La masacre convierte París en una ciudad fantasma

Una mujer es reconfortada cerca de los restaurantes Le Carillon y Le Petit Cambodge, ayer.

Una mujer es reconfortada cerca de los restaurantes Le Carillon y Le Petit Cambodge, ayer.

CARLOS MÁRQUEZ / PARÍS (Enviado especial)

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París se relame las heridas de los ataques terroristas sin saber muy bien a qué atenerse. Amanecía gris, carente de vida; no era la ciudad de la luz. Conmovida y a la vez indignada por la muerte de tantos inocentes. Este país ya demostró el pasado marzo hasta qué punto sabe organizarse, hasta qué punto se compromete, hasta qué punto arrima el hombro cuando algo malo sucede. Entonces fueron 150 muertos por la tragedia de Germanwings. Ahora son estas 129 almas las que han disparado la solidaridad. Por eso desde bien temprano los hospitales se llenaron de anónimos parisinos dispuestos a donar su sangre. Quizás fueran los mismos que poco después de los terribles atentados abrieron sus puertas a cualquier desconocido que quedara atrapado por la confusión.

Las escuelas, los museos, los monumentos, los mercados municipales, las piscinas, las bibliotecas, los auditorios. Todos los equipamientos públicos que no tuvieran que ver con la sanidad o la seguridad echaron el cerrojo. También muchos comercios y locales de restauración, sin ánimo de intentar vender a quien a buen seguro no tenía cuerpo para comprar. Cualquiera que aterrizara en París sin saber nada de lo sucedido la noche del viernes se habría dado cuenta pronto de que algo anda mal: apenas hay niños por las calles. A una ciudad sin niños le tiene que pasar algo. Seguro. Andrea y su marido, un joven polaco de nombre imposible, contemplan un escaparate de cocinas mientras su pequeño, que tendrá tres años, juega en el cochecito. «Nos negamos a quedarnos en casa. Es un poco raro que no haya nadie, y triste. No debemos esconder nuestro dolor, no creo que debamos escondernos», resume ella.

LA FUTURA ZONA CERO

En el cruce de Richard Lenoir y Voltaire ha quedado instalada la zona cero, el lugar al que acudirán los franceses una vez hayan pasado unos días y la vida recobre el aliento. Una valla separa a la policía, que ayer seguía retirando cuerpos de la sala de conciertos Bataclan, de la turba de periodistas, parapetados por vecinos. Y también de amigos de las víctimas, que no familiares. Un joven marroquí con los ojos rotos explicaba que en el concierto de Eagles of Death Metal perdió a cuatro amigos. Inició un incómodo debate sobre la seguridad, indignado -el tono de su voz se fue agriando conforme se cargaba de argumentos- por el hecho de que el gobierno de François Hollande tuviera tan claro que tarde o temprano esto sucedería y que no se haya podido evitar. Mucha rabia contenida, pero por ahora no podrá convertirla en protesta pública porque se han prohibido las manifestaciones hasta nuevo aviso con el objetivo de evitar las imprevisibles aglomeraciones.

El joven, a grandes rasgos, pedía una suerte de estado de sitio en el que no se filtre nada malo. Eso, sin embargo, choca con el país que le puso el nombre a la libertad. Un conciudadano le replicó que la seguridad tiene un límite: precisamente la virtud de los franceses de ser dueños de sus propios actos, de sus propias vidas. Ayer, sin embargo, se quedaron sin ganas. París cerró con llave porque la seguridad apremiaba, sí. Pero bastaba con coger el metro, con sentarse en los bares para darse cuenta de que este golpe les ha hecho sentir vulnerables, del mismo modo que Nueva York conoció su fragilidad el 11-S del 2001.

¿Y LOS TURISTAS?

Sería mentira afirmar que toda la capital francesa echó el pestillo. Valga como ejemplo el entorno de la plaza de la Bastilla, la abigarrada Rue de la Roquette, a escasos 700 metros del Bataclan, donde quizás algunos tomaron algo poco antes del concierto. Todos los restaurantes abiertos, pero sin la concurrencia que podría esperarse de un sábado que todavía bebe de este extraño anticiclón. Ni los turistas se dejaron ver en una de las ciudades más visitadas del planeta.

Tampoco hoy abrirán los equipamientos municipales. Habrá que esperar a mañana lunes para calibrar el renacimiento de París.