El antes y el después de Manar

La mujer siria quemada por una bomba refugiada en Barcelona recorre sus últimos dos años de tratamiento y adaptación

Manar Mustafa, la mujer siria quemada en el 90% de su cuerpo por una bomba, en el 2013 (izquierda) y en el 2016 (derecha)

Manar Mustafa, la mujer siria quemada en el 90% de su cuerpo por una bomba, en el 2013 (izquierda) y en el 2016 (derecha) / periodico

MONTSE MARTÍNEZ

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Ni está de humor ni se esfuerza por disimularlo. Llega, resuelta, acalorada, de su cita en el hospital de la Vall d’Hebron al piso de sus familiares en el barrio de Sant Antoni de Barcelona y, de la misma manera, se marcha a seguir con su vida tras un rotundo “Si no necesita nada más…”.

La conversación no ha sido larga pero más que suficiente para percibir su hartazgo.

A vueltas con la foto. Otra más. De su rostro desfigurado que, como si de una metáfora de su vida se tratara, lucha por recomponer. Aunque no se entienda lo que dice hasta que su sobrina la traduzca del árabe, no hace falta, casi, esperar. Habla con las manos, completamente deformadas, con el tono de voz, con la mirada. Más fotos para qué. Otra vez a mostrar su desgracia para clamar por una ayuda que, a la hora de la verdad, recibe con cuentagotas. Dice. Pero bueno, venga, otra foto. Por qué no. Reconsidera su negativa inicial después de que su sobrino la convenza de que la dura imagen quizá pueda remover, si no los papeles estancados en la mastodóntica maquinaria burocrática, al menos algunas conciencias.

Manar Mustafa tiene la energía de los 33 años. La vicisitud de los últimos parece no haberla doblegado. Esta mujer siria natural de la malograda ciudad de Homs, madre de cuatro hijos, recaló hace poco más de dos años en Barcelona con el 90% del cuerpo quemado. Cocinaba cuando una bomba -una más de esa guerra que acaba de cumplir cinco años- hizo volar por los aires su casa y, de rebote, toda su realidad tal y como era hasta el momento.

Ni que decir tiene que su vida pendió de un hilo. Siria, LíbanoEgiptoArgeliaMarruecos y España -después de un cuantioso soborno en la valla de Melilla-. Un periplo, largo, penoso, a veces interrumpido por estancias temporales en hospitales ante la evidencia de que la vida se le iba. Con su marido en un sitio, dos de sus hijos -sin saber si estaban vivos o muertos-, en otro. Un desbarajuste físico y emocional.

Hace ahora dos años, Manar, yacía en la misma casa del Raval barcelonés sin prácticamente moverse, con su cara en carne viva, y preocupada, entre una lista inacabable de dolores de cabeza, por dos en particular. Su hija no quería acercarse a ella porque, no solo no la reconocía, sino que la temía. Cuando más la necesitaba, Madeha, de cinco años entonces, la miraba de soslayo y se iba, literalmente corriendo, a los brazos de alguna de sus tías. Eso por un lado. Por el otro, no sabía dónde estaban los otros tres, si muertos o en un campo de refugiados de Líbano.

“Normal”, contesta ahora, dos años  más tarde, al ser preguntada por cómo se encuentra. Por no decir regular o, incluso en algunos momentos, mal. Y arranca la retahíla de sinsabores. Asegura que las cosas en el hospital Vall d’Hebron, con un servicio especializado en quemaduras de los más prestigiosos de Europa, no van todo lo rápido que, al menos, ella espera. Lamenta la cancelación de algunas citas, acuciada, quizá, por la necesidad de avanzar rápido en la ingente tarea de reconstruir una parte de su cuerpo con retazos de otra.

PAPELEO Y MÁS PAPELEO

Pero hay cosas que, es innegable, han mejorado. Mientras habla, trenza y acaricia el pelo de su hija, la misma que dos años atrás se asustaba de ella. La pequeña se deja hacer, ya tranquila. Y enfrente, uno de sus hijos la mira. Efectivamente, estaban vivos en un campo de refugiados de Líbano y, con la ayuda de Naciones Unidas, ha podido recuperarlos.

Se ensombrece al abordar Manar el mundo de las peticiones de ayudaPapeleo y más papeleo. De una oficina, a otra. Terminando los trámites que acrediten su condición de asilada, recibe, asegura, mínimas ayudas de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR)Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) -organización humanitaria- con las que a duras penas tira adelante. Ahora vive en Girona en casa de un cuñado con su marido y sus cuatro hijos -hasta 15 personas duermen bajo el mismo techo- y su objetivo es encontrar piso en Barcelona, cerca de su familia, para poder hacer el tratamiento médico más llevadero.

“Para el alquiler me piden un contrato de trabajo y yo no puedo trabajar”, se lamenta. Precisamente, al terminar la entrevista se apresura a marcharse porque quiere interesarse por un piso en alquiler en la misma calle que viven los suyos.

“Sería importante vivir en Barcelona porque las visitas al hospital son muchas y para tener la oportunidad de que mis hijos vayan al colegio”, traduce la sobrina de Manar, convertida, a sus 17 años, en una de las traductoras de la familia. Ahora, los cuatro, entre siete y nueve años, no pisan la escuela.

"Todo el mundo dice que quiere ayudar a los sirios pero la realidad es que nadie nos ayuda", resume Manar.“Y ahora, si no necesita nada más…”.