Análisis

Obama y la estrategia del realismo insensible

ALBERT GUASCH

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En las biografías de Barack Obama, todas aquellas personas que se han cruzado por su camino resaltan su don para ponerse siempre en el medio de cualquier debate, de ser capaz de ver todos los puntos de vista, de encontrar argumentos plausibles en todas las esquinas de una discusión. Una sana virtud que, sin duda, le ha hecho bien en la vida. Le ha aportado infinidad de simpatías, hacer más amigos que enemigos y ascender en la escalera política.

Ahora, en la presidencia, esa virtud se ha convertido en un defecto. Ser capaz de analizar cualquier conflicto bajo múltiples ángulos resulta encomiable, pero si no se acompaña de acción fomenta la impresión de liderazgo pusilánime e indeciso, sumamente imperdonable en un presidente de EEUU. Una reciente encuesta indica que el 54% de los estadounidenses cree que su dirigente no es lo suficientemente fuerte en política exterior. Entre ser un halcón o una paloma, Obama más que nadie debería saber transformarse en la especie del medio adecuada.

Sabemos bien de la complejidad de la realidad que le ha tocado afrontar en su tiempo en la Casa Blanca. No hay soluciones simples para el descomunal y laberíntico infierno de Oriente Próximo. Tampoco para la nostalgia imperial de Vladimir Putin. El propio Obama se ha encargado de exponer con claridad las cosas que no se pueden hacer, pero se le apremia para que explique de una vez qué es lo que sí se puede hacer.

Y no le hace ningún bien confesar, como hizo el otro día, que no tiene una estrategia definida para enfrentarse al desafío directo y descarnado del Estado Islámico, una banda de lo más vil, formada por unos seres sanguinarios que han encontrado una parcela de poder y una fórmula para engordar sus egos y puede que sus bolsillos.

Poco a ganar

Obama demostró una vez más este miércoles en Estonia que cuando termine su etapa en la Casa Blanca podrá ingresar abultados cheques como conferenciante global. Extraordinario su discurso sobre lo que cuesta la libertad. Conmovió a las sensibilizadas audiencias bálticas. Pero ahora en Gales, en la cumbre de la OTAN, debería hallar la forma de seducir también a otro público, a sus aliados, en su justa reclamación de que la respuesta a la amenaza yihadista debe ser compartida.

Obama, alérgico al riesgo, parte de la premisa de que el terror islamista planea más cerca del territorio europeo que del norteamericano. Y convencido de que no tiene nada a ganar y mucho a perder en la caldera de Oriente Próximo, renuncia a tomar iniciativas, lo cual no deja de ser una estrategia. Entre tanto muere mucha gente, cierto, pero no es la suya. Apenas dos periodistas. Una suerte de realpolitik insensible. A la postre, como los demás.