PRIMER ANIVERSARIO DE LA CRISIS MIGRATORIA

El día en que Merkel se conmovió

Un grupo de refugiados se concentra ante el consulado de Alemania en Salónica para pedir la apertura de fronteras y protestar contra las condiciones de vida en los campos de refugiados.

Un grupo de refugiados se concentra ante el consulado de Alemania en Salónica para pedir la apertura de fronteras y protestar contra las condiciones de vida en los campos de refugiados. / periodico

CARLES PLANAS BOU / BERLÍN

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Alemania ya no es lo que era. Más allá de un eslogan nostálgico utilizado por los populistas islamófobos este clamor es también una constatación de lo mucho que este país ha cambiado en tan sólo un año. En su primer aniversario, el “Saldremos de esta” (Wir schaffen das) esgrimido por la cancillera Angela Merkel para defender su apertura de puertas a los refugiados vive sus momentos más difíciles, culpado de haber sacudido la tranquila sociedad alemana y de haber exacerbado las diferencias políticas en el país.

La noche del 4 de septiembre del 2015, hace justo un año, Merkel se encontró ante la decisión más trascendental de su casi 11 años al frente de Alemania cuando miles de personas que huían de la guerra se agolparon a las puertas de Europa. Con la dramática imagen de Aylán, el menor sirio muerto en las costas turcas, aún en la retina, la cancillera respondió con la altura de miras de una estadista y abrió la puerta a los refugiados que, encerrados, trataban de escapar de Hungría. “Angela está en el lado correcto de la historia”, aseguró en un gesto de apoyo el presidente estadounidense Barack Obama. Por un momento, Merkel dejó de lado su tradicional pragmatismo y actuó conmovida siguiendo los valores de caridad cristiana que su padre, un pastor luterano, le inculcó. Pero lo que para ella y muchos alemanes fue un gesto de humanidad para otros fue una traición a la patria.

La primera puñalada a Merkel vino de entre sus propias filas. Los conservadores de Baviera (CSU), partido hermano de la CDU, han criticado reiteradamente a su líder, pidiéndole limitar la llegada de refugiados. Eso ha forzado a la cancillera a hacer equilibrios políticos y a endurecer las condiciones de asilo sin abandonar su posición inicial. Este constante rifirrafe ha desgastado las opciones electorales de la coalición, que no para de perder peso en las encuestas, y las de la propia Merkel, que ha pasado de ser un tótem intocable a tener que prorrogar hasta el año que viene su decisión de presentarse a un cuarto mandato.

ULTRADERECHA EN AUGE

El gran vencedor político de esta crisis ha sido el partido ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD). Auspiciada por el movimiento islamófobo Pegida, la formación populista ha pasado de ser un reducto marginal a posicionarse como una de las principales alternativas de poder al establishment. Sus aspiraciones al voto nacional han saltado del 3% a alrededor del 13% a falta de un año para los comicios.

Sirviéndose de una retórica beligerante contra los refugiados musulmanes y la elite política europea y de Berlín, AfD ha sabido canalizar el creciente escepticismo de los alemanes. Las agresiones sexuales de Nochevieja en Colonia, protagonizadas mayoritariamente por extranjeros del norte de África, fueron un regalo para una ultraderecha que, junto a los ataques terroristas, los utilizó para catapultarse. A falta de dos semanas para las elecciones en Berlín, los populistas siguen utilizando esta estrategia y piden el voto de la capital para “defenderse” de una supuesta agresión islamista.

Apoyándose también en la cada vez más visible división entre los conservadores, el partido populista criminalizó a los refugiados y aseguró que se llegada haría temblar al Estado del Bienestar en un claro gesto de miedo para captar el voto de la clase media alemana. Las urnas respondieron al temor y en marzo AfD obtuvo unos resultados históricos en los estados de Baden-Württemberg, Renania-Palatinado y Sajonia-Anhalt que la situaron con opciones real al poder.

UN PAÍS POLARIZADO

“Saldremos de esta” pasará a la historia como la decisión política más arriesgada de Merkel y como uno punto de inflexión en el rumbo de Alemania. De los aplausos a los refugiados en la estación de Múnich se ha pasado a las dudas sobre su voluntad de integración y a las protestas públicas contra los recién llegados.

La constante llegada de personas y la controvertida adaptación de la religión musulmana al mundo occidental ha fragmentado la opinión pública. Esa polarización tiene un claro espejo político en el próspero Estado de Baden-Württemberg. Los comicios de hace cinco meses constataron a pequeña escala que la política migratoria de Berlín ha debilitado a los partidos hegemónicos, conservadores y socialdemócratas, y ha dado alas a alternativas más alejadas del centro en el que pivota Merkel como la ultraderecha o Los Verdes.

El mapa político alemán es ahora más complejo. Irónica e paradójicamente, la cancillera se ha jugado el cuello por una apertura de puertas más bien recibida por las izquierdas que por los propios democristianos. La arraigada creencia de que “a la derecha de la CSU no puede haber ningún partido democrático legítimo”, como aseguró en los años 80 el histórico líder conservador Josef Franz Strauss, ha quedado obsoleta. Alemania ya no es lo que era.