Miles de refugiados mueren cada año en el desierto de Níger en su huida hacia Europa

A pesar de que se desconoce el número de fallecidos, los expertos estiman que es mayor que el de los que se ahogan en el Mediterráneo

migrantes y refugiados niger

migrantes y refugiados niger / periodico

KIM AMOR / BARCELONA

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En el desierto los migrantes y refugiados mueren principalmente de sed. Nadie sabe con certeza el número de subsaharianos que ávidos por llegar a Europa y conducidos y extorsionados por las mafias se quedan por el camino, en tierra de nadie, hundidos en la arena que quema del Sáhara. Algunos expertos, sin embargo, aseguran que la cifra es mayor de los que acaban ahogados en el Mediterráneo. Es decir, miles. “Este desierto está lleno de cuerpos de migrantes”, ha dicho el ministro del Interior de Níger, Mohamed Bazoum.

Hace unas dos semanas fueron 44 los cuerpos sin vida, algunos de ellos de niños, que alguien encontró entre las dunas. Murieron después de que el motor del vehículo que los transportaba dejó de funcionar. Sin nada que beber, sin nada que comer, bajo un sol que abrasa o una noche gélida, las víctimas de los traficantes de seres humanos duran poco. Los expertos dicen que una persona sin agua en el desierto puede aguantar, como máximo y estirando mucho, tres días.

A parte de la del Cuerno de Africa, al este, otra de las principales rutas que utilizan los migrantes o refugiados subsaharianos que inician su largo y peligroso viaje hacia Europa es la que parte de Níger, en concreto de la ciudad de Agadez. Antigua ruta de caravanas de camellos y punto turístico de gran éxito hace apenas diez años, este enclave, de unos 120.000 habitantes y puerta de entrada al desierto del Sáhara, se ha convertido en el centro de las mafias.

OCULTOS EN LOS GHETTOS

Hasta ahí llegan en autobuses decenas de miles de personas procedentes de los países de África occidental, como Nigeria, Ghana, Gambia, Costa de Marfil o Camerún. Los traficantes los distribuyen en grupos, normalmente por procedencia y etnia, y los mantienen más o menos ocultos en los llamados ghettos, construcciones muy precarias donde esperan el día de partida, normalmente de noche.

El medio de transporte más común para surcar el desierto son las camionetas pick-up, donde los refugiados, hombres, mujeres y niños, viajan apiñados, entre 30 y 40 en cada vehículo, y con cuidado de no caerse porque el chófer no para. Una caída supone la muerte segura.

Les esperan unos 1.200 kilómetros de viaje a través de la inmensidad del desierto hasta llegar a Libia. En total, entre dos y tres días. El precio de cada pasaje varía, pero viene a ser unos 250 euros, una auténtica fortuna para los que huyen de la guerra, la represión, el desempleo o el hambre.

Los riegos del largo y tormentoso trayecto son enormes. Los convoyes formados por varios vehículos pueden ser víctimas de asaltos por parte de bandidos o de grupos yihadistas, ataques que suelen acabar con víctimas mortales. Además, no solo pueden morir de sed por una avería en el vehículo sino también, y no es infrecuente, porque el propio chófer les exija más dinero en medio del trayecto y los deje tirados en medio de la nada. Hay controles policiales a lo largo del trayecto que se intentan evitar, pero no siempre es posible, y si se topa con uno de ellos lo normal es tener que pagar sobornos. “Los traficantes les dicen que si no tienen dinero, no pueden continuar y los abandonan”, ha dicho Giusseppe Lopreta, jefe de misión de la Organización Internacional de Migraciones (OIM).

El último control en Níger, antes de entrar en Libia, país sumido en el caos más absoluto, es la localidad de Madama, sede de una base militar francesa de la operación Barlhane, diseñada para luchar contra el yihadismo en la región del Sahel. De ahí hasta el destino final, les queda todavía unos 600 kilómetros.

NEGOCIO EXPANSIVO

La meta es la ciudad de Sabha, corazón del expansivo negocio del contrabando, situada a unos 700 kilómetros al sur de Trípoli. Ahí conviven todo tipo de bandas de criminales: traficantes de hombres, de drogas, de armas, de gasolina y de compra y venta de esclavos, que es en lo que se acaban convirtiendo muchos de los refugiados al pisar tierra libia. Los traficantes los mantienen secuestrados y les obligan, con el uso de torturas, a que llamen a sus familias para que les envíen más dinero a cambio de ser liberados. Si no les llega el dinero, o los matan o les obligan a trabajar hasta cubrir lo que piden.

A los supervivientes todavía les queda un buen trayecto hasta llegar a la costa, donde embarcarse hacia Italia, principalmente en las ciudades de Sabratha y Az Zawiya. Hay que ponerse en manos de otros grupos de traficantes y pagar mucho más dinero.

Algunos expertos aseguran que muchos de los que huyen de sus países no tienen ni idea de lo que les espera a lo largo del trayecto, tanto terrestre como marítimo. No saben que deberán de atravesar un desierto o que Libia es un país en guerra, incluso les engañan diciéndoles que de la costa libia a la soñada costa europea hay tan solo 15 kilómetros, cuando hay al menos 300.

Otros muchos sí que conocen los riesgos, bien porque tienen familiares que ya han hecho la travesía o por los medios de comunicación y las redes sociales. Pero aún así, toman el riesgo porque "es mejor intentarlo a esperar morir en sus países", como dice Samson A. Bezabeh, un etíope experto en migraciones en África. En el 2015, más de 120.000 subsaharianos atravesaron el desierto de Níger dirección Libia. Los que lograron llegar finalmente a su destino sigue siendo una gran incógnita.