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En primera línea de solidaridad

Una doctora, una cooperante y una voluntaria explican su experiencia con los refugiados y reivindican una vida digna para los que huyen hacia Europa

La médico María José Herrero, acaricia a un bebé en el barco `Dignity 1¿, de Médicos Sin Fronteras.

La médico María José Herrero, acaricia a un bebé en el barco `Dignity 1¿, de Médicos Sin Fronteras. / periodico

GEMMA VARELA / BARCELONA

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No se conocen entre ellas, pero el sábado la lucha por hacer de este mundo un lugar más humano unió a Gemma Martí, María José Herrero y Anabel Gómez. Las tres salieron a la calle para manifestarse por los refugiados, a quienes conocen de primera mano. Así que la lucha, que viene de lejos, ya les había unido antes. Y en primera línea. 

Gemma Martí trabaja en la oenegé Acció Solidària i Logística y ha estado en Lesbos, Idomeni y otros 15 campos de Grecia. Ella tiene claro que las refugiadas son el motor de los campos y que su energía mantiene en pie a las familias y a la comunidad. «Hemos visto tirar adelante a mujeres solas hasta con 10 niños. Muchos hombres al no trabajar han perdido su rol en la familia, los niños no van al colegio y son ellas las que a menudo ponen estabilidad en este caos», explica. 

Aun así, las refugiadas son doblemente vulnerables, por su condición de inmigrantes y de mujeres. «Algunas se pasan 20 horas sin salir de la tienda de campaña, otras tienen pánico a dar a luz en hospitales griegos ya que hasta hace poco tenían que acudir solas, sin familia ni traductores». Por este motivo la oenegé en la que trabaja ha iniciado un proyecto de empoderamiento de las mujeres en los campos.  

HERIDAS QUE HABLAN

La doctora María José Herrero sabe que en la huida hacia Europa solo sobreviven los más fuertes: «Ellos te cuentan que muchos se han quedado en el camino, por falta de alimento o de agua dulce». De mayo a julio pasado, Herrero curó las heridas (también las del alma) de las personas que rescataban de las aguas del mar de Libia a bordo del Dignity 1, uno de los barcos de Médicos Sin Fronteras (MSF). Y son heridas que hablan. «Muchas mujeres y los que menos pagan para cruzar el Mediterráneo llegan con quemaduras, lo que significa que han viajado a ras de patera junto a los bidones de gasolina que, con el contacto del agua salada, les ha quemado la piel», explica. El equipo médico lo completa una enfermera y una matrona, que atiende a mujeres embarazadas, a las que han dado a luz en las pateras y las que han sido agredidas sexualmente. Tras atender las urgencias, Herrero pasa consulta durante los tres días que el Dignity 1 tarda en llegar a la costa de Sicilia. Allí es habitual ver chicos jóvenes que, al quitarse la camiseta, presentan moratones por todo el cuerpo, tras malvivir como esclavos en Libia y que, al llegar a Europa, bajo los adoquines no encuentran arena de playa, sino alambradas que cierran fronteras. Y en esta zona gris, su nuevo lugar de paso: los campos de refugiados.

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Un sitio que conoce bien Anabel Gómez. Cuenta esta joven estudiante de comunicación audiovisual que nadie está preparado del todo para ser voluntario. «Te cambian la pantalla de televisión por la pura realidad», dice. Ella acaba de regresar del campo de Alexandria, en Grecia, donde ha pasado dos semanas. «El día a día no era estresante, pero no paraba ni un segundo. Ordenaba las cajas de donaciones con ropa y zapatos, repartía la comida, jugaba con los niños». Pero entre tarea y tarea siempre escuchaba alguna historia que le llegaba al corazón. Como la de Omar, un chico iraquí de 25 años que trabajaba como maestro y decidió dejar su empleo, y su país, cuando le hicieron cambiar el temario. Llegó al campo hace un año y medio tras pasar de Turquía Grecia en una lancha. «¿Cómo puede ser que para una persona o para una familia con niños pequeños su mejor opción sea salir al mar con una lancha hinchable?», se pregunta Anabel. A pesar de todo, cree que la mayor lección que ha aprendido con esta experiencia es que siempre se puede empezar de cero. «Los refugiados tienen la esperanza de empezar una nueva vida y hay que darles una oportunidad», clama. Mientras, anima a todo el mundo a hacer de voluntario, aunque no sean médicos, ni profesores de inglés, ni personal con una cualificación específica, «simplemente para dar cariño». 

UN TRATO INHUMANO

Sobre el terreno, en primera línea, Anabel, María José y Gemma tratan de acoger con los brazos abiertos a personas que huyen de la guerra y la miseria, algo que se da de bruces con las medidas que salen de Bruselas. Las tres opinan que en Europa se está aplicando una política migratoria injusta, exigen responsabilidades políticas y un cambio de

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actitud para el futuro. «Cuando se atenta contra los derechos humanos no hay cuotas que valgan», dice con firmeza Gemma.  

María José recuerda que los que son rescatados del Mediterráneo suben al barco de MSF entre lágrimas, temblando de miedo y con un sentimiento de agradecimiento eterno. Resalta que se está dando «un trato inhumano e indigno a las personas que se juegan la vida» por el sueño europeo, y pide que se abran vías seguras y legales para los inmigrantes

En la misma línea, Anabel insta a los líderes europeos a abrir los ojos: «Que vayan a los campos de refugiados, que sientan que todos podemos estar en esta situación y sobre todo que les den una oportunidad a las personas que buscan una vida mejor».