JORNADA DE RECUEDO Y REFLEXIÓN

Hiroshima, tragedia viva

ADRIÁN FONCILLAS / PEKÍN

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Un papel ya macilento detalla lo que parece una misión rutinaria más en el fragoroso frente del Pacífico dirigida al coronel Paul Tibbets y prevista para el 6 de agosto de 1945. Apenas destaca la palabra «especial» en el apartado de carga del avión. Era un Boeing B-29 modificado para acomodar los 4.400 kilos de Little Boy y en cuyo morro el piloto había escrito en mayúsculas el nombre de su madre: Enola Gay.

A las 8.15 de la soleada mañana estallaba la carga especial unos 600 metros por encima del puente Aioi, elegido por su forma de T fácilmente visible desde el cielo. En Hiroshima murieron en un instante 69.000 personas. Cuatro días después murieron 25.000 más en Nagasaki. Otras 200.000 murieron de cánceres o complicaciones relacionadas durante los siguientes cinco años.

Los pilotos hablan del gran hongo que se alzó más de tres kilómetros desde el suelo. Los de abajo lo vieron de otra forma. Así lo describía la superviviente Nagao Natsumi a este corresponsal años atrás:

«Hubo un resplandor tremendo. Me cubrí los ojos con las manos. No podía respirar. Cuando las retiré, estaba dentro de una nube rosa. No veía nada, era muy densa. Han dicho que después de la luz hubo un estruendo, pero yo no oí nada. Todo sucedía en un silencio absoluto (…) Vi a mis amigos quemados. Me toqué la frente para comprobar si yo estaba igual y vi que de mis dedos colgaba algo. Era mi piel. Tenía los brazos en carne viva. Estaba desnuda y quemada. Se me veían los huesos de las rodillas».

El presidente Harry Truman había sido informado años atrás como senador del ultrasecreto Proyecto Manhattan, que a cambio de 2.000  millones de dólares prometía conseguir «una explosión terrorífica con un arma secreta que será una maravilla». «Me he convertido en la Muerte, en el destructor de mundos», dijo con más poesía Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, apoyándose en un viejo escrito hindú.

Japón arrasado

Dos mil millones de dólares se antojan demasiados para guardar la bomba en un garaje y el debate se centró en cuál sería el mejor escenario para mostrarla. Estados Unidos tenía un problema: Japón estaba arrasado ya casi por completo por los pertinaces bombardeos. El secretario de Estado informó a Truman que faltaban objetivos donde enseñar «toda la fuerza» de su nueva arma. Y así, la hasta entonces afortunada Hiroshima, quedó condenada.

Truman calificó días después la ciudad de «base militar» y obvió que la mayoría de sus habitantes eran civiles. Washington había alimentado durante años el racismo. Se hablaba del «peligro amarillo», la prensa los representaba como monos o insectos y Truman los calificó de salvajes, despiadados y fanáticos. «El único japonés bueno es el que lleva seis meses muerto», había dicho un año antes el almirante William Halsey.

Las bombas atómicas precipitaron la rendición japonesa y aun se sostiene hoy que la bomba atómica «salvó vidas». Medio millón de estadounidenses y al menos otros tantos de japoneses hubieran muerto en una invasión, según cuentas de Truman. La repetición del argumento acabó transformando la mayor y más cobarde masacre de la humanidad en un acto misericordioso.

Pero la realidad es que ni siquiera sirvió para finiquitar la contienda. Los expertos señalan que Japón preparaba ya la rendición y seis de los siete altos generales estadounidenses de entonces desaconsejaron el uso de la bomba. El almirante William Leahey opinaba que atentaba contra la ética cristiana y las leyes de la guerra.

Los físicos que la habían creado defendían que su explosión en un terreno deshabitado bastaría para que el enemigo se hiciera a la idea de su poder destructivo y el físico Leo Szilard lideró una carta firmada por 69 científicos que pedía que no fuera utilizada tras haberse comprobado que los nazis habían quedado atrás en la carrera nuclear. Pero Washington no pensaba en Japón ni en Alemania sino en Stalin. La guerra languidecía, se acercaba el reparto del pastel y necesitaba Hiroshima como argumento negociador.

La aprobación cae

Siete décadas después, el debate en Estados Unidos sobre aquella decisión sigue vivo pero, con el cambio generacional, cada vez es menor la aprobación del ataque y su justificación. Según una encuesta realizada este año por el centro Pew, el 56% de estadounidenses sigue creyendo que el primer ataque nuclear tuvo razón de ser. El porcentaje es el menor hasta la fecha y confirma una tendencia, informa Idoya Noain. En 1945, inmediatamente tras los bombardeos, la aprobación era del 85% según un sondeo elaborado entonces por Gallup y para 1991, cuando el Detroit Free Press realizó una encuesta,  había caído ya al 63% el porcentaje de quienes creían que fue un bombardeo justificado para poner fin a la guerra.

La encuesta este año del Pew confirma el impacto en las opiniones del relevo generacional. Mientras siete de cada 10 estadounidenses mayores de 65 años siguen justificando que se usaran bombas atómicas, solo piensa así el 47% de quienes tienen entre 18 y 29 años. El sondeo confirma también que el respaldo a la decisión de Washington hace 70 años es mayor entre republicanos (74%) que entre demócratas (52%).

Aplauso de Bush

«Nunca, nunca emplees un minuto en arrepentimientos. Es una pérdida de tiempo», señaló Truman, quien murió aferrado a sus principios. Décadas después, el presidente George Bush aplaudió su «difícil y calculada decisión» por haber salvado millones de vidas estadounidenses. Ningún inquilino de la Casa Blanca se ha disculpado aún.

Como contrapunto ético sirven los testimonios de los supervivientes de las bombas. Destrozadas sus vidas y asesinadas sus familias, cuesta encontrar un resquicio para el resentimiento o la venganza. Ni siquiera es raro que admitan las atrocidades que cometió el militarismo japonés en el continente asiático durante la contienda.

TEMAS