PRESIDENCIALES cRUCIALES EN UN PAÍS DE LA UE

Hollande, la gran esperanza europea

Hollande (centro) saluda en medio de una multitud en un mercado de Tulle.

Hollande (centro) saluda en medio de una multitud en un mercado de Tulle.

   MARTA LÓPEZ / París / Enviada especial

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Hace un año, François Hollande era solamente un candidato a las primarias socialistas de las que debía salir el aspirante al Elíseo. Nadie daba un duro por él. Ni los suyos. Era Dominique Strauss-Kahn, flamante director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), el único con la prestancia suficiente para medirse a Nicolas Sarkozy. Pero el 14 de mayo del año pasado Strauss-Kahn se precipitó al abismo desde lo alto de un hotel de Nueva York. Y allí sigue, en el infierno del repudio, aquel brillante economista. Hollande, mientras, ha llegado a las puertas del Elíseo como favorito frente a Nicolas Sarkozy con un mensaje de cambio y esperanza que barre Francia y sacude a Europa: justicia social y crecimiento antes que austeridad. Aquel hombre de partido con fama de blando es hoy la esperanza de Europa, o al menos de la media Europa que sufre la medicina de un rigor presupuestario que no le deja levantar cabeza.

Nunca unas elecciones francesas habían levantado tantas expectativas fuera del Hexágono porque nunca Europa se había jugado tanto. Pero en plena convulsión por la crisis de las deudas soberanas que amenaza con la implosión del euro, el futuro de 500 millones de europeos está en cierta medida condicionado por lo que decidan hoy más de 45 millones de franceses en unos comicios que enfrentan a dos visiones opuestas para salir del pozo. Hollande confía en restablecer el equilibrio presupuestario apostando por el crecimiento, aunque para ello sea necesario aumentar el gasto público mientras el actual presidente, Nicolas Sarkozy, sigue instalado en la disciplina alemana que él ha ayudado a imponer en un tándem perfecto con la cancillera Angela Merkel: cuadrar las cuentas a base de recortes.

Y el discurso de Hollande se ha hecho fuerte en una Europa sometida al dogma del rigor presupuestario. En las dos últimas semanas, varios dirigentes se han acercado a sus tesis y el candidato socialista ha encontrado aliados tan inesperados como el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, o el presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, que ya ha convocado a los jefes de Estado y de Gobierno de la UE a una cumbre dedicada al crecimiento. También Merkel, que boicoteó a Hollande cuando este anunció su intención de bloquear el pacto fiscal europeo, parece haber movido su hasta hace poco inquebrantable posición. Pese a advertir que el tratado de estabilidad presupuestaria es innegociable, esta semana la cancillera ha hablado también de «la necesidad de crecimiento».

¿Qué ha pasado? ¿Cómo un socialdemócrata sin carisma ha logrado, más allá de Francia, sacudir a una Europa bien asentada en la derecha? Pues ha pasado que cada vez son más las voces que se unen al coro de que la austeridad no basta para crear crecimiento. Pues ha pasado que ya son ocho los países de la eurorozona en recesión: España, Bélgica, Irlanda, Italia, Holanda, Portugal, Grecia y Eslovenia.

LOS PAÍSES DEL SUR / Ha pasado también que los castigados países del sur necesitaban una voz que llevara su lamento a Bruselas y a Berlín. Y esa voz la han encontrado en Francia, un país cuyo peso político y económico no se puede pasar por alto. España ha estado muy presente en la campaña francesa. Muy poco elegante, Sarkozy la ha puesto a menudo como ejemplo de mala gestión durante siete años de socialismo. Para Hollande, en cambio, el caso español es el paradigma de cómo la purga de la austeridad puede acabar por matar al enfermo.

A base de seriedad, tenacidad y mesura, François Hollande se ha crecido y se ha convertido en un candidato sólido y creíble. No solo para una Francia sentada en el diván, temerosa ante un futuro incierto y difíciles reformas por llegar, sino también para una Europa que, golpeada por los déficits, la deuda y el paro, busca ya no soluciones a corto plazo pero sí al menos comprensión. Y la bola de nieve no ha dejado de crecer. Las expectativas que levanta el candidato socialista son muchas. El listón está, pues, muy alto.

Si gana Hollande, la socialdemocracia europea estará de fiesta. Pero el estado de gracia quizá dure solo una noche, hasta que abran las bolsas. En 1981, la de París, saludó con una caída del 21% la victoria del socialista François Miterrand. El semanario liberal británico The Economist, muy próximo a los intereses de la City, predice el apocalipsis y augura un ataque de los mercados contra la deuda francesa y el euro a partir del día siguiente de la elección de Hollande. Es difícil de prever porque los especuladores que hoy mandan en las plazas financieras no saben de afectos, pero sí están al acecho y no van a hacer ningún regalo.

El tiempo es oro y Hollande ya ha anunciado que si gana viajará rápido a Alemania para tratar de derribar la intransigente ortodoxia financiera de Merkel. Por el bien de Europa, París y Berlín necesitan entenderse. Lo hicieron en el pasado Helmut Kohl y François Miterrand y Helmut Schmidt y Valéry Giscard d'Estaing.

Si Merkozy se va, bienvenido sea Merkollande, locomotora de un cambio en Europa.