Clinton reivindica a la mujer

IDOYA NOAIN / NUEVA YORK

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El viernes, en un momento del concierto que Beyoncé ofreció en Cleveland para movilizar el voto a favor de Hillary Clinton, una enorme pantalla se iluminó con una frase: "Imagino que me podía haber quedado en casa horneando galletas y tomando tés, pero lo que decidí fue seguir mi profesión". En esa proyección, decidida por la cantante pero bendecida por la campaña de la candidata demócrata, late un poderoso gesto. Porque Clinton pasó años explicando y matizando aquellas palabras que pronunció en 1992 cuando quien buscaba la presidencia era su esposo, Bill Clinton, y en las que encontraron ofensa muchas mujeres que optan por dedicarse a la vida familiar o deciden sacrificar sus carreras para hacerlo. Pero ahora, 24 años después, en Clinton y en quienes le apoyan no hay disculpas, sino reivindicación.

Más de 200 mujeres han intentado en la historia de Estados Unidos llegar a la Casa Blanca pero ninguna ha estado tan cerca de conseguirlo como la abogada y exprimera dama que ha sido también senadora y secretaria de Estado. En su segundo asalto, tras el frustrado del 2008, Clinton ha abrazado la llamada "carta de género" de la que ha huido durante toda su carrera política y a la que solo empezó a hacer referencia precisamente tras perder las primarias contra Obama, cuando habló de las grietas hechas con sus 18 millones de votos en el techo de cristal. Y ahora su histórica candidatura, que ya anunciaba que las cuestiones de género y su análisis tendrían un lugar central en estas elecciones, ha coincidido con la nominación republicana de Donald Trump, un hombre que ha dado a lo largo de su vida y durante la campaña numerosas muestras de misoginia y machismo, desatadas también entre muchos de sus seguidores.

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SE DESATA EL SEXISMO

Igual que la nominación y la presidencia de Barack Obama dieron alas a actitudes y retóricas abiertamente más racistas en EEUU, con Clinton ha llegado la hora del sexismo. Y para muestra de que los ataques a la demócrata van más allá de desacuerdos políticos, botones como los que se han podido ver en mítines de Trump, chapas con mensajes como "La vida es puta, no votes por una" o “Especial Hillary Kentucky Fried Chicken: muslos gordos, pechugas pequeñas, ala izquierda”. Los hay incluso peores.

“Desde el principio sabíamos que el sexismo iba a jugar un enorme papel”, lamenta Maggie Fernández, tesorera de la Liga de Mujeres Votantes del condado de Miami-Dade, que subraya asimismo que "a Clinton se le somete a estándares más exigentes porque es mujer". Y la existencia de ese doble rasero es algo que también la ha denunciado Obama en la campaña, constatando que a Clinton “se le trata consistentemente diferente que a cualquier otro candidato” y apuntando al problema del sexismo. “Se da por hecho que los hombres son ambiciosos. Cuando lo son las mujeres se plantea por qué”, ha dicho en una entrevista reciente. “Y ese tema, creo, seguirá en su presidencia y ha contribuido a la noción de que de alguna manera oculta algo”.

La figura de Clinton, su larga trayectoria en la vida pública, su carrera profesional y política y sus decisiones, incluyendo las personales, abren al debate complejos temas de feminismo y feminidad, aunque convencidas votantes de Clinton como Fernández defienden que la candidata ha roto estereotipos y es “una mujer auténtica, que ha sido siempre igual, firme en lograr sus metas”. Ha sido Trump, no obstante, quien ha hecho que las elecciones del martes sean vistas también como un referendo sobre el tratamiento de las mujeres.

LA BRECHA DE GÉNERO, “COMO EL GRAN CAÑÓN”

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Aunque según confirman las cada vez más ajustadas encuestas las urnas pueden darle la presidencia, si llega a la Casa Blanca será con una brecha abierta con el mayor bloque de votantes del país, que desde 1980 es más fiel con las citas presidenciales que los hombres. Clinton va 17 puntos por encima en voto femenino según la media de los sondeos, una ventaja que de traducirse en papeletas igualaría el récord marcado por su marido en 1996 y superaría los 13 puntos que sacó Obama en el 2008.

Trump ha perdido incluso a mujeres republicanas, entre las que se le predice menos del 80% del voto (frente al 92% que obtuvo en 2012 Mitt Romney). Su única ventaja la registra entre las mujeres que no tienen estudios superiores. Y hasta encuestadores republicanos como Whit Ayers auguran que “la brecha de género va a ser del tamaño del Gran Cañón”.

Si esa brecha es extraordinaria es porque también lo ha sido el menosprecio, la condescendencia y la hostilidad hacia las mujeres de Trump, que Michelle Obama resumió en un elogiado discurso en octubre: “Los vergonzosos comentarios sobre nuestros cuerpos, la falta de respeto por nuestras ambiciones e intelecto, la creencia de que puedas hacer lo que quieras a una mujer”. Y se refería al vídeo del 2005 donde Trump alardeaba de conductas de depredador sexual, tras cuya publicación al menos una docena de mujeres han denunciado actos de acoso del candidato, pero también a un largo historial de insultos.

Cada uno de ellos ha dado munición a la campaña de Clinton, a la que Trump llegó a llamar "mujer asquerosa" en el tercer debate. Y cada uno ha contribuido a movilizar al voto femenino. Lo dijo como nadie la senadora Elizabeth Warren en un acto en Nuevo Hampshire, dirigiéndose directamente a Trump: “Las mujeres están hartas de hombres como tu. Y las mujeres ‘asquerosas” son duras, son inteligentes. Y votan”.

EL IMPACTO POSITIVO

“Nada ayudará a superar el prejuicio contra las mujeres políticas y nada será de más ayuda al movimiento feminista que tener a mujeres en los más altos cargos”. La frase la pronunció Jeannette Rakin, que fue la primera mujer elegida para el Congreso de EEUU hace justo 100 años (cuatro antes de que se aprobara la enmienda 19 de la Constitución que reconocía el sufragio femenino). Y su idea (como su lucha “porque a las mujeres se les paguen los mismos salarios por el mismo trabajo”) sigue vigente ahora que Hillary Clinton está a solo un paso de la presidencia (y cuando las mujeres siguen cobrando una media de 79 centavos por cada dólar que recibe un hombre por la misma labor).

Un estudio de los politólogos David Campbell y Christina Wolbrecht ha comprobado que las mujeres jóvenes se muestran más proclives a ser políticamente activas cuando líderes políticas se hacen más prominentes en los medios, una exposición que no tiene exponente mayor que la Casa Blanca. Y la elección de la primera presidenta sería un impulso bienvenido en un país que está en el puesto 97 en cuanto a representación se refiere: Aunque son un 51% de la población, las mujeres ocupan solo el 19,4% de los escaños en el Congreso de EEUU (un porcentaje que sube al 24,4% en las legislaturas estatales). Y a nivel local las cosas no están mejor: solo un 18,8% de los ayuntamientos de ciudades de más de 30.000 habitantes tienen alcaldesas.