecino país por la cordillera de Los Andes, pero también, en menor medida en la ciudad de Buenos Aires, 1000 kilómetros al este.

GOLPE DE LA NATURALEZA

“Una vez más nos ha tocado enfrentar un duro golpe de la naturaleza”, dijo Michelle Bachelet a la población. La presidenta, atiborrada de problemas políticos en vísperas de las fiestas patrias, regresó al Palacio de La Moneda para coordinar el Comité de Emergencia.

“Se está evaluando decretar estado constitucional de Excepción para las zonas afectadas”, anunció. Al canciller Heraldo Muñoz le tocó estar en la sede del Poder Ejecutivo al momento del fuerte remezón. “Se movió mucho”, reconoció.

El 27 de febrero de 2010, cuando concluía su primer mandato, Chile fue escenario de un terremoto de 8,8 grados con epicentro en las regiones centro y sur. El movimiento telúrico provocó entonces enormes daños desde las regiones de Valparaíso a la Araucanía. Se contabilizaron 156 decesos, 25 desaparecidos, 500.000 viviendas destruidas y dos millones de damnificados. Bachelet fue muy criticada por la respuesta estatal frente al desastre. Los sistemas de alerta no estuvieron esa trágica madrugada a la altura de las circunstancias. Por eso, en esta oportunidad, la mandataría retornó velozmente a su despacho para seguir de cerca las acciones preventivas. Bachelet se proponía viajar al norte del país para conocer de primera mano lo que había sucedido.

CULTURA DE LA FATALIDAD

Chile tiene una arraigada cultura sísmica. La sociedad se ha entrenado ante la desgracia que irrumpe como un azote de la tierra.

Porque siempre ha sido así, y cada 25 años vuelve a irrumpir la fuerza de la tierra para que no se olvide la maldición.  Siempre ha sido así.   “En Santiago, la capital del reino de Chile, en el momento del gran temblor de la tierra de 1647, en el que perecieron muchos miles de pesonas…desbordado el río Mapocho…Allí había un montón de muertos, allí gemía todavía una voz entre las ruinas, allí gritaba la gente desde los tejados en llamas, allí luchaban los hombres y bestias con las ollas, allí se esforzaba un valiente por salvarlos, allí había otro, pálido como la muerte, que alzaba silenciosamente al cielo sus manos temblorosas”. Las palabras pertenecen al escritor alemán Heinrich Von Kleist,  uno de los primeros estudiosos de Chile en el siglo XIX.

Por eso los chilenos tienen un fuerte sentimiento de fatalidad. La memoria acumula fechas: los seísmos de principios de siglo, relatados a las nuevas generaciones por los viejos, o sus hijos, el terremoto de 1960 que asoló Valdivia. Sus 9,5 grados lo convierten en el peor movimiento telúrico de los últimos 150 años. Hubo miles de muertos. Y, más para acá, el terremoto de 1985 en Santiago (177 decesos, 2575 heridos y 142.489 viviendas destruidas), el terremoto de Tarapacá, en el 2005, al norte de Iquique (11 muertos), el tsunami de Aysen, en el 2007, con cuatro víctimas fatales, el de Tocopilla, el mismo año, con 7,7 grados, que en un minuto dejó 15.000 damnificado. Hasta la noche de ayer, los hechos del 27 de febrero de 2010 registraban el último desastre.