Convulsión en el mundo árabe

La 'primavera' más larga

La revolución que aspira a democratizar el mundo árabe cumple su primer año cuando EEUU abandona Irak

Manifestantes lanzan piedras contra los soldados cerca de la plaza de Tahrir, ayer, en El Cairo.

Manifestantes lanzan piedras contra los soldados cerca de la plaza de Tahrir, ayer, en El Cairo.

MARC MARGINEDAS

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Era como si el Estado hubiera tirado la toalla y aceptara su incapacidad para contener la ira popular desencadenada en aquella región atrasada del oeste de Túnez tras la muerte de un joven vendedor de fruta, de nombre Mohamed Buazizi, quien el 17 de diciembre del 2010, hace exactamente un año, se prendió fuego como protesta por la asfixiante presión policial, que le impedía ganarse el sustento. Con las armas envainadas, los agentes antidisturbios enviados por el régimen a la localidad de Kasserine, junto a Argelia, ni siquiera se preocupaban ya por mantener el orden público, y sentados en las aceras, observaban, impotentes, protegiéndose con sus abrigos del viento helado, los grupúsculos de iracundos manifestantes que se habían enseñoreado del lugar, coreando consignas contra el presidente Ben Alí y requisando autobuses para liberar poblaciones cercanas.

En un lugar y un tiempo muy distinto, concretamente en el puerto de Umm Qasar, en el sur de Irak, en la primavera del 2003, nadie salió a la calle, ni siquiera en señal de protesta, cuando irrumpieron allí las primeras tropas estadounidenses venidas a derrocar al presidente Sadam Husein. La ley y el orden también brillaban por su ausencia, pero eran los saqueadores quienes dictaban su ley, vendiendo coches robados que olían a pintura fresca, mientras los más jóvenes, hartos del largo castigo impuesto por la comunidad internacional a su país, recibían con piedras a los recién llegados en lugar de abrazarlos como liberadores.

BALANCE TEMPRANO / Más de siete años y miles de kilómetros separan el comienzo de la primavera árabe del inicio de la invasión anglonorteamericana de Irak. Y aunque es temprano para hacer balance, lo que sí es seguro es que ambos acontecimientos marcarán no solo la evolución futura del mundo árabe, sino que también determinarán sus relaciones con Occidente.

En el 2003, el presidente estadounidense, George Bush, flanqueado por el premier británico Tony Blair y su homólogo español, José María Aznar, quisieron exportar la democracia a Oriente Próximo lanzando una guerra contra el régimen de Sadam Husein, y convirtiendo a Irak en la punta de lanza de un profundo cambio político en la región. Este cambio, sin embargo, acabaría por llegar de una manera muy diferente: desde dentro, mediante revoluciones espontáneas que, al igual que la caída del muro de Berlín, ningún analista pudo vaticinar. «La democracia no puede ser impuesta por las armas; cualquier estructura política o económica tiene que tener legitimidad popular desde abajo si quiere ser estable a largo plazo», constata para EL PERIÓDICO Alex Warren, de la consultoría británica sobre Oriente Próximo Frontier MEA y coautor de un libro de próxima aparición sobre la primavera árabe.

La mecha que, hace 365 días, prendió sin querer el joven Buazizi con su doloroso suicidio ha desencadenado procesos políticos que pueden ser agrupados en tres categorías: «La primera incluye a aquellos países cuyos líderes han renunciado al poder y han comenzado a elegir a nuevos líderes (Túnez y Egipto), la segunda la forman países que han dado pequeños pasos con reformas otorgadas desde arriba, como Marruecos o Jordania, y la tercera en-globa a países que han experimentado violencia significativa, como Siria, Libia, Yemen o Baréin», clasifica Brian Katulis, analista senior del laboratorio de ideas norteamericano Center for American Progress. El fenómeno, indica Katulis, es demasiado reciente como para proclamar que «la democracia ha arraigado».

Esta idea de que aún es pronto para cantar victoria, de que los avances de este año se cogen con pinzas, es compartida sobre el terreno por militantes de derechos del hombre o periodistas con amplia experiencia de lucha contra las depuestas dictaduras. «Aún hay violaciones graves de los derechos humanos; desde la revolución recibimos continuamente víctimas que dicen haber sido torturadas», denuncia la abogada tunecina Radhia Nasraui, perseguida por el derrocado régimen. «La libertad de expresión está ahí, aunque no se han aprobado leyes para apoyarla, y aún hay reporteros mercenarios», cuenta el reportero tunecino Thameur Mekki.

La principal incógnita que pende sobre las transiciones árabes reside en la actitud que adopten los partidos islamistas, claros vencedores en las elecciones de Túnez y Egipto. «No confío demasiado en ellos; pueden hacer recular algunos derechos de las mujeres, incluyendo la prohibición de la poligamia, advierte Nasraui. «La incógnita es si estos partidos escribirán constituciones que respectarán los libertades básicas como la religión», explica Katulis.

Para las relaciones entre EEUU, Europa y el mundo árabe, ya nada será lo mismo. Occidente «ha perdido autoridad moral, y jugará un papel más limitado en el futuro mundo árabe; y esto es bueno», resume, finalmente, Warren.