CRÓNICA DESDE JERUSALÉN
Migas de pan y manzanas con miel
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
RICARDO Mir de Francia
Los atascos del miércoles en las carreteras de Israel sirvieron para anunciar como cada año el inminente inicio de Rosh Hashaná, el Año Nuevo judío, dos días de fiesta que conmemoran el final de la creación del universo. Para los judíos de la diáspora son fechas complicadas porque caen en plena semana laboral y coinciden con el fin de las vacaciones y la vuelta al colegio o a la universidad. Pero para los judíos de Israel es el inicio de un mes plagado de fiestas, que muchos aprovechan para viajar al extranjero o disfrutar del país y los últimos coletazos del caluroso verano.
El Año Nuevo judío es esencialmente una efemérides religiosa. La Biblia señala como primer mes del calendario hebreo el de nitzan (marzo-abril), pero la tradición ha acabado desplazando la celebración del Año Nuevo al mes de tishrei (septiembre-octubre), cuando se considera que Dios creó el mundo y al primer hombre: Adán. Según ese cómputo, la vida en la Tierra echó a andar hace 5.771 años.
A diferencia del año nuevo gregoriano, que Occidente celebra con una fiesta pagana en toda regla, para los judíos es una fecha solemne, también llamada Día del Juicio, porque según la tradición mosaica Dios juzga en este día a los hombres. Se abre al atardecer del miércoles soplando el shofar, trompeta ritual hecha con un cuerno de carnero, que llama a la reflexión, el arrepentimiento y el examen de conciencia.
En las cenas familiares se comen alimentos que simbolizan la abundancia y dulzura que se espera del año venidero. Desde granadas a dátiles, manzanas con miel y cabezas de pescado. En las sinagogas se ofician servicios matutinos y vespertinos, y cualquiera que pasee un rato por las calles de la Jerusalén judía, donde durante dos días se detienen el transporte público y las rotativas de los periódicos (como en el resto del país), oirá probablemente rezos y cánticos que salen de las casas.
Para el turista no son días para ir a bañarse a ningún sitio, a menos que le interese la antropología o no le importen las aglomeraciones. Parte del ritual de Rosh Hashaná consiste en ir al mar, a un lago o a un río, para vaciarse los bolsillos o tirar migas de pan en un cauce de agua. Este acto simboliza la purificación de los pecados. Se arroja el lastre moral del último año y el devoto vuelve a casa limpio y regenerado.
Este año, el fin de Rosh Hashaná coincide con el del Ramadán, conmemorado con la fiesta musulmana del Eid al Fitr. En términos prácticos esto se traduce en miles de desplazamientos, tráfico congestionado y un despliegue masivo de seguridad. Para los palestinos las grandes fiestas judías son un tormento porque Israel sella sus fronteras. Ningún palestino entra o sale de Gaza ni puede acceder a la Jerusalén ocupada desde el miércoles hasta el domingo.
Pasados los buenos deseos expresados con el shana tova, feliz año, a los judíos israelís les quedan tres semanas de fiestas, con alternancia de días laborables y feriados. A Rosh Hashaná le sigue el Yom Kippur o día del Perdón, que deja paso al Sukkot, la fiesta de los Tabernáculos, para cerrar el mes, el 30 de septiembre, con el Simhat Torah.
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