Rubio, a vida o muerte en Florida

Marco Rubio, tras conocer los resultados del Supermartes, en Miami (Florida).

Marco Rubio, tras conocer los resultados del Supermartes, en Miami (Florida). / HB

IDOYA NOAIN / NUEVA YORK

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Cuando en el 2013 'Time' colocó en su portada a Marco Rubio, lo declaró "el salvador de los republicanos". Entonces, solo unos meses después de la derrota de Mitt Romney ante Barack Obama, el senador de Florida encarnaba todo lo que el partido conservador creía necesitar para reconstituirse ante un electorado demográficamente cambiante, con sus raíces hispanas, la imagen de ofrecer un cambio generacional y sus sólidos valores conservadores.

Desde que lanzó su campaña en abril del año pasado, no obstante, Rubio nunca ha consolidado su prometedora condición y este martes, cuando se vota en primarias en Florida (además de Ohio, Illinois y Carolina del Norte), se la juega. A vida o muerte. Y las encuestas, que sitúan a Donald Trump con 18 puntos de ventaja de media, apuntan a lo segundo.

Rubio llega habiendo logrado victorias solo en Minnesota, Puerto Rico y el Distrito de Columbia y con resultados tan pobres en algunas de las otras primarias que ni siquiera ha entrado en el reparto proporcional de delegados. Aun si sucediera lo impensable y se retiraran Ted Cruz y John Kasich tiene matemáticamente casi imposible asegurarse la nominación. Y de nada ha servido que sea quien más apoyos tiene de grandes donantes, políticos y figuras destacadas del aparato conservador, que lo han visto como su opción especialmente después de que abandonara la carrera Jeb Bush (en su día su padrino político).

El Titanic de Rubio ha chocado, como tantos otros, con el iceberg Trump, el outsider que ha movilizado masivamente la misma rabia con Washington, las instituciones y la presidencia de Obama que llevó a Rubio al Senado en 2010, entonces aupado por el Tea Party. Pero el propio Rubio llevaba el timón de su barco y admite que cometió un error imperdonable, más allá de que su papel en el frustrado intento bipartidista de reformar las leyes de inmigración le hubiera restado credibilidad en todo el movimiento "antiestablishment" o de que patinazos como la robótica actuación en un debate en Nuevo Hampshire volviera a dar argumentos a quienes lo ven como demasiado verde todavía (y más ambicioso que preparado).

Tras varios meses de evitar atacar a Trump, como los otros aspirantes, Rubio decidió bajar al fango. El 25 de febrero, en un debate en Tejas, empezó a insultarle y siguió haciéndolo en sus mítines, con lamentables referencias pueriles desde al tamaño de las manos del empresario (y por implicación de sus genitales) hasta a su "moreno de bote". Fue una decisión "táctica" y "no una estrategia", según ha explicado Todd Harris, uno de sus asesores. Pero fracasó absolutamente y posiblemente sin remedio, aunque Rubio haya hecho acto de contricción y haya dicho que "si tuviera que volver a hacerlo no lo haría".

"No es algo de lo que esté orgulloso", "mis hijos se avergüenzan", "no es quien soy", "no refeleja mi fe", ha declarado también el senador, de 44 años. "Si es lo que hace falta para llegar a ser presidente no quiero serlo". Otra cuestión es que, aunque quiera, no está claro que pueda.