Japón vive con temor los efectos de la radiactividad

Periodistas protegidos con trajes de protección en una visita a Fukushima.

Periodistas protegidos con trajes de protección en una visita a Fukushima. / periodico

ADRIÁN FONCILLAS / PEKÍN

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Fukushima es un quebradero de cabeza cotidiano cinco años después de que un tsunami barriera el litoral oriental e inundara los reactores de la central. La factura humana incluye los casi 20.000 muertos por las olas y los 100.000 japoneses desperdigados por el país, muchos en barracones, tras huir con lo puesto. El Gobierno ha acortado el radio de exclusión pero el miedo a la radiación los mantiene alejados.

Ya no son las filtraciones y emisiones las que mantienen a la central pegada a la prensa diaria sino las noticias sobre los efectos de la radiación. Tokio indemnizó el pasado año a un trabajador que había desarrollado un cáncer después de limpiar las instalaciones en lo que supuso el primer reconocimiento de una víctima laboral. Japón ha reconocido 13 casos de cáncer entre los 44.000 trabajadores que participaron. Una docena de ellos recibió en la primera semana dosis peligrosas para su salud. Las cifras conducen a lecturas alarmistas o negacionistas, según las fuentes, como es habitual en un asunto científico abstruso y con intereses de por medio. Por comparación: la radiación de Chernobyl, que multiplicó por 20 veces la de Fukushima, había matado a 28 trabajadores en menos de un mes.

Una lectura en diagonal de las informaciones sugiere un horizonte inquietante. Ya se han registrado 116 casos de cáncer de tiroides en un examen sobre 300.000 niños de la prefectura de Fukushima, según datos oficiales. Los estudios revelan un aumento sostenido desde el tsunami, con un salto de 25 nuevos casos a partir de 2014. Otros estudios revelan que casi la mitad de los niños tienen nódulos o quistes en su tiroides que podrían desarrollar el cáncer o que la proporción de casos en Fukushima alcanza los 600 por un millón, cuando en el resto del país es apenas de uno a tres.

Pero los expertos suelen recordar que no se acreditado ni una sola muerte por radiación y aluden a la letra pequeña que no cabe en los titulares. Los exámenes son obligatorios en Fukushima y se utiliza material más exacto para detectar incluso los más minúsculos. Es decir, se busca más y mejor. El aumento de chequeos de la glándula tiroides en Estados Unidos durante las últimas décadas ha multiplicado el número de diagnósticos aunque el de muertes permanece estable.

CHEQUEO DE TIROIDES.

La ansiedad de los padres de Fukushima empuja a extirpar la tiroides incluso cuando el Colegio de Radiología de Estados Unidos aconseja ignorar por inofensivos los nódulos más pequeños. Es la llamada “epidemia de diagnosis”. La duda radica en si todos esos factores correctores son suficientes para descartar la influencia de la radiactividad en los cánceres detectados. Las conclusiones definitivas requerirán una perspectiva temporal mayor.

Toshihide Tsuda, profesor de la Universidad de Okayama, asegura que los análisis masivos no explican por sí solos el aumento de cánceres mientras la Asociación Médica de Fukushima ha calificado como “improbable” que estén vinculados con la radiación.

En la percepción alarmista influye la falta de credibilidad del Gobierno y una industria oscurantista y abonada al escándalo. La Autoridad de Regulación Nuclear (NRA)ha silenciado incluso los estudios independientes favorables por temor a que la población los malinterprete. Las instrucciones son claras: lo mejor es no hablar. La prensa japonesa informaba recientemente de que la iniciativa gubernamental de enviar a un equipo de expertos a la zona para aconsejar a los ciudadanos fracasó por la desconfianza generalizada. 

REAPETURA DE REACTORES

Japón extraía de las centrales nucleares el 30% de su energía antes de Fukushima y planeaba aumentar el porcentaje hasta el 50%. La crisis provocó el apagón nuclear y las promesas de un horizonte sin centrales, pero la realidad de un país pequeño y sin recursos naturales ha truncado el plan. El primer ministro, Shinzo Abe, ha insistido en que la recuperación económica es quimérica con las pesadas facturas de la energía importada y este año ya han reabierto dos reactores. La opinión pública, mayoritariamente contraria, tampoco está tranquila con las nuevas normativas para reforzar la seguridad de las centrales y limpiar el sector. Su control corre a cargo ahora de un órgano independiente, la NRA, que sustituye al Ministerio de Industria, tradicional trovador de los beneficios del átomo.

Greenpeace niega los cambios. “La NRA es débil e ineficaz y se prepara para aprobar la reapertura de reactores sin haber tratado los mayores riesgos de seguridad. Los peligros por tsunamis y terremotos han sido ignorados, los de la ceniza de erupciones volcánicas no han sido correctamente estudiados y los del uso de plutonio ni siquiera se han considerado”, asegura por email Shaun Burnie, a bordo del 'Rainbow Warrior', que estos días navega por aguas de Fukushima.

Burnie recuerda que el director de la NRA proviene del sector nuclear a pesar de la prohibición legal y que los miles de trabajadores que limpian Fukushima son subcontratados con salarios misérrimos.

"PROVOCADA POR EL HOMBRE"

La compañía Tepco, mascarón de proa del sector y propietaria de Fukushima, epitomiza los excesos del pasado: ordenaba borrar imágenes de grietas en sus instalaciones, alardeaba en juntas de accionistas de recortes en seguridad, elevaba fugaces reconocimientos a exámenes exhaustivos y retrasó hasta lo irresponsable la refrigeración de los reactores dañados con agua salada para evitar arruinarlos. Esta semana se han sentado en el banquillo tres antiguos directivos en el primer juicio en cinco años por una tragedia que los informes del Parlamento calificaron de “provocada por el hombre”.