Posdemocracia sin derechos humanos

Prisión de Guantánamo

Prisión de Guantánamo / periodico

RAMÓN LOBO

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Muchas personas sostienen que los derechos humanos no les afectan porque tienen muy pocas o nulas posibilidades de sufrir torturas. No deberían confiarse. Vivimos en un mundo en crisis -algunos desde 2008; la mayoría del planeta no conoce otra cosa que pobreza e injusticia- que sigue bajo la onda expansiva del 11-S que situó la seguridad por encima de otros derechos. Sería necesaria la reeducación ciudadana, incluidos los líderes, para recordar que los derechos humanos incluyen aspectos que nos afectan cada día, en la guerra o en la paz, en dictadura o en democracia. Solo unos ejemplos: derecho al trabajo, a la educación, a la vivienda, a la igualdad ante la ley, a la no discriminación por sexo, raza, religión o nacionalidad, a la libre expresión.

Este sábado se conmemoró el aniversario de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948. Cada 10 de diciembre se celebra el Día de los Derechos Humanos pese a que hay poco que festejar porque vivimos un retroceso alarmante.

George W. Bush violó tras el 11-S varias leyes internacionales impulsadas y firmadas por EEUU. Incorporó la tortura y el trato denigrante a los detenidos como parte de la lucha contra Al Qaeda y sus aliados; les retiró de manera unilateral su condición de prisioneros protegidos por la Convención de Ginebra situándolos bajo el eufemismo de combatientes enemigos que permitía detenciones sin juicio ni asistencia letrada.

Barack Obama puso fin a la tortura, pero no a Guantánamo. Su presidencia deja una estadística que no cuadra con la de un premio Nobel de la Paz. Ha multiplicado el uso de los aviones no tripulados (drones) para matar supuestos islamistas en zonas de conflicto: Afganistán, Pakistán, Yemen o Somalia. En las ejecuciones extrajudiciales no hay fiscal ni juez ni defensor; una parte decide por todos. Los muertos civiles son daños colaterales. La Administración Obama reconoce entre 64 y 116 en ocho años; el Buró de Periodismo de Investigación estima que la cifra real estaría entre 492 y 1.077.

TORTURA "ÚTIL"

Una reciente encuesta encargada por el Comité Internacional de la Cruz Roja que se realizó en 16 países con 17.000 entrevistas, ofrece datos demoledores: un 46%  de los estadounidenses cree que la tortura puede ser útil para extraer información a un combatiente enemigo. El presidente electo, Donald Trump, ha defendido durante la campaña electoral el uso del 'waterboarding' (ahogamiento simulado). En su opinión, resulta efectivo. Trump realiza a menudo afirmaciones sin aportar pruebas. No las necesita, sus frases cotizan alto en los titulares, sean verdad o mentira.

Se habla mucho de la era la posverdad en esta sociedad de la inmediatez fútil y el espectáculo. En un contexto de falsificación general de la política y del periodismo, en el que las noticias falsas y las teorías de la conspiración tienen más eco que los hechos comprobados, los derechos humanos son la víctima preferente. Lo hemos visto con la crisis de los refugiados sirios y las informaciones que los vinculaban a sus verdugos y el Estado Islámico. Basta un rumor para generar una opinión; dos opiniones para impulsar en las urnas a las opciones de extrema derecha.

CIUDADANOS ABRUMADOS

En vez de hablar tanto de posverdad deberíamos ir más lejos y reconocer que vivimos en la era de la posdemocracia. Se mantiene el envoltorio, la urna, los partidos, pero se vacía de contenido.

Pese a contar con más información que nunca, el ciudadano está desinformado y abrumado. El exceso es otra forma de manipulación. El periodismo profesional es más necesario que nunca porque jerarquiza, comprueba y contextualiza. La crisis del periodismo de pago es un efecto de la crisis de la democracia.

Sin controles, el poder se siente libre de lanzar todo tipo de embustes, como el de la necesidad de renunciar a ciertas libertades y a la privacidad en aras de una mayor seguridad. Gobiernos democráticos aprueban leyes abusivas, como la ley mordaza en España, y los tribunales lo amparan. Se ha logrado incrustar en el inconsciente colectivo que la tortura solo afecta a los terroristas. No es algo que tenga que ver con nosotros.

Pese a todo, los estadounidenses no son los más partidarios del trato abusivo a los detenidos. Les superan israelís, palestinos y nigerianos. En cambio, el 83% de los afganos considera un error la tortura; en Colombia, la cifra se eleva al 85%. Los países que más han padecido la violación sistémica de sus derechos tienen una opinión más esperanzadora. Quizá la reeducación debería que llegar desde las víctimas, y quitar de una vez la voz dominante a los verdugos y sus cómplices.