Análisis

Putin y el eslalon

PERE VILANOVA

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En esquí alpino, el eslalon tiene tres modalidades pero la clave para los mejores esquiadores, es común a las tres. Consiste en tener los pies en una puerta (entre dos palos), la vista tres puertas más adelante, y la mente en el final de la carrera. Y todo esto muy deprisa. Recién acabados los Juegos Olímpicos de invierno de Sochi, Putin ha demostrado ser un buen esquiador, y de momento va ganando a todos sus adversarios. El Gobierno ucraniano, cargado de razón, no debería estar invitando a sus maltrechas tropas en Crimea a una defensa numantina, lo heroico seria estar pactando una rendición honorable y hacer todo lo posible para que soldados y oficiales no paguen los platos rotos.

En cuanto a los adversarios internacionales, todavía es más chocante. Los expertos intentan ver si hay alguien de importancia en las dos listas (la de EEUU y la de la Unión Europea) de «responsables sujetos a sanciones» que han motivado ya una retaíla de chistes en el propio Kremlin. La última noticia es que los responsables de organizar el 70º aniversario del desembarco de Normandía debaten sobre si invitar o no a Putin. Es la trampa perfecta: si le invitan (Rusia puso la mitad del total de muertos en la segunda guerra mundial), ha ganado, les ha humillado a todos, y le tendrán que aguantar en el centro de la foto. Si no le invitan, Putin pone el grito en el cielo («¡pusimos la mitad de los muertos y ahora nos insultan»), su popularidad propulsa más aún el nacionalismo ruso, se queda en casa, y gana otra vez. Va tan rápido este esquiador que entre la secesión unilateral de Crimea, y su integración en Rusia, no pasaron ni dos telediarios, y los que hablábamos de estados de facto, territorios en el limbo como Osetia del Sur, Abjasia o Transnistria, hemos quedado con el paso cambiado. Pero a veces el eslalon es más largo de lo que parece, la meta de llegada quizá esté más lejos, y hasta un campeón olímpico puede perder en la penúltima puerta.