HORROR EN EL SUDESTE ASIÁTICO

Artur Segarra, el embustero insaciable

Agentes tailandeses muestran fotos de Artur Segarra durante una rueda de prensa para informar de la investigación del crimen de David Bernat, en Bangkok, el 5 de febrero.

Agentes tailandeses muestran fotos de Artur Segarra durante una rueda de prensa para informar de la investigación del crimen de David Bernat, en Bangkok, el 5 de febrero. / periodico

GUILLEM SÀNCHEZ / BARCELONA

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Artur Segarra es un embustero, que según el diccionario es alguien capaz de disfrazar sus mentiras “con artificio”. Un tipo agraciado con el don de la palabra y lo bastante espabilado para acompañarla de una gestualidad que lograba encandilar a sus víctimas, casi siempre ancianos. Como estafador de poca monta no le iba mal. Pero quería trofeos de caza mayor y urdió la trama más compleja de estafadores que han visto hasta la fecha los Mossos d'Esquadra. Cuando la desarticularon, Segarra ya estaba en Tailandia. Al cabo de pocos meses, mientras se intentaba lograr su arresto a través de una orden internacional, se supo que las autoridades tailandesas tenían otros planes para él: juzgarlo por asesinar y descuartizar a David Bernat, un consultor leridano natural de L'Albi (Garrigues).

Los investigadores catalanes no salían de su asombro. Tras escuchar a sus víctimas y detener a sus socios, incluida su mujer, tenían un retrato bastante exacto de Segarra que no encajaba con el de un asesino. Aunque algo sí que cuadraba con estas nuevas sospechas, se le acusaba de haber matado por dinero y a Segarra “le gusta mucho el dinero”, remarca una fuente policial. Algunos han querido otorgarle un aura de Robin Hood porque dio algún palo contra entidades bancarias. Es cierto que robó a algunos ricos, pero nunca se lo devolvió a los pobres, siempre se lo quedó todo para él.

LADRONES CON GALONES

A Segarra, nacido en Terrassa, no se le conocen estudios superiores. No los necesitó. Es un tipo inteligente que de joven fue miembro de los Boixos Nois -seguidores radicales del Barça-, se fogueó con pequeños delitos y pronto comenzó a tejer planes que le hicieron ganar mucho más. Montó empresas que puso a nombre de su madre, enferma de alzhéimer, y empleó en una de estas -una inmobiliaria- a Gabriela, una mujer humilde de origen rumano de quien se enamoró y a quien convirtió en la madre de sus hijos. 

La cúpula de la banda que lideraba la completaban dos socios con galones: Francisco Comitre, un abogado, y Enrique Peña, un notario. El último fichaje fue un salto cualitativo que merece mención especial. Contar con un notario le proporcionó certificar con actas notariales todas sus triquiñuelas.  

ANCIANOS EN EL PUNTO DE MIRA

Se especializaron en detectar ancianos con posesiones que anduvieran mal de dinero. Segarra los liaba ofreciéndoles un préstamo que podrían devolver tranquilamente. El abogado dirigía la operación y el notario la compulsaba. La trampa es que lo que la víctima terminaba firmando no era un préstamo, era un contrato de venta de su domicilio. “Hemos hablado con personas que no sabían que la casa donde vivían ya no era su casa”, explican fuentes policiales. 

El golpe más grande lo dieron contra un banco. Convencieron a la entidad de que una de sus empresas (otra tapadera) necesitaba efectivo para una montaña de gastos que urgía liquidar. Recibieron el dinero, una suma considerable, y no lo devolvieron. Tras esta estafa, Segarra se fue a Tailandia.

Los Mossos d’Esquadra, tras meses de investigación, activaron la operación ‘Cocoon’ y arrestaron a todos los integrantes del grupo menos a él. A todas sus víctimas les había dado nombres falsos, pero le identificaron porque luce un tatuaje inconfundible de la Sagrada Família, que asoma por su cuello y que lo relaciona con un pasado ultraderechista. También lo delataba su estilo, el de un tipo afable y de verborrea seductora. En Tailandia vestía a menudo camisetas del Barça. Como comercial, hubiera tenido una buena carrera. Pero Segarra quería más.