Fuego amigo
El lado oscuro de la diplomacia
Marta López
Periodista
Periodista. Redactora jefa del suplemento Entender más
MARTA
López
Cuando el domingo pasado comenzaron a conocerse una ínfima parte de los 250.000 documentos que Wikileaks ha logrado sacar de las redes informáticas del Departamento de Estado norteamericano, hubo quien, como el ministro italiano de Asuntos Exteriores, Franco Frattini, predijo un 11-S de la diplomacia. La sacudida prometía ser de tal calibre que ya nada iba a ser igual en las relaciones entre EEUU y sus aliados. Con lo visto hasta ahora, está aún por saber en qué medida. Quizá no llegue nunca el anunciado tsunami, pero se hace difícil pensar en la indolencia.
A falta de una gran revelación, los documentos publicados hasta ahora aportan detalles o confirman hechos que los expertos conocían o de los que tenían sospechas. Pero eso no les resta interés informativo, que lo tienen. ¿O no es interesante constatar como los países árabes tienen tanto o más miedo que Israel al programa nuclear iraní? ¿Y es acaso menos jugoso conocer con qué ligereza y arrogancia emiten sus apreciaciones algunos diplomáticos sobre jefes de Gobierno y de Estado en sus informes a Washington? Y por supuesto, ¿no es llamativo conocer que lo que dicen en público y en privado los gobiernos no siempre coincide? ¿No es ilustrativo calibrar el grado de cinismo de nuestros gobernantes?
Sería ingenuo presumir que la diplomacia no tiene su lado oscuro, y sería injusto negar a los gobiernos el derecho a discutir con discreción, sin luz ni taquígrafos, con sus aliados. Solo así avanza la diplomacia, solo así se tejen acuerdos y se fabrican consensos. El problema es que ya no son secretos asuntos que debían seguir siéndolo. El problema es que 2'5 millones de personas en EEUU han accedido durante años a documentos confidenciales que podían copiar en un CD de Lady Gaga o en un pendrive. Cuando se buscan culpables de la filtración, quizá se pueda hablar también de negligencia. Es obligación de los gobiernos proteger sus secretos y no de los periodistas proteger a los gobiernos. No matemos otra vez al mensajero.
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