LA CARRERA HACIA LA CASA BLANCA

No queda amor entre Hillary y Bernie

Los candidatos demócratas airean sus diferencias en el debate de Nueva York

Hillary Clinton y Bernie Sanders, durante el debate demócrata organizado por la CNN.

Hillary Clinton y Bernie Sanders, durante el debate demócrata organizado por la CNN. / md

RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON

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La pelea por la nominación demócrata fue durante meses un cordial intercambio de ideas, algo parecido a un debate entre caballeros presidido por un pacto tácito de no agresión, nada que ver con la estupenda trifulca republicana. Todo aquello es historia. A solo cinco días de las cruciales primarias de Nueva York, un estado que repartirá 247 delegados, más que ningún otro hasta la fecha, Hillary Clinton Bernie Sanders dejaron en evidencia las llagas dejadas por la larguísima batalla por la nominación. Algo parecido a lo que pasó hace ocho años entre Hillary y Barack Obama. Ciertos niveles de civismo se mantienen, pero no queda una pizca de amor entre el viejo socialista y la gran dama de los pasillos del poder.

Los dos jugaban en casa. Nueva York es para Clinton su patria adoptiva, el estado al que representó como senadora y que le permitió reinventarse políticamente tras los tumultuosos años como primera dama. Para Sanders es la ciudad donde nació, concretamente en una zona obrera de Brooklyn, el barrio donde anoche se celebró el noveno debate demócrata. Pero no hubo espacio para el sentimentalismo. Desde el principio, los dos cuestionaron el criterio y la preparación del rival para ser comandante en jefe. “¿Tiene experiencia e inteligencia para ser presidenta?”, disparó Sanders nada más bajarse el telón. “Las tiene, pero yo cuestiono su juicio”, dijo antes de acusarla de haber apoyado una larga lista de “desastrosos” acuerdos comerciales o de tener un súper comité de acción política que le permite recaudar donaciones ilimitadas de bancos y corporaciones.

BANCOS, ARMAS Y SALARIO MÍNIMO

Clinton se revolvió ante las alusiones de que es una candidata hipotecada por el gran dinero que apoya su candidatura. "Es un ataque falso diseñado para levantar preguntas cuando no hay ninguna evidencia". Y se mofó de que su rival fuera incapaz de explicar en una entrevista reciente cómo pretende fragmentar a los grandes bancos, una de sus propuestas de cabecera.

Hillary no es un animal político como su marido, el expresidente Bill Clinton, pero sabe adaptar su mensaje al lugar y las circunstancias del momento. Sanders, en cambio, parece a menudo una cinta pregrabada, un guion escrito y repetido hasta la saciedad. Los dos bregaron por el salario mínimo, que Hillary quiere subir hasta los 12 dólares la hora y Sanders hasta los 15; por el control de armas, un tema en que incomoda al senador por Vermont, quien votó en su día hasta cinco veces en contra de la ley Brady que impuso en los noventa la revisión obligatoria de los antecedentes del comprador o que se alió con la NRA para conceder inmunidad a los vendedores y fabricantes de armas; y también por el frácking. Sanders se opone de pleno a la fracturación hidráulica porque alargar la vida de los combustibles fósiles y tiene potenciales riesgos para la salud, mientras Hillary, que lo promovió activamente por el mundo durante su etapa de secretaria de Estado, quiere simplemente regularlo para mitigar sus riesgos.   

Nadie esperaba que la pelea entre los dos durara tanto. Sanders ha ganado ocho de las últimas nueve primarias y caucus, pero sigue a una diferencia considerable de la favorita en el recuento de delegados. 1.289 frente a 1.038, una ventaja que se amplia notablemente si se contabilizan los superdelegados, los agentes libres del partido demócrata. De ahí que las primaria neoyorkinas del próximo martes sean tan importantes. El senador necesita ganar para dar credibilidad a su optimismo (“Si quieren que les diga la verdad, creo que vamos a ganar la nominación”), pero las encuestas lo sitúan más de diez puntos por debajo de Clinton.

A VUELTAS CON ISRAEL

Si hay una ciudad judía en Estados Unidos es Nueva York y, al hablar de política exterior, salió inevitablemente el conflicto entre israelís y palestinos. Un tema que en los debates presidenciales entre los dos partidos se trata como una abstracción sin demasiado apego a la realidad o a la historia. La ocupación israelí no existe. No se menciona. Tampoco los asentamientos. Ayer no fue diferente, pero sí se vieron las diferencias entre los dos candidatos. Sanders, que es judío, un rasgo identitario que volvió a omitir, se presentó como “100% proisraelí”, pero tildó de “desproporcionada” la ofensiva israelí en Gaza en 2012. Algo que ya hizo en su día.

Además se atrevió a decir que “Netanyahu no siempre tiene razón” y presentó a Clinton como alguien incapaz de negociar la paz por su falta de imparcialidad. “Si queremos llevar la paz a la región, vamos a tener que tratar a los palestinos con dignidad y respeto”, aseguró tras recrearse en las condiciones lamentables que padece la población de Gaza. Clinton, en cambio, se mostró firme y repitió una retahíla de argumentos de la ‘hasbara’ israelí. Presentó a Netanyahu como un hombre de paz, acusó a Arafat de haber dilapidado la oportunidad que se presentó en las negociaciones de Camp David a principios del milenio y habló de Israel como un país bajo un permanente asedio injustificado. “No sé cómo se puede gobernar un país que esta bajo amenaza constante. Ataques terroristas, cohetes…”, dijo la ex jefa de la diplomacia de Obama.

No hubo anoche un ganador por KO. Como mucho, la pelea se resolvió a los puntos. Pero a estas alturas no debería importar demasiado. El contraste entre los dos es evidente. Nueva York vota el martes.